Una acuarela maleva

07.10.2015

M fue el segundo marido de mi abuela (mi abuelo R falleció sin que yo llegara a conocerlo). De M siempre me contaron historias variopintas, pintorescas, por momentos increíbles. Dentista, boxeador, viajero. Que estuvo aquí, que estuvo allá, que recibió enseñanzas de monjes en Nepal, que fue espía en la Segunda Guerra Mundial o en sus postrimerías. Nunca pude constatar la veracidad de ninguna de esas historias.

M tenía en su haber espadas disimuladas como bastones y cimitarras, sabía leer (así decía) la palma de la mano, curar algunos malestares con un toque, así como empinaba el codo y fumaba mucho (hasta que varios infartos le fueron bloqueando cada vez más el acceso al chupi y a la pipa y al pucho). También gustaba de leer libros sobre ovnis o sobre la Atlántida.

A todo esto, había una anécdota que volvía cada tanto, y siempre era narrada de la misma manera. Ahora, hace ya muchos años de su fallecimiento, lo que me queda de aquella apostilla es un recuerdo de ese relato envuelto en una neblina espesa.

Hete aquí que por alguna razón (no me acuerdo si fue por honor o por alguna fémina, usuales disparadores de estos entuertos), M terminó trenzado a los cuchillazos con un malevo de don Alberto Barceló, legendario político conservador, manda tutti y caudillo de Avellaneda. Básicamente, no te metías con un hombre de Barceló y te salías con la tuya. La cuestión es que M despanzurró al tipejo de don Alberto.

Nunca terminé de entender si M vivía en Palermo o dónde, zonas de arrabal (orilla, margen) por aquellos comienzos del siglo XX. Pero bueno, M retornó a su casa. La cosa no le había salido gratis y tenía sus propios tajos en el cuerpo, pero tomó una decisión. Herido y todo como estaba, decidió – o así me contaron siempre – presentarse ante Barceló para explicarle en persona el devenir de los acontecimientos. Probablemente, M siguió respirando unos sesenta años más gracias a esa decisión, ya que el caudillo le agradeció – así me contaron – la honestidad de dar la cara y le perdonó la ofensa – haberle matado un hombre de su tropa.

De Barceló se podría seguir hablando, pero eso ya es otra historia…

 

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