16.03.2016
Por Diego Braude
Uno baila lo que es, y el abrazo es lo que más define quién es uno. Los hay abiertos, muy abiertos… tanto, que a tu compañera le mandas un telegrama para saber como está. Los hay cerrados, tan cerrados que después de un rato tienen que llamar a Emergencias porque el abrazado está azul por asfixia. Los hay duros como pan viejo. Los hay blandos como gelatina. Hay tantos abrazos como gente caminando por la calle.
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Para aprender a bailar, es más fácil empezar por el abrazo abierto. Cada bailarín sostiene su eje sin problemas (supuestamente), hay espacio, no hay posibilidad de ataque de pánico frente a la cercanía de otro cuerpo, se puede ver a la otra persona claramente (¡Ey! ¡Levanten la mirada! ¿Qué hacen con los ojos fijos en los pies?). El abrazo cerrado, en cambio, implica cercanía, más contacto, la posibilidad temeraria de conectar con mi compañerx de baile en un nivel que hasta ese momento nos era desconocido.
El abrazo abierto permite juegos, trucos, porque los dos tienen mucho espacio para desarrollar su propio baile. Por otra parte, hay quienes se aburren con el abrazo abierto porque, justamente, les falta el apapacho que ofrece el abrazo cerrado. Hay mucha gente que, podríamos decir, sólo baila tango para que la abracen y poder abrazar. En un abrazo abierto torpe – lógico al inicio -, quien lleva suele comportarse como si manejara un camión (moviendo al seguidor con los brazos para aquí y para allá). Quien sigue, sobre todo al inicio, tiende a irse por su cuenta y olvidar que baila con otro. “¡Eh! ¡Saludos a la familia!”, y se nos fue el seguidor vaya uno a saber dónde, más allá de que sigue aferradx a nuestras manos.
bailarín pajero. Es aquel bailarín – (usualmente, un hombre entrado en años pero los hay de todas las edades y suelen ser los que prefieren el rol de líder a la hora de bailar) que aprovecha la tanda para apretarse, refregarse y otros abusos más. También suelen ubicar a su compañerx de baile en poses que entienden como románticas, tras lo cual les dirigen miradas penetrantes en el jeta a jeta. Suelen ser fácilmente identificables pero, como buenos depredadores que son, suelen hayar siempre una presa desprevenida. Una amiga bailarina una vez me los señaló como los tiburones.
El temita del abrazo es como la vida: hay de todo y para todos los gustos. Personalmente, así como me gusta el abrazo abierto para jugar a lo pavote o para ir a por cierto tipo de figuras, coincido con quienes le apuntan todos los cañones al abrazo cerrado. Es algo tan sencillo como inexplicable lo que ocurre cuando dos abrazos afines se encuentran. El mundo se disuelve, el tiempo deja de existir y la música es como un rápido de montaña por el cual uno se desliza a veces incluso sin moverse del lugar. Cuando eso sucede, son quince minutos de eternidad. No es poca cosa
Leé otros microrrelatos en Las Acuarelas de Braude