21.10.2015
Es de noche y llueve. Una noche puede ser algo muy distinto para cada persona y para la misma persona en circunstancias distintas. Cada vez que cae agua y sopla el viento, en Piedrabuenarte tienen que salir corriendo a atar los portones del galpón, y todavía entra el chubasco por el techo, porque algunas chapas se volaron hace tiempo y finalmente algún día habrán de ser restituidas. Y si el viento toma la actitud de soplaré, soplaré y soplaré como el lobo de Los tres chanchitos, ni te cuento.
Es viernes por la mañana en Piedrabuena. “Ayer, de golpe se calmaba y después era como un pelotazo enorme contra las chapas”, se reía Luciano el viernes pasado cuando fui otra vez. Luciano siempre cuenta todo – lo feliz, lo terrible – con una risotada. Luciano me pasa el contacto de Mireya Baglietto, una de las artistas pulenta que no sólo va a participar de La Noche de los Museos sino que además ya está pensando futuras acciones con el Galpón. Caminamos por su interior, luego vamos a caminar por el parque.
El pasto necesita una recortada.
Luciano en Piedrabuenarte. Foto: Braude
Al día de hoy, no es claro quién es el responsable de ese mantenimiento pero, cada tanto, hay alguien de Espacios Verdes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que se porta y manda una flotilla para dar una mano con eso y con el plantado de árboles. Al fondo, en el living – una suerte de gran obra funcional hecha con materiales reciclados, un grupo de pendejos charlotea. Al lado del living, una plaza de juegos construida por el GCBA que todavía espera inauguración oficial – igual, cada tanto, los pibes trepan las rejas y usan los juegos como te imaginás que cualquier pibe haría si tuviera a mano unos juegos nuevos. Al lado de la plaza de juegos del GCBA, con materiales provistos por la misma oficina, los Piedrabuenarte están construyendo un segundo living. Desde las torres se acerca una vecina artista y le dice a Luciano que tiene una obra que se podría usar para La Noche de los Museos; Luciano le dice que se venga y ven cómo la incluyen.
Barrio Piedrabuena. Foto: Diego Braude
p>Los ensayos de Bastián y Bastiana, la ópera dirigida por Pablo Foladori y con dirección musical de Renzo De Marco, siguen adelante, pero hoy los artistas no están. La voz de Julieta (Schena, la soprano) tampoco recorre las paredes del Galpón. El gato cachorro, que todavía no tiene nombre, recorre, se trepa, le rompe las pelotas a los perros. Hoy es mañana breve, de mate y charla, de cosas que se pueden escribir y otras que quizás queden para más adelante o sólo quedarán con el mate y el gato como únicos testigos.
Piedrabuenarte no es un centro cultural cualquiera. No lo es, porque está en un terreno que siempre ha sido objeto de ambiciones y de abandonos, y de nuevas ambiciones. Tampoco lo es porque Luciano y Pepi se plantean periódicamente el rol de Piedrabuenarte; qué quieren hacer, quiénes quieren ser, qué no, quiénes no, para ellos, para el barrio. Luciano tiene sobre su cuerpo una serie de tatuajes realizados por Pepi de Piedrabuena y del Galpón. El último fue sobreimponer al funambulista Sebastián Petriw caminando sobre Piedrabuenarte en noviembre del año pasado sobre un tatuaje previo.
Debo partir.
Luciano me acompaña a la parada del 80, que queda justo frente a la escuela donde asiste su hija. Todos los mediodías, Luciano la va a ver salir del colegio y rumbear para lo de su mamá. Oriana, con once años, acompañó la caminata de Petriw de noviembre con una performance de danza.
Es de noche. Ya no es viernes, es lunes. Llueve otra vez.
Leé la primera crónica de la serie sobre Piedrabuenarte