14.10.2015
En Lugano, más específicamente en el Barrio Piedrabuena, existe un galpón. Pero, ese galpón es más que un galpón. Ese galpón es más que un galpón porque tiene historia. Pero, la historia de ese galpón que es más que un galpón porque tiene historia, va más allá de la historia pasada, porque es la historia de un galpón que tiene historia en presente. Una historia de fuego y vientos huracanados.
Primero no hubo nada, luego un obrador, luego un depósito de mundos, luego un incendio, luego el germen de sueños, luego los sueños. Hoy, viernes, en ese galpón que ya no es más depósito sino usina, hay una cantante lírica que inunda con su voz la carcaza enorme de este gigante.
Hay algunos sectores de Piedrabuena que datan de la época de la autoproclamada Revolución Libertadora, golpe militar número tres en la historia argentina del siglo XX. A ese sector más bien residencial le siguió, veinte años después, otro de construcciones futuristas, inauguradas durante la última dictadura militar (golpe de estado número seis, sin contar el intragolpe de Lanusse a Onganía en la bisagra entre la década del ‘60 y del ‘70). Pero, como gran parte de los proyectos gigantescos de esa dictadura, el Piedrabuena estaba bastante mal terminado, lo que terminó finalmente con la declaración de Emergencia Edilicia en 2008.
Barrio Piedrabuena. Foto: Diego Braude
Piedrabuena es un lugar de mitos, leyendas, que ha tenido reputación de pesado, utilizado por películas y comerciales por su topografía imposible. Digno hijo, el Galpón Piedrabuenarte es el resultado del fuego.
En lo que fueron los obradores de aquel barrio extraño, el Teatro Colón decidió durante más de veinte pirulos depositar su escenografía en desuso. Eran tres edificios cuya área circundante se transformó en espacio lumpen, marginal. Espacio casi casi de frontera entre la vecina Ciudad Oculta y el eje central de Piedrabuena. Como decía don Jorge Luis Borges, la orilla, el arrabal, es donde ocurre todo, donde todo transmuta una y otra vez.
Un pibe del barrio, un tal Luciano Garramuño, había llegado a un arreglo con el cuidador de los galpones para utilizar en recitales la escenografía arrumbada ahí. Una de las condiciones era que después, lógicamente, la devolviera. Entre otras razones, ese detalle motivó al artista suizo Gian Paolo Minelli para rodar un documental en torno a Luciano y sus amigos y cómplices de andanzas (Pepi Garachico y Roy Falco). El documental terminaba, ironías del destino, con los tres pebetes ideando un centro cultural.
Entonces, se hizo presente el fuego. Porque fue el fuego el que se llevó dos de los tres galpones y también al Teatro Colón de Piedrabuena. Y ahí, en el único edificio sobreviviente en esa tierra de arrabal donde los mocosos iban a picarse o vaya uno a saber qué más, nació Piedrabuenarte.
Galpón de Piedrabuenarte. Foto: Diego Braude.
Desde entonces, hace casi diez años, Piedrabuenarte sobrevivió a pulmón (porque los pibes estaban “de querusa” en el Galpón, sin que la ciudad se decidiera a permitirles oficializarse) a ocupaciones, tornados, falta de presupuesto, pastos altos, lluvias fuertes y una larga ristra de etcs. El Galpón también salió del galpón y Pepi pintó murales en todo el barrio, Luciano creó La Mirada del Vecino fotografiando todo a su paso, crearon un programa de radio, Piedrabuenarte consiguió arreglos, trueque mediante, para sí mismo y para los edificios a su alrededory hasta puso a Piedrabuena en todos los medios con las caminatas aéreas del funambulista Sebastián Petriw (único funambulista de la Argentina).
Recientemente, y después de una larga negociación, Piedrabuenarte pasó a ser oficial (se le otorgó la utilización del espacio por treinta años). Y, casi como un símbolo de esta nueva etapa que tiene todavía más sueños en la mochila que la precedente, Piedrabuenarte fue invitado a participar de la elegante y masiva Noche de los Museos el próximo 31 de octubre.
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Durante la semana se suceden los días de trabajo, donde distintos voluntarios (vecinos, colegas, amigos, interesados, invitados) llegan para aportar lo que va desde una voz, un conocimiento, una mano para pintar, para montar esto o aquello, para reparar algo, para seguir armando las plazas en torno al edificio.
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p>Piedrabuenarte por dentro. Foto: Diego Braude/p>
p>Después de – algo ridículo – casi dos horas de viaje desde Villa Crespo, aterrizo en Piedrabuena. Cada vez que llego, miro las paredes de los edificios en busca de algún mural nuevo. Cuando arribo al predio de Piedrabuenarte, veo un par de montañas de escombros frente a lo que será el escenario para conciertos, junto a una de las esquinas del galpón. Del otro lado, está el proyecto de huerta. Ya adentro, germina la imagen de lo que será la residencia artística. En Piedrabuenarte, lo que no existe se imagina, y lo que se imagina se hace, no importa el esfuerzo o el tiempo que tome.
Cruzo la puerta rodeada de esculturas. El usual grupete de perros, los perros del Galpón, me recibe apenas pongo un pie dentro del edificio. Pepi se acerca y me abre la verja, “pasá finito y que los perros se queden ahí”. Nos saludamos y caminamos hacia el centro del galpón. Le pregunto por los escombros: “Ah, vamos a armar gradas”. Hace poco, a una obra que pasó le pidieron que dejara los escombros en ese lugar para poder armar gradas para el escenario.
Vueltas de la vida, ironías del destino, etc, etc. En el centro del galpón – que el 31 estará sitiado por instalaciones y muestras fotográficas -, casi diez años después de que el teatro lírico más importante del país abandonara Piedrabuena, un joven grupo de artistas montará la ópera Bastián y Bastiana, de Wolfgang Amadeus Mozart y este es el primer ensayo. En una estructura que la eleva a más de tres metros del suelo, una cantante inunda con su aterciopelada voz de soprano la panza del gigante que nació del fuego.