05.11.2015
De cara al primer balotaje presidencial de la historia de nuestro país, algún espíritu pretencioso podría haber esperado un nivel de exigencia mayor para la campaña electoral en curso, partiendo de la base de lo que está en reconfiguración por estas horas. Lo cierto es que ya transcurrieron casi dos semanas de aquel domingo 25 de octubre, cuando se desató un cataclismo en el centro neurálgico del poder político, y los equipos de asesores de Daniel Scioli y Mauricio Macri hasta el momento no han hecho más que suministrar al electorado ya hastiado, elementos poco ocurrentes en el marco de una campaña en la que, quizás, su primer falla de origen radica en el hecho de que los contendientes se parecen demasiado.
Hacer una campaña de contrastes, típica para una instancia de segunda vuelta, hoy no parece un desafío sencillo para los estrategas políticos. Representa un arma de doble filo para los finalistas ventilar y sacar a la luz de las grandes audiencias capítulos de sus respetivos CV durante los denostados años 90. Ambos presidenciables son, en términos amplios, resultantes tardías de aquella etapa de nuestra historia reciente.
Macri y Scioli. Foto: Google Images
p>Y no sólo los actores estelares directamente. Al mismo tiempo sus equipos técnicos encuentran en el pasado “neoliberal” del menemismo y el delarruismo tierra firme y un cúmulo de antecedentes que más valdría la pena soslayar si es que ambas escuderías aspiran a presentarse como un capítulo superador, de nuevo tipo, con respecto a una etapa que ya dan por clausurada.
Pero lo cierto es que la llamada campaña del miedo (o campaña sucia) ha ido ganando espacio en la agenda política, acompañada por piruetas en las que, repentinamente, unos quieren parecer lo que hasta hace poco evadían, y los otros pretenden esquivar lo que hasta menos tiempo aún defendían.
Pues Daniel Scioli intentado disfrazarse de peronista ortodoxo es tan asombroso como Mauricio Macri rindiendo homenaje a Juan Domingo Perón. Claro que la impotencia y desorientación que se ha adueñado de muchas mesas de campaña, sumada a las más altas dosis de pragmatismo, conforman un coctel de difícil asimilación para los votantes que aún, en grandes franjas, no tienen su sufragio decidido de cara al 22 de noviembre.
Horas antes de la primera vuelta presidencial, durante el cierre de su campaña, el líder del PRO sorprendió a propios y ajenos (desde la provincia en donde alguna vez Agustín Tosco escribió una de las páginas más intensas de la militancia política-sindical de los años 60/70) cuando convocó a un “Cordobazo”, “Cordobazo del crecimiento y del desarrollo de la Argentina”, agregó. Los locales Oscar Aguad, Mario Negri y Luis Juez terminaron de entender que la provincia mediterránea estaba pariendo a la nueva esperanza blanca que, hiriente, se adueñaba de términos que antes persiguió.
Acto del Pro. Foto: Google Images
p>No menos transgresor había sido el cierre del oficialismo en el Luna Park, cuando el cantante popular Ricardo “Cachita” Montaner, furibundo caprilisita, ofició de presentador del candidato de la Casa Rosada, Daniel Scioli. Mientras tanto el venezolano entonaba las estrofas de su “Himno de la Victoria” recordando desde sus letras a los gobernadores del PJ y a la militancia allí presente, que “hay un pulmón obrero, hay sangre y hay memoria”. El corazón de Carta Abierta ya se había desgarrado.
El 25 de octubre a la noche mientras los promotores del Cordobazo del siglo XXI finalmente descorcharon, los del pulmón obrerorecalcularon rumbos y estrategias. ¿Se podrá esperar para las horas por venir alguna entrega más o menos sensata de las opciones en pugna teniendo en cuenta la naturaleza pedestre de sus protagonistas? Que el lector saque sus propias conclusiones. Los pronosticadores de la actividad política y del humor social hoy lucen más desorientados que el volátil padrón electoral al que ellos mismos intentan, sin demasiado éxito, interpretar.
Nos separan poco más de dos semanas del crucial balotaje. El sciolismo es perfectamente consciente de que nada contra la corriente y con la opinión pública desfavorable; pues desde el punto de vista de las expectativas tanto de los sectores de poder como de los mismos votantes, la oferta encabezada por Mauricio Macri fue la gran vencedora por sobre el FPV de Daniel Scioli y Carlos Zannini.
Los ánimos, es de esperar, están sensibles en el bunker de la ola naranja. Las contradicciones entre sus mismos integrantes se agudizarán hacia adentro y hacia afuera. Súbitamente acusan a los profesores de Carta Abierta de “dinosaurios que dicen huevadas” (Marangoni VS González); amenazan con que la oposición recortará programas de gobierno (Batakis VS Vidal); y de repente el narcotráfico pasó a ser un mal que hay que combatir “blindando las fronteras incluso con las FFAA” (Scioli VS Scioli); además de reconocer el 82% móvil a los jubilados (de nuevo, Scioli VS Scioli).
Sergio Massa, árbitro supremo de esta contienda, acertadamente identificó en los volantazos del sciolismo música para sus oídos. Pues el de Tigre se sabe representante de un caudal de casi 5,4 millones de votos que es absolutamente decisivo para la suerte del oficialismo. Será interesante observar durante la próxima semana dónde Massa coloca la tensión y la lectura de “la Argentina que viene”. Si sigue apostando por la antítesis cambio-continuidad, la fórmula Macri-Michetti corre con más oportunidades. Ahora si el líder del Frente Renovador o incluso parte de su equipo (por caso, Felipe Solá, Roberto Lavagna, José Ignacio de Mendiguren) apuestan a dicotomías más arraigadas y clásicas, tales como peronismo-antiperonismo; Estado-mercado; la balanza podría comenzar a mostrar una inclinación favorable hacia Daniel Scioli. La bolilla ya está girando.
Mientras la Argentina atraviesa un capítulo intenso de la llamada campaña sucia o campaña del miedo, es de esperar una exacerbación de los resortes de ambas esquinas del cuadrilátero. En muchos sectores del poder económico, político y mediático (que no necesariamente son compartimentos estancos), la incertidumbre más sensible pasa por proyectar la Argentina de los próximos meses, con un ciclo de ajuste forzoso, y con la posibilidad real de que el Partido Justicialista entregue sus bastiones históricos y más elementales. El atributo de la gobernabilidad podría, en este sentido, ganar algunas posiciones.
Afiches de campaña. Foto: Google Images
p>Cuando algunos redoblan la apuesta y asustan con que si ganan los otros se cerrarán hospitales y centros de salud, pícaro y altamente desafiante, el macrismo torea al peronismo con la utilización de un glosario y códigos de nuevo tipo que parece tener precisión quirúrgica sobre las demandas reinantes en la sociedad.
Sólo resta que el PJ acuse a Macri de ser el flamante garante de la revolución. Pero, rápido de reflejos, hace horas el líder del PRO ya lo anticipó. “Conmigo se viene una revolución”. “Revolución de la alegría”, le dictó un viejo militante de la juventud peronista, Jaime Durán Barba, que nunca antes estuvo tan cerca de la toma del poder. Y ahí si, efectivamente, podría venir la revolución. La historia juzgará al kirchnerismo por permitirle a la derecha argentina semejante audacia.
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