08.12.2016
Por
Heme aquí, separada por segunda vez. Señora de las cuatro décadas o los treinta y diez, como prefiero llamarlo (mi versión glam de la cuarentona de Arjona). Podría decir, como mi querido Paul A., que la X de X marca el lugar, pero ya no me queda tanta piel sin marcas. Madre de 3 retoños, fruto de mis 18 años de convivencia con my first, y luego de uno año de cohabitación con my second -no kids-, soy una convencida de que hay que cambiar patrones. O de «soltar» (con toda la connotación de esos tatuajes tan de moda en estos tiempos) el síndrome del hipocampo que hay en mí. Esa yerra marital debe ser exorcisada de este cuerpo as soon as possible.
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Pisando huevos, cual quinceañera con tacos, me he lanzado de nuevo, o quizás por primera vez, al chonguing (o chongueo en nuestra lengua argenta). Podría decir que los 13 años de terapia han ayudado. Pero la cruel verdad es que, después de un par de sopapos de mis amigas del tipo «Keep calm and break his legs”, he bajado Tinder a mi celular. Tengo claro que no quiero hacer pareja en el futuro inmediato, simple, perfecto, o perifrástico; no al menos hasta estar curada de mi síndrome hipocampus parejistis.
Así que, luego de cuatro semanas de aquella divina y cobarde frase «Necesito un tiempo» de mi ex, me ví forzada por mi íntimo y fémino grupo a incursionar en estas aplicaciones de dating virtual.
Cabe aclarar que my second, luego de haber soltado el slogan alusivo al tiempo reflexivo, nunca tuvo intención de volver a casa. En su mente, una nueva y liviana fantasía había nacido. Cambiar la convivencia con mis 3 hijos y conmigo por un modelo un poco más cómodo en el cual me visitaría higiénicamente 2 veces por semana, a cambio de un pastel de papas casero y un lavado blanqueador de sus jeans favoritos en mi lavasecarropas, patada a la luna. No señor, estoy en los 30 y 10 pero gracias a una generosa genética, puedo decir que la remera de M.I.L.F («Mother/Mom/Mama I’d Like to Fuck) me entra en sus talles más audaces. Dotadas de unos divinos 107-65-89 con 50 kg y, empoderada por los sopapos sensei de mis amig@s, me la creí un poquito y así me lancé al dating digital.
En un mismo día, descargué Happn y Tinder. El problema con la primera es que te geolocaliza al punto de mostrarte todos los papis separados del colegio de tus hijos, que queda a tan solo 3 cuadras de tu casa. Y te convierte, además, en un ser extremadamente paranoico.
Por un lado, cantás la canción de la banderita en el jardín infantes mientras mirás a todos los padres que viste en Happn y te das cuenta que….ellos también te vieron a vos. Cool! Aterrada por la posibilidad de cualquier mirada cómplice del tipo guiño guiño, o un posible comienzo de diálogo, le das un beso apurado a tu hija al tiempo que le balbucéas a la maestra un «Me pusieron un reunión temprano, te la dejo».
Por el otro, una vez refugiada en la anonimidad del subte, te das cuenta que la geolocalización es una perra que no descansa. Empezás a creer que reconocés a cuánto masculino atraviesa La puerta y cada vez que te miran por más de un segundo, te arrepentís de haber subido esa foto un toque pícara. Es así como elegís quedarte con Tinder, cuya geolocalización parece un poco más perezosa.
Tinder es un catálogo de personas. No le demos vueltas con eufemismos o neologismos tecnológicos. Así como uno va a un restaurante y elige un plato de acuerdo al nivel de hambre, antojo o preferencia, Tinder es un menú de hombres en mi caso. Así como no voy a un restaurante a comer carne al horno con papas o fideos, decidí ordenar platos que no suelo comer casa, o que no he comido hasta ahora (en su sentido más banquinal y bacanal).
Es así como me dije: De 40 ya conozco, con hijos ya tuve, solteros empedernidos he sufrido, panzas he abrazado, pedos he olido. So what? Volemos alto, soñemos lo imposible, demosle like a treintañeros, divinos, musculosos, crossfiters, six pack abs -también conocido como abdominales tabla de planchar.
Fue así como un like llevó a un «esa divinura» y vos son compatibles. Y mirá qué divino como chatea, y es de mi barrio, y me invitó a fumar y a tomar vino a su casa, y fui y me siento Gardel. Claro que al principio se ve tan lindo por fotos que sospechás que sea real y en el taxi pensás «Qué hago si me abre la puerta un tipo de 120 kg tirado en el sillón con un control remoto?» o «Y si hay un cuarto con 4 tipos más esperando». Tu íntimo y fémino grupo te sigue de cerca y sabés que apenas llegás tenés que avisarles si son 70 o 100 kilos, y que si son 70kg, 1,90 y six pack abs, vas a empezar a agradecerle a APTRA, y a Dios…bueno no a Dios, sino a ese Dios aparte que tenés, que tampoco, es un Dios Aparte sino un Dios puntos suspensivo, punto aparte, párrafo en blanco, Dios.
Y acá estoy, convertida en Sugar Cougar, agradecida, y contando treintañeros como ovejas tiernas en mis noches de lascivo insomnio, para traerte mis futuras aventuras chateras.
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