29.10.2015
Resulta un gran desafío arriesgar cuán profunda es la fractura del sistema político luego de conocidos los resultados electorales que sacudieron al país el pasado domingo. Las urnas exhibieron la consumación de una reconfiguración enmarañada que para muchos llegó sin previo aviso, producto de los elementos que entraron en crisis y del obligado reacomodamiento en el tablero central del poder. Si bien la posibilidad del balotaje entre Daniel Scioli y Mauricio Macri estaba abierta, lo que pocos actores políticos previeron fue la peor derrota del peronismo en décadas y la perforación del distrito electoral más sensible del país.
El arribo de María Eugenia Vidal sobre la gobernación de la provincia de Buenos Aires, geografía que reúne a casi cuatro de cada diez votantes argentinos, nos indica que el territorio clave para el manejo de la gobernabilidad del esquema de poder nacional estará por primera vez en décadas en manos de una fuerza no peronista. Vale la pena recordar que este distrito electoral jugó en la historia contemporánea un rol decisivo, muchas veces anticipando con más o menos espacio el inicio de procesos de cambio de signo político a nivel nacional (años 1983 y 1997).
Vidal en el búnker del PRO, 25 octubre. Foto: Google
p>Un entramado de traiciones (dicen algunos) o las ansias de “algo nuevo” (se justifican otros) pueden ser sólo algunas de las causas más superficiales de semejante cuadro. Pero lo que subyace en el profundo conurbano por estas horas podría estar pronosticando la génesis del cierre de un ciclo.
La clave de lectura que adopte el campamento sciolista sobre la crisis en curso determinará la diferencia entre éxito y fracaso. Se pueden arriesgar interpretaciones tan rimbombantes como menos pretenciosas. Lo cierto es que resulta imposible escindir el terremoto bonaerense, con la consiguiente consagración de Vidal y el ocaso de Aníbal Fernández, del éxtasis macrista y la desorientación sciolista.
Si lo que finalmente terminó de manifestarse el domingo pasado fue el quiebre en la base social y territorial del peronismo, hoy las oportunidades reales del Frente para la Victoria, de cara al 22 de noviembre, asoman tan inciertas como intangibles.
¿Qué votó el ciudadano bonaerense? El corazón del interrogante es central para identificar la naturaleza de las expectativas del elector para la etapa que se abre. Si el votante de Cambiemos encontró en el tándem Vidal-Macri un instrumento para castigar al gobierno en la primera vuelta electoral, o si lo hizo en búsqueda de un objetivo más ambicioso que terminaría de alcanzarse en noviembre, con un eventual triunfo opositor, parece ser el enigma político de la hora. No resulta lo mismo reconocer a una oferta electoral como medio de castigo a que se la conciba apta para gobernar una nación entera.
La confrontación entre expectativas y posibilidades reales es lo que finalmente terminará de develarse en el primer balotaje presidencial de nuestra historia.
Ilustración de Fulana Who
p>Por estas horas emerge una brutal campaña, fundamentalmente apoyada en los grandes medios, para que la tercera y decisiva fuerza política de esta elección, el club comandado por Sergio Massa, vuelque su deseo hacia una u otra punta del dibujo político.
Hay quienes tienden a ver en el votante del Frente Renovador una preeminencia de la componente “peronista” clásica por sobre la anti-k más furiosa. En este sentido, entonces, se esperaría una fuga mayoritaria hacia el Frente para la Victoria. No obstante, los mensajes emitidos por el mismo tigrense parecieran, al menos en un primer momento, sembrar el campo de batalla a partir de la tensión cambio-continuidad. “La gente dijo que no quiere continuidad”, evaluó el del tercer puesto, y definió a la Presidenta Cristina Kirchner como “la gran derrotada”. Si estos recursos discursivos continúan prevaleciendo en el discurso de Massa, Macri, adalid del cambio, puede darse por pagado con creces.
Por estas horas Daniel Scioli atraviesa un estado de asamblea permanente. Pues despuntan en su mesa de análisis estrategias que hoy lucen antagónicas. La presión para que adopte una pronta deskirchnerización hoy es fuerte sobre los que creen que hay que ser más purista que nunca.
Scioli y Zannini en un acto. Foto: Google
p>Como sea, el argumento central hasta el domingo esgrimido por el Frente para la Victoria (la conservación de los logros de la última década) a partir del miedo al cambio simbolizado en Macri, parece haber encontrado un límite infranqueable. El fracaso de argumentos conformistas, en última instancia, terminó alimentando el mito de lo nuevo, inteligentemente interceptado y bien aprovechado por el bunker amarillo.
Es una paradoja desafiante producto de la estrategia fallida del oficialismo que un partido como el PRO, en cuyo núcleo fundacional y de toma de decisiones descansan elementos conservadores, pueda presentarse a la sociedad como sinónimo de una política de nuevo tipo y haber cosechado más de ocho millones de voluntades. La batalla cultural tan promocionada por los profesores de Carta Abierta podría rever parte de su tesis.
El arte electoral hoy reclama a Daniel Scioli una nueva muestra de astucia. Atributo valiosísimo que demostró poseer con sobras ante circunstancias que parecían decisivas. Debe amalgamar, a través del convencimiento, a una voluntad electoral que hoy parece dispersa, pero no por eso inexistente.
Lo que verdaderamente definirá la suerte de Scioli o Macri es el olfato político para interpretar la naturaleza del potente mensaje que dejaron los comicios del domingo. No es una misión menor. De eso depende la coronación de uno y el ostracismo del otro.
Enmarcada en un paradigma excluyente al fin, la Argentina kirchnerista se despide de escena invitando a los ciudadanos a elegir entre dos caminos. Ni patria o buitres. Ni Néstor o Clarín. Menos ambiciosa, la consigna que hoy florece estampada en las paredes es: Scioli o Macri.
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