“Somos mercenarios de la pintura”

16.01.2016

Miro la obra en detalle. Casi puedo percibir en sus ojos negros el temor y la alegría de haber sobrevivido. La iluminación es natural, un rayo de sol enciende sus pómulos.

Bogotá tiene una galería de arte en sus calles, llena de obras individuales y colectivas. No lo cuentan las guías, ni lo proponen los bogotanos cuando uno pregunta qué se puede hacer en la ciudad.

Por momentos el arte invade de tal manera los alrededores que parece un sueño. Colores vibrantes, rostros aborígenes, pájaros, demonios, cámaras de los años 50, bestias imaginarias, un militar disparando corazones, un campesino cargando a un rico en su silleta* y pájaros empujándolo hacia la libertad, una pareja besándose en el Bronx*, la imagen sonriente de un vagabundo, la cara de un ex-presidente convertido en un cerdo con cuernos, una piña con un perno de seguridad (a la granada se la llama igual que al ananá, piña), una máscara, un tucán, seres mitológicos, se mezclan con la vorágine de la capital. Los grafitis, murales y esculturas cuentan también la Bogotá que casi nadie mira: la violencia, el consumismo, la miseria, la belleza natural y la ancestral.

 

Trípido

 

Detrás del auge del arte urbano hay una historia de violencia.

Diego Felipe Becerra Lizarazo era grafitero y se hacía llamar Trípido. El 19 de Agosto de 2011, cuando tenía 16 años, murió de un balazo en la espalda. El arma la disparó un policía. Trípido y sus amigos estaban pintando en un puente de la ciudad.

Luego de su muerte se “armó” una causa que pretendió mostrar a Diego Felipe como un delincuente abatido. Un robo, un arma, testigos, hechos y pruebas falsas montadas para encubrir el asesinato.

La fiscalía lo calificó como un falso positivo* urbano.

El delito: ser artista.

La repuesta: más arte.

 

Nació el Trípido Fest, un encuentro artístico que se realiza cada año como símbolo de memoria, en contra de la violencia y la represión hacia los jóvenes que parchan* en la calle.

Un grafiti del artista DJLU. Foto: Lola Durán

p>Y cada día nuevas obras invaden las calles; incluso el gobierno de Bogotá comenzó a patrocinarlas.

 

Malegría

 

La calle también reúne familias. Ese es el caso de Malegría que comparte con su hermano, Nomada, y su padre, Rodez, el amor por este «ser viviente», como él la describe.

Malegría tiene una sonrisa contagiosa y una cadencia bogotana al hablar que se mezcla con algo del lunfardo porteño, herencia de los 10 años que vivió en Buenos Aires.

Recién llegado a Colombia desde Argentina, está empezando su vida artística en las calles de su país. Aunque Malegría ya tiene una larga trayectoria que va desde Tierra del Fuego a Salta, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador y Uruguay.

Como introducción a nuestro encuentro decide mostrarme un mural que pintó con su amigo Pin8. Fondo negro, montones de colores y dibujos sobre él.

El mural de Malagría y Pin8. Foto: Cortesía de Malegría

p>Luego me lleva a lo de Benito a tomar unas cervezas. Una casa antigua en La Candelaria*, atendida por su dueño.

Como último preludio tenemos que atravesar un zaguán lleno de grafitis para llegar a las mesas.
“Somos mercenarios de la pintura”, afirma y lanza una carcajada que hace eco en las altas paredes.
Malegría estudió cine en Buenos Aires, pero la adrenalina de la calle se apoderó de él. En el año 2007 su hermano lo fue a visitar. En Palermo compraron los aerosoles y San Telmo fue el lienzo para su primera obra.
«Yo no sabía nada», me dice.
Aunque sí sabía. Como algo innato brotó todo lo que había vivido. El estudio de su papá entre los colores y las pinturas, las ficciones que inventaba de chiquito, el colegio de arte, los ilustradores.

Se define como autorreferencial: «Me parece que lo más sincero que puede hacer uno es plasmar lo que le pasa, hacer una radiografía de su vida, de su cotidianidad… Hablar desde uno mismo para poder hablar de los demás. Desde uno poder decir cosas que le atañen al resto. En vez de tratar de decir algo universal, que a veces es demasiado enorme y se escapa. Entonces me parece que si uno dice cosas que hablen de uno, muchas personas se sienten identificadas».

 

Recuerda varias obras como especiales, la de la estación Federico Lacroze de la línea B de subte en Buenos Aires en donde pintó con gente que él admiraba, una obra en Uruguay para el festival Jazz a la Calle, una obra reciente que realizó en el Barrio Santafé de Bogotá para revitalizar la zona roja de la ciudad junto a artistas de diferentes países de América Latina.

 

Sin embargo, hablar de su familia es lo que le enciende la cara: «Siempre pintar en familia está rebueno… El resultado es muy lindo».

Malegría. Foto Cortesía del artista

p>Luego agrega, refiriéndose al cariño por sus obras: “en realidad todas, casi siempre uno deja un pedazo ahí».

 

“La malegría es una sensación, un estado del alma” me dice cuando le pregunto porqué eligió ese nombre. Sigue: “Cuando escuché a Manu Chao hablar sobre la malegría, se me despertó un gran interés acerca del verdadero origen de la palabra, sentía que aunque Manu fue el primero en llamarla malegría, esta era una sensación que atravesaba a toda la historia de la humanidad. La malegría es una forma de resistencia, es una habilidad que tenemos todos los seres humanos para transformar el sufrimiento en un canto de vida, la malegría es resilencia, es una capacidad para imponer la jovialidad, la alegría, por encima de toda pena y de todo dolor…

Firmo como Malegría porque siento que es una palabra que identifica mucho a nuestra gente, a los colombianos, a los latinoamericanos, a la gente del mundo. Ya sabemos que el mundo es tristeza y dolor, pero debemos ser capaces de sobreponernos a esto mediante el arte y el amor.”

Otro de los murales bogotanos de Malagría. Foto: Cortesía del artista

p>Haciendo honor a su tag*, Malegría dice que la vida es bastante gris y que cuando se aburre de la monotonía de la realidad genera otros mundos que plasma en su obra.

Me cuenta que se deja influenciar por los sueños, las pesadillas, el dolor, las experiencias fuertes, el amor, el desamor, los encuentros, los desencuentros, el sexo, el erotismo, la calle, las drogas, las mujeres de su vida, su familia, sus recuerdos.

«Generar molestia también me gusta, porque es como activar el pensamiento de la gente», dice y se le dibuja una mueca pícara en la cara.

Desde que llegué a Bogotá más de una persona me ha dicho que la ciudad se ve fea llena de grafitis y murales.

Unos días después de hablar con Malegría, circuló en redes sociales y medios “on line” una foto y varios comentarios que sostenían que Enrique Peñalosa, flamante alcalde de la ciudad, eliminaría los grafitis.

Aparentemente (afortunadamente), no será así y Malegría, su familia y el resto de los artistas urbanos se seguirán expresando en los muros.

Tener esa posibilidad no lo es todo: “cuando una obra vaya a trascender es cuando se conjugan tres elementos, el espíritu, el cuerpo y la mente… no todos lo logramos” afirma y con el último sorbo a su cerveza le pone fin a la charla.


Edificio intervenido. Foto: L. Durán

p>*Silleta: base de madera donde los campesinos cargan flores.

 

*Bronx: son dos cuadras del centro de Bogotá donde se concentran habitantes de la calle. Allí se puede conseguir cualquier clase de droga. Es una zona de muy difícil acceso, tanto para ciudadanos como para autoridades.

 

*Falso positivo: es el arresto o ejecución de personas inocentes por parte de los organismos castrenses haciéndolos pasar por criminales abatidos.

 

*Parchar: reunirse con amigos.

 

*La Candelaria: es una de las Localidades de Bogotá. Allí se encuentra ubicado el centro histórico de la ciudad.

 

*Tag: firma que se plasma en las paredes.

 

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