24.10.2015
Yo estuve una vez en las Malvinas. Antes de continuar, quiero mencionar que soy argentina y en aquel momento trabajaba como productora para la British Broadcasting Corporation -medio público británico (particularmente no del agrado de los kelpers). Por una cobertura, en 2010 aterricé en aquellas islas que hasta entonces eran sólo un dibujo en el mapa de mi país y un nombre: Malvinas.
Aquel lugar de nuestro colectivo imaginario se hacía real, transitable, vivible para mí. Al mismo tiempo, se producía una operación en el lenguaje. Los kelpers se convertían en isleños, las islas se llamaban Falklands o Falklands/Malvinas o a la inversa si era un informe para el servicio latinoamericano. Y están los hechos: se habla inglés, se maneja por la izquierda, el clima es gris, está en el medio de nada y no hay nada más ni menos que una base militar y 2000 personas con sus vidas cotidianas.
Mis Malvinas me resultaron extrañas al comienzo. Me di cuenta que la denominación políticamente correcta del territorio Malvinas/Falklands incluye la barra de división entre las palabras.
Islas Malvinas. Foto: Macarena Gagliardi
p>“Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras”, escribió Borges en su poema em>Juan López y John Ward./em>
Quiso el azar me quedara en la isla Soledad más tiempo del programado. El día de nuestro vuelo, Chile amaneció con la tragedia del terremoto. Pasarían varios días sin poder volar vía Santiago, ruta obligatoria ya que “no se puede ir desde Argentina” -ironía misma.
Hay otro avión que va y viene de las islas, también una vez a la semana: el de las Fuerzas Aéreas Reales Británicas. Ese vuelo tiene prioridad de asientos para los militares; luego para los isleños y familiares; por último, para terceros como yo. Volví a mi casa volando dentro de mi país desde las Islas Malvinas hasta Londres, pasando por Ascension Island –lugar que nunca había escuchado en mi vida o al menos no lo recordaba, hasta llegar a Buenos Aires. Rápidamente me enteré que aquella otra isla -llamada Ascensión en español- está ubicada en el Atlántico Sur, exactamente a mitad de camino entre Brasil y Angola. La isla es prácticamente una base militar británico-estadounidense de ultramar y allí paraban los aviones ingleses a cargar nafta durante la guerra. El viaje fue extremadamente largo, casi 24 hs de vuelo. Yo experimentaba todo como un absurdo, sentía que me había “tocado en suerte una época extraña” como al Juan y al John de Borges.
Pero volvamos a esos días de yapa en Malvinas cuando pedí a mis compañeros que me llevaran al Cementerio de Darwin. Es indescriptible lo que sentí al visitarlo. Caminé de un lado a otro, toqué la tierra, las cruces blanca, contemplé los detalles, la urna con las cartas y objetos nunca entregados o perdidos. Después, experimenté la necesidad del titilante ocultamiento que produce mi cámara fotográfica. Al capturar esas imágenes, recuperaba el cuerpo de los jóvenes caídos.
Urna subterránea con las cartas enviadas a los soldados, Cementerio de Darwin. Foto: M. Gagliardi Cordiviola
p>Posiblemente nunca vuelva a las islas Malvinas. Sin embargo, regreso a ellas constantemente en mis textos, investigando, siguiendo las noticias sobre el conflicto, entre las cientos de imágenes que miro sin cesar para seleccionar una nueva serie fotográfica sobre mi experiencia. Esta es mi manera de elaborar y resignificar. Son mis Malvinas.
En 2012, la Biblioteca Nacional exhibió Adiós sin despedida: imágenes sobre el Cementerio de Darwin. La segunda serie fue Los unos y los otros, editada por Reynaldo Sietecase en el mismo año para la revista 32 pies. Recientemente, a 32 años del conflicto, se publicaron fotos en la versión armenia del libro Malvinas (Malvinner de M. Sampaolesi, Editorial Antares, Ereván). En esa oportunidad, visioné una serie de accidentes geográficos y la titulé No Man’s Land (tierra de nadie).
Esta nota es una versión actualizada de un fragmento de 32 años sin nombre publicada en El Adán Buenos Ayres
Te invito a mirar la fotogalería Malvinas: tierra de nadie
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