Trump o el triunfo del hombre superfluo

19.11.2016

Por

 

Rasputín vuelve al ruedo: nos trae este análisis sobre el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y el cambio de época. 

 

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“No se volverá a un mundo anterior a la globalización” 

Barack Obama en el Partenón Griego.

Última gira presidencial por Europa, el 16 de noviembre de 2016.

 

Cambio de época

Ni habíamos llegado a conocer todas las respuestas, que ahora el Salón Oval llena al mundo de nuevas preguntas. Obama, el saliente Presidente, no tiene más opción que implorar por lo que parece complicado asegurar. La larga vida y la fase expansiva de la globalización y de las democracias occidentales están en duda. Cuanto menos surgieron pesados competidores.

El poder está cambiando de manos y de forma. Ya no es lo que era. Es un proceso cuyos movimientos causales cuestan aún determinar con exactitud. Menos las consecuencias que dejará para la sociedad y la cultura del siglo XXI.

Adiós a las certezas. (¿Las hubo alguna vez?). Bienvenidos al reino de lo posible. La incertidumbre es lo característico de la época. Donald Trump presidente de Estados Unidos de América es la cara más visible, no necesariamente la única, de que los cimientos del juego económico, político, social y cultural atraviesan una profunda reconfiguración. La competencia electoral en tanto parece que ya no será entre grandes y pequeños, sino entre rápidos y lentos. 

La Estatua de la Libertada entristecida. Foto: Google

Rápidos y lentos en función de qué, podría ser la pregunta. En torno a la lectura de las dirigencias sobre los cambios y demandas que muestran las sociedades que gobiernan. De ello dependerá reinventarse o desvanecerse.

Vivimos en un mundo interconectado como nunca antes en la historia. Donde emergen micropoderes y críticas desmedidas a un sistema que no satisface. De allí la irrupción masiva de los antisistema como reacción histórica a límites cada vez más perceptibles.

Reina la desesperanza, la frustración, y el resentimiento, aún bajo supuestas premisas de igualdad y acceso simbólico y real a determinados campos hace décadas impensados. Tierra fértil para experimentos complejos e inciertos, donde Trump no es más que la locomotora de un tren poco auspicioso.

Y los vagoncitos de esta formación se reparten por el corazón del occidente desarrollado. En Francia una Marine Le Pen que se imagina en 2017 al frente de la República de la liberté, egalité, y fraternité; en la tierra del Brexit un Nigel Farage que manifestó públicamente su apoyo al nuevo habitante de la Casa Blanca; en Alemania (sí, Alemania) un movimiento islamófobo y racista y como Pegida cuyo líder, Lutz Bachmann, define a los extranjeros como “ganado”, “escoria” y “montón de basura”, o la irrupción y constante crecimiento de Frauke Petry y su Alternative für Deutschland, euroescéptica, ultranacionalista y xenófoba fuerza política que viene pisándole los talones a la misma Merkel y a los socialdemócratas. Le Pen, Farage, Bachmann, Petry, y tantos otros. En una guerra serían daño colateral. En política, son los horrores de la globalización que hoy tambalea ante los ojos de un desorientado Obama, saliente cabeza del “mundo libre”, mientras camina por la cuna de la democracia occidental en su última gira presidencial por Europa.

Caricatura de Donald Trump. Foto: Google Images

La ideología, tal como la conoció el mundo de la segunda posguerra, yace entre agónica y resbaladiza a los marcos que la contuvieron durante largas décadas. En tanto la participación ciudadana muestra una apatía peligrosa en función de proyectos colectivos.

Desde el Vaticano, el jefe de la Iglesia Católica, un argentino (¡vaya si el mundo está convulsionado!), asegura que “estamos viviendo más que una época de cambios, un cambio de época”. Más allá de las creencias, su mirada de estadista depositario de no pocos intereses en el concierto internacional, no está alejada de la realidad. Pues en este siglo XXI, los papas renuncian; las burbujas financieras estallan; las sociedades enteras votan en contra de procesos de paz; y las compañías con mayor valor bursátil del mundo (¿más burbujas?) muestran un nuevo panorama, adiós al valor de los activos físicos, y bienvenidos a la entrada triunfal del reino de la innovación, el diseño, la creatividad y los algoritmos matemáticos (subráyese estos términos y recuérdeselos). Jaque a los empleos industriales. Deslocalización de la producción. Desafíos de esta etapa de la globalización. Hombre blanco y occidental asustado. Señores y señoras, de pie, están llegando los “populistas”.

Mundo con primaveras árabes que barren con líderes históricos en cuestión de meses; y aldea global donde la multiculturalidad (pretendida faceta amigable del desarrollo capitalista contemporáneo) se desangra en medio de movimientos de ruptura con estructuras supranacionales y el regreso de los nacionalismos como supuesta salvación a tanto mal. Orbe con deudas impagables, de conflictos bélicos abiertos, de “tercera guerra mundial en partes” (Francisco dixit), de terroristas y lobos solitarios en la cuna de la burguesía, y de crisis de refugiados. Y, por si la lista aún no alcanzará para convencer a algún espíritu todavía optimista, época histórica la nuestra donde el 1 por ciento de la población mundial acumula tanta riqueza como el 99 por ciento restante.

Escena de «The Wall». Foto: Google

Y por último (la enumeración es tan arbitraria como incompleta) vivimos en un mundo que se apresta a entregarle el 20 de enero de 2017 a un personaje mediocre salido de la TV (la definición es, entre otras cosas, literal) el código nuclear del arsenal más potente y destructivo que haya conocido la humanidad a lo largo de toda su historia. God Bless America, sí. Pero también al mundo entero.

Monstruos en medio de claroscuros

El ascenso de Trump a la Casa Blanca invita a esbozar toda clase de teorías y miradas. En un mundo donde se acabaron las certezas, o por lo menos son puestas abiertamente en crisis, estas líneas no escapan a ese paradigma. Aproximaciones ante la consternación.

Quizás sea el flamante Mr President la resultante menos querida de las tensiones internas del capital. Vaya uno a saber. Antes era más sencillo ir a la guerra, Yalta y Postdam mediante, nueva repartija del globo y a seguir produciendo, ante intereses que se veían irreconciliables. Al fin y al cabo la guerra siempre fue un instrumento de la política, al decir de von Clausewitz.

Esto que se llama “fenómeno Trump”, y retomando la máxima papal del “cambio de época”, nos recuerda (permítasenos el salto del cielo a la tierra) a Antonio Gramsci y aquello de que “el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos”. Gramsci murió poco antes del inicio de la segunda guerra mundial, pero actores políticos como Mussolini y Hitler ya calentaban motores para lo que vendría. Con estos personajes históricos, contemporáneos al filósofo marxista, y lo sucedido en el mundo de hoy, vale repensar aquella advertencia más allá de que cueste hoy imaginar el arribo de un “nuevo mundo” en clave superadora.

Pues si en los años 20 y 30 del siglo XX occidente centró su atención en la consolidación de los fascismos, las primeras décadas de nuestro siglo nos invita a depositar las miradas en el arribo del magnate Trump al frente de la primera potencia militar. Ayer como hoy estos ascensos y reconfiguraciones del poder en los países centrales suceden mediante vías democráticas, claro está. Ironías del capitalismo desarrollado.

Otra escena de «The Wall»de Pink Floyd. Foto: Google Images

Está demasiado estudiado el contexto y el caldo de cultivo económico, político y social que dio luz verde al nazismo en la Alemania de Weimar. Los germanos después de Versalles se sintieron humillados por las potencias vencedoras. Antes del estallido de 1939, Alemania estaba atravesada por el desempleo generalizado, la ruptura de las redes de solidaridad, en tanto la fragmentación de la sociedad era evidente.

Llegó un salvador. Un mediocre que le prometió a su pueblo el regreso a las glorias pasadas. El MAGA de Trump, «Make America Great Again», en cierta forma nos remite al «Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer», de la Alemania nazi, cuyo lema oficial invitaba a pensar en “un solo pueblo, un solo imperio, un solo líder”. Cohesionar al cuerpo social fue y es la premisa elemental sobre la que ambas experiencias históricas ocuparon el centro de la escena. Y las amenazas provocadas por la otredad, claro está, fueron y son conditio sine qua non para la emergencia y legitimidad de estos procesos.

Insistimos, aún evitando caer en el impulso de etiquetar al nuevo presidente de los Estados Unidos como el Hitler de la posmodernidad, resulta interesante reflexionar en torno al contexto en el que ambos liderazgos surgen, pero fundamentalmente al quiebre de lazos, y la forma en la que el mensaje político se posó ayer, como hoy, en el hartazgo de grandes capas de la sociedad, frustraciones y en la no expectativa de futuro. La tentación totalitaria es una posible conducta de salida para millones de individuos atomizados y desarraigados.

La filosofa alemana Hannah Arendt, en Los Orígenes del Totalitarismo, destaca (preocupación que bien aplica para interpretar la fase actual del capitalismo): los acontecimientos políticos, sociales y económicos en todas partes se hallan en tácita conspiración con los instrumentos totalitarios concebidos para hacer a los hombres superfluos. Las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los regimenes totalitarios, bajo la forma de fuertes tentaciones, que muestran la solución más rápida para el problema de las masas humanas económicamente superfluas”.

Hace casi un siglo el autor de Mein Kampf depositó en los judíos la explicación de la decadencia de la gloria germana.

Hoy Trump señala a los inmigrantes mexicanos como violadores, narcotraficantes, y responsables de la falta de empleos. Se burla abiertamente de discapacitados, promete que prohibirá el ingreso de musulmanes a Estados Unidos y reconoce haber abusado de mujeres al tiempo que las coloca en un lugar denigrante. Asimismo, el rol de Mike Pence, su compañero de fórmula, y flamante vicepresidente, es un evangélico de ultraderecha, gobernador antigay del estado de Indiana, rincón de Estados Unidos donde trabajó por una ley que permitió que los negocios “vetaran” como clientes a parejas homosexuales. 

Construcción del muro. Foto: Google

Los derechos civiles de la sociedad norteamericana y el legado simbólico de Obama se verán seriamente amenazados.

Stephen Bannon, el jefe de campaña de Trump y poseedor de varios méritos para el blanco asustado del Midwest, entre ellos el de ser confeso racista y antisemita, fue recientemente nombrado como el principal asesor en la Casa Blanca del futuro Presidente. ¿Leerá Trump en sus ratos libres?, es acaso una duda que a muchos les surge. Por si así fuese su asesor podría recomendarle la lectura atenta de Breitbart News, su propio portal de noticias, una verdadera tribuna ultraderechista que aboga por la supremacía blanca.

Pese a lo anterior, casi 60 millones de votantes encontraron en Trump una posible salvación a sus vidas. Eso es el nuevo Presidente. La mejor canalización del malestar de la “América profunda”, con millones de frustrados que hace décadas ven retroceder sus posiciones. No deja de ser sorprendente, en este contexto, que asimismo el neoyorquino haya cosechado importante caudal electoral procedente de latinos, población afro, y mujeres. Humanidad no sólo frustrada, por momentos también autodestructiva.

Volviendo a Arendt, “no sabemos cuántas de las personas que nos rodean estarían dispuestas a aceptar el estilo totalitario de vida, es decir, a pagar el precio de una vida considerablemente más corta por la garantía de la realización de todos sus sueños”.

No deja ser menos asombroso que esta masa de frustrados y miedosos ciudadanos de clase media venida abajo, hayan reconocido en un multimillonario, que vive en un penthouse repleto de lujos en una torre propia sobre la Quinta Avenida de Manhattan, que pasea en aviones y yates haciendo gala de la ostentación, pueda haber sido identificado como “la voz de los sin voz”. Más ironías del mundo posmoderno.

Votantes de Trump durate la campaña. Foto: Google Images

Base electoral y medios de comunicación

 Aún en el fragor de los acontecimientos resulta complejo sacar conclusiones abarcadoras. Lo cierto es que vale la pena resaltar algunos datos que dejaron las elecciones estadounidenses desde el punto de vista de la base electoral propia del “fenómeno Trump”.

Donald J. (la Jota es por John) obtuvo sus mayores sumas de votos en los condados donde más del 75% de la población blanca carece de un título universitario, especialmente en el medio oeste (el Midwest), donde son mayoría. Donald John será presidente gracias a su dominio allí donde la población blanca es superior a la media nacional y en todos los estados del sur y que hacen frontera con México, a excepción de California, donde las minorías raciales ya superan a los blancos.

Vale destacar que la hispanización de Estados Unidos alimenta en buena forma el ideal reaccionario que Trump encarna, apelando abiertamente al miedo de los blancos (que dejaran de ser mayoría hacia 2050), y a sus más profundos resentimientos y miedos.

En tanto la posibilidad de que este “conservador con sentido común”, como él mismo se definió en campaña, haya accedido a la Casa Blanca, no debiera soslayar (o replantear) el rol de los grandes medios de comunicación, ya sea para desterrar mitos o para reconfirmarlos.

Los grandes medios siguen teniendo una gran influencia sobre el establishment, pero generan desconfianza justamente sobre los millones de “desplazados” que optaron por Trump. Lógicamente estos hombres y mujeres, en su gran mayoría habitantes lejanos de las grandes ciudades, identifican a muchas de esas empresas periodísticas como parte del problema que los aqueja. Pues son esos medios tradicionales, es real, resortes de las mismas elites económicas y políticas que los ignoran, elites que lo mejor que tuvieron para ofrecer en estas elecciones fue a una ex Secretaria de Estado, como Hillary Clinton, mezcla compleja entre la falta de carisma y los intereses más rancios de Wall Street.

No por casualidad la victoria más amplia de Clinton fue en Washington D.C, donde cosechó casi el 93% de los votos frente al 4,1% de Trump. En tanto el “conservador con sentido común” no triunfó en ninguna ciudad de más de un millón de habitantes, y a pesar de vencer en 29 estados, sólo se llevó para los Republicanos nueve capitales estatales.

Caricatura del mundo, la tecnología y la pobreza. Foto: Google

Dentro de este dibujo, el rol de las redes sociales (como en otros grandes fenómenos sociales del siglo XXI) fue decisivo. Para algunos hay que buscar aquí la gran explicación de la irrupción y consolidación del “fenómeno Trump”. Como sea, no conviene olvidar (al fin y al cabo, retomando a Gramsci, estamos atravesando un claroscuro) el rol de los medios tradicionales, aunque más no sea para estudiar en profundidad qué posibilidad real hubiese tenido Trump de materializarse como líder político sin la propagación de su caricaturesca figura en las pantallas de TV y en la gráfica más expandida.

Ámbitos que incluso llegaron a jugarle de manera favorable cuando de tapar sus peores flancos se trató. Resulta fundamental, al decir de Ignacio Ramonet, que Trump se mostraba cuanto más espacio ocupaba en los grandes medios. Y que en esa estrategia colaboraron tanto los medios y programas “serios” como los sensacionalistas. En definitiva todos pusieron su grano de arena para construir al “mito” que hoy es presidente de la primera potencia mundial.

 

Kremlin, Casa Rosada y muros que vuelven

En occidente todos despertamos en la mañana del 9 de noviembre con Donald Trump presidente.

El ex embajador de Estados Unidos en Rusia, Michael McFaul, escribió en su cuenta de Twitter (¿dónde sino?) que “Putin interfirió en nuestras elecciones y tuvo éxito. Bien hecho”. Posteriormente, como explican medios rusos en América Latina, McFaul eliminó el tuit pero sin embargo varios internautas ya habían logrado hacer una captura de pantalla al comentario del diplomático.

En tanto, luego de consagrarse Trump, medios británicos se preguntaron “¿Cómo Putin podría ganar la carrera por la Casa Blanca?”, y aseguraron que el Kremlin actuó en apoyo de Trump. Las teorías dignas de la guerra fría afirman por estas horas que Moscú pretende “tirar lodo en el proceso democrático de Estados Unidos” y “vengarse de Hillary” por apoyar las protestas rusas de 2011. “Se puede considerar que la misión de Putin se ha cumplido”, destacan otras voces occidentales.

Dejando de lado el capítulo ruso (será interesante rastrear el comportamiento de Moscú en el nuevo tablero internacional que se abre), bajemos hasta el Río de la Plata, donde la gestión de Macri y Durán Barba no previó este cisne negro. Las encuestas (en crisis terminal) amenazan seriamente con dejar al gurú ecuatoriano sin soporte empírico en el mediano plazo. Siguiendo su receta magna, habrá que cambiar.

Lo cierto, desde el punto de vista económico, es que en un modelo como el macrista fuertemente apoyado en las exportaciones de materias primas y el financiamiento externo (el endeudamiento a esta altura del año es histórico, elemento advertido incluso desde el exterior), habrá que seguir de cerca cómo operará lo que se presume un proceso de encarecimiento de la deuda y de protecciones y guerra de moneda de los mercados más importantes.

Asimismo no es la primera vez que sucede en la historia moderna de Estados Unidos. De hecho, con Trump en la Casa Blanca es la quinta vez que el ganador de las elecciones no fue el candidato que obtuvo el mayor voto popular. Imperfecciones del sistema electoral o burlas de la democracia más consolidada de occidente.

Caricatura. Foto: Google Images

Pero la ironía más simbólica de toda esta historia la ofrece la misma fecha. Pues fue también un 9 de noviembre pero de 1989 cuando occidente fue protagonista y espectador de la caída del muro de Berlín.

Veintisiete años después la humanidad (no menos dividida y asustada que aquella) volvió a colocar “otro ladrillo en la pared” y a su forma eligió reeditar la edificación de muros que separan. El tiempo dirá si la llegada de un xenófobo, racista y provocador al frente de la mayor potencia militar del planeta es un paréntesis dramático o la ruptura con todo lo conocido hasta el momento.

En cualquiera de los casos, nos encontramos escribiendo una página triste y aportando, quizás, a la teoría del jefe de la Iglesia Católica. De nuevo: “estamos viviendo más que una época de cambios, un cambio de época”. Millones de hombres están obligados a repensarse en medio de la incertidumbre que muestra el tablero internacional mientras sociedades miedosas y fragmentadas vuelven a colocar al mundo entero a caminar sobre una filosa cornisa, forjando líderes que muestran la peor cara de la miseria humana. El límite y la potencia del nuevo presidente de Estados Unidos quizás lo marque su propia definición, la que vale la pena no olvidar: “Soy un conservador con sentido común”. Nunca el sentido común había llegado tan alto, ingresando a una época que puede dar nacimiento a una nueva era de inestabilidades. “El bien y el mal –escribió Dostoievski– están en lucha perpetua y el campo de batalla es el corazón del hombre”. Estados Unidos hoy invita a repensar no sólo la globalización y sus efectos. También saca a la superficie debates en torno a lo más profundo de la naturaleza humana.-

 

 

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