18.12.2015
El 20 de diciembre de 1974 en la localidad de Soca, cerca de Montevideo, cinco jóvenes uruguayos fueron fusilados: Floreal García, Mirtha Hernández de García, Daniel Brum, María de los Ángeles Corbo de Brum, embarazada de seis meses y medio, y Graciela Estefanell. Los militantes tupamaros del Movimiento de Liberación Nacional habían sido secuestrados en Buenos Aires a comienzos de noviembre junto a Amaral, el hijo de tres años de una de las dos parejas, y Julio Abreu que los conocía a través de su hermano. Julio terminó preso y testigo de la detención y tortura en Argentina de sus cinco compatriotas, compartió con ellos la cárcel y el traslado en avión (el “vuelo cero”) a Uruguay para finalmente ser testigo del asesinato de los jóvenes.
Abreu convivió 30 años con su silencio hasta que habló públicamente por primera vez en 2005. En 2014, me reuní con Julio en Montevideo a raíz de mi trabajo de investigación sobre Plan Cóndor. Pucheronews publica en exclusiva aquella entrevista en la que cuenta los peores cuatro días de su vida: del 20 al 24 de diciembre de 1974.
En agosto de 1974 el hermano de Julio viajó a la Argentina después que lo echaran del trabajo y le pidió que se juntaran allá. Julio había conseguido un trabajo en Buenos Aires y fue a su encuentro.
¿Qué sucedió el 8 de noviembre de 1974?
Era el cumpleaños de la hija de un compañero de mi hermano. Un almuerzo en el barrio de Once con varios compañeros uruguayos de la fábrica de mi hermano, entre ellos Floreal, Brum y sus mujeres. Llegué temprano a la fiesta; alguien me pidió que buscara un pollo porque faltaba comida. Floreal decidió acompañarme. Cuando llegamos a la esquina, se terminó el mundo.
Julio Abreu. Foto: Joel Richards
p>Fui derribado por tres o cuatro personas. Caí al piso entre patadas, golpes, puteadas, piñazos. Me esposaron junto a Floreal; nos metieron en un Ford Falcón y repetían que habíamos robado coches. No entendía nada. De pronto, Floreal me susurró: “Nos van a matar”.
No sé cuánto tiempo estuvimos dando vueltas en ese coche. Finalmente, entramos a un garage; nos sacaron las esposas y nos pusieron un buzo en la cabeza. Me metieron en un lugarcito de un metro por un metro. Me tiré al piso y miré como pude. Por abajo del buzo, vi dos o tres coches estacionados y una cortina. Solo escuchaba gritos y el traslado de otros compañeros.
Tampoco sé cuánto tiempo estuvimos en ese garage. Yo estaba esperando que me vinieran a reconocer por robar coches. Pero el tiempo pasaba; empezaron a llegar más compañeros y desconfié. Para mí había una confusión con los robos de autos y me iban a largar. No pensaba que nos iban a matar. Ignoraba, mi cabeza rebotaba. Escuchaba a Amaral correteando, los guardias conversar, la televisión.
También se escuchaban las conversaciones de los captores. Me enteré que habían secuestrado también a Daniel Brum y María de los Ángeles. Daniel usaba peluca y un guardia dijo: “Pah, rompimos toda la casa… Y cuando lo quise agarrar a este de la cabeza, me quedé con la peluca en la mano”.
Después nos trasladaron a una cárcel; no era un lugar clandestino como el garage. Me pusieron solo en una celda bastante grande. Tengo recuerdos nítidos de las escaleras y un baño. Allí, pude escuchar las voces de Floreal y Mirtha en un compartimiento a mi derecha. Allí también estaba Amaral, preguntando por los padres. Le contestaban: “Papá y mamá se están divirtiendo, quédate tranquilo”.
¿Te torturaron?
Tortura física, más allá de algunos golpes, no, pero sufrí mucha tortura psicológica. Me decían: “Mirá, estuvimos con tu madre en Uruguay, le dio un ataque de hemiplejia por las cosas que le hacés pasar, por tu comportamiento”. Yo no encontraba explicación a lo que estaba viviendo. En otro momento, entraban a mi celda y me decían: “Te vamos a matar, levántate y prepárate que te vamos a matar, te vamos a fusilar, vos no tenés derecho a vivir”.
¿Tus secuestradores eran argentinos?
Si. Siempre pensé que había una comunión con los uruguayos porque les proporcionaban información. Los captores me decían: “Uruguayo, ahora va a venir uno de los tuyos a reconocerte”. En ese momento no me daba cuenta que significaba “uno de los tuyos”.
¿Qué sucedió después?
Un día nos sacaron de allí y nos pusieron en una camioneta. Por primera vez, volví a ver a Floreal, Mirtha, Brum y María de los Ángeles. A Graciela Estefanell no la vi hasta llegar al tercer sitio al que nos trasladaron. Llegamos a unas casas rodantes; estábamos Floreal, Brum y yo en una pieza con tres o cuatro cuchetas. Ellos empezaron a mostrar cómo los habían dejado; sus cuerpos estaban quemados, destrozados. Floral me llamó mucho la atención. No sé, habrá sido porque cayó conmigo… Se desnudó: estaba todo quemado, era una masa de carbón. Fueron sesiones muy largas de tortura.
¿Cómo era ese tercer lugar adonde los llevaron?
Sobrevolaban aviones continuamente. Estaba en un bosque, todo lleno de árboles; no había casas ni viviendas cerca, eso fue lo que pude percatar. Creo haber visto tres casas rodantes. En una me bajaron los pantalones, me tiraron sobre una cama y me dieron dos inyecciones. Después, aparecí en un avión, como de línea pero quizás no tan grande. Ahí me tiraron en un asiento contra la ventanilla y me cambiaron las esposas. Se sentó alguien de costado que me pregunto cómo me llamaba y mi documento. Ahí fue la entrega, ¿no? La entrega a los uruguayos para traernos en un vuelo clandestino.
¿Y Amaral?
Dejé de escucharlo después del segundo lugar de cautiverio.
Casona Punta Gorda, Uruguay. Foto: J. Richards
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Bienvenidos a casa
“Bienvenidos al Uruguay”, dijeron y nos tiraron en un camión; luego bajaron la tela de la cabina. Nos dirigimos a nuestra última morada. No puedo decir cuántos días pasamos, no tengo ni idea. Hoy me pongo a pensar y digo: Pucha, por qué no pensé esto, por qué no pensé lo otro. No podía creer que estuviese en el Uruguay, esposado, encapuchado, sin saber dónde me llevaban. Me desvanecí, perdí todo contacto con la realidad. La Casona de Punta Gorda fue, quizás, el más largo de todos los cautiverios.
¿Quiénes eran los captores allí?
La mayoría era personal joven. Uno me dijo: “Yo sé que vos sabes que estás en Uruguay. Yo sé que vos no tenés nada que ver. Quédate tranquilo que te van a soltar”.
¿Cómo te trataban?
Allí ya habían decidido dejarme en libertad, me ponían Radio Colonia para tapar los gritos de la tortura de mis compañeros de prisión. Los llevaban y traían para interrogarlos, mientras a mí me trataban distinto: no me llevaban a ningún lado, no me preguntaban nada. Me tomaban el pelo: “Pelotudo, por qué estás acá; por qué esto, por qué lo otro”. Era su hazme reír, su muñeco.
¿Pudiste reconocer la Casona?
Sí. En ese lugar yo me encargaba de la limpieza del baño todos los días. Años después, reconocí ese baño en unas fotos que salieron en la revista Caras y Caretas. Ver ese baño fue un golpe tremendo, sentimientos antagónicos. Pero una felicidad también porque no me había traicionado la memoria.
¿Pudiste hablar con algunos de los otros secuestrados?
En la Casona, estábamos todos juntos encerrados en una habitación, menos Graciela. Un día vino un guardia: “Bueno, ahora vamos a pasar a otra pieza al matrimonio y les vamos a dar cinco minutos para que se den un beso y se abracen”. Llevaron a Floreal con su señora a otra pieza y a Brum con su mujer en otra habitación. “¿Y a este con quién lo metemos?”, hablaban de mí. “Mételo con la Gorda, mételo con la Gorda”. “¿Vos querés hablar con la Gorda?” Yo quería hablar con alguien.
Memorial Soca. Foto: Comisión por la Memoria de los Fusilados de Soca
p>strong>¿Qué te dijo Graciela?/strong>
Me metieron en un cuarto y me sacaron la capucha; ahí me encontré con Graciela por última vez. “Julio, nos van a matar. Cuando salgas, decí a los compañeros que no hablamos nada. Trata de comunicarte con la organización [MLN], porque a vos no te van a hacer nada, te van a liberar, deciles que no somos traidores”. Luego agregó: “Mirá, estamos cerca de Pocitos [barrio de Montevideo] porque vi el Faro”. Esa fue nuestra despedida.
¿Y después?
Una madrugada entraron; hubo ruidos de armas… Mucha cantidad de gente armada. “Levántense tupamaros”. Me levanté también. “Dijimos Tupamaros, no tarados”. Ahí se llevaron a mis compañeros.
Al otro día sentí la voz de mando diciendo: “Bueno, ya matamos a estos comunistas, ya resolvimos este tema”. Yo no quería creer lo que estaba pasando, que los hubiesen matado…no lo creía. Quedé solo en ese lugar, me dijeron que iban a liberarme; iban a llevarme a Uruguay en barco porque “estábamos en la Argentina”. Pero hubo una contraorden y pasaron uno o dos días más hasta la liberación un 24 de diciembre. Me soltaron en Neptunia, un balneario a las afueras de Montevideo donde vivía mi madrina. Me dijeron que me habían detenido por mi seguridad, que me iban a matar a mí y a mi familia si hablaba, que me quedara en Uruguay, porque ellos llegaban a todos lados.
¿Cómo fue el reencuentro con tu familia?
Cuando salí estaba todo sucio, demacrado. Mi madrina preguntó que me había pasado: “¿De dónde venís?” Respondí: “De Buenos Aires”. No quería decirle nada, pero me quebré y empecé a contarle todo el periplo que había pasado. Llegó mi tío y comentó: “Aparecieron cinco cuerpos en la localidad de Soca, son los compañeros de tu hermano”. “No puede ser”, reaccioné. Escuchar eso fue el acabose.
¿Te encontraste con Amaral?
Sí. Él había sido recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo en 1985. Lo busqué pesando en aquel niño de 3 años que correteaba por los pasillos y ahora sería un hombre. Cuando nos encontramos, hablamos mucho, teníamos toda una historia por armar.
¿Por qué decidiste hablar después de tantos años?
En terapia, mi psicólogo me aconsejó sacar todo lo que había vivido. Me aconsejó ir al Servicio de Paz y Justicia [agrupación de derechos humanos] a contar. Y empecé a dar mi testimonio. No se sabía mucho de ese caso. La figura del sobreviviente es difícil, especialmente si no hablaste por mucho tiempo. Yo hablé para sanarme yo mismo. No siento venganza, solo quiero saber la verdad y que la gente no olvide lo que ocurrió.
mayo 14, 2020
Muy buena tu entrevista.Me acongojo’ leer todo el detalle porque no sabia como habia pasado.