Yo no nací para amar, nadie nació para mí…

30.03.2016

Por Sicodélica2016

 

Después de una pausa, Sicodélica vuelve a contarnos sus aventuras en los chats amorosos. Esta mujer de 40 años, sin mascotas ni hijos, busca nuevas experiencias a través del amor cibernético por recomendación de su sicóloga, como una manera de enfrentar dificultades, despojarse de tabúes y de encontrar nuevas formas de relacionarse. Tras otra desaventura en el chat, a Sicodélica le llegó el amor. En su tercera entrega, nos cuenta nuevos desencuentros y encuentros con el amor chatero.

LOVER BOY, un pedante

Me alejé unos días del diario de Amores Chateros para pensar: pasa el tiempo, no tengo pareja, si este chat será el sitio correcto…. Mientras tanto, seguí conociendo tipos. Esta vez fue Lover Boy. Martín, viudo, dos hijos pequeños que viven con él. Culto y con quien sostuve una buena conversación. Lover Boy me invitó a tomar un café – ninguno propone ir a cenar hasta ahora, qué cosa! ¿Será una cuestión de presupuesto? Llegué a la cita, nos saludamos. Lover Boy es tan delgado, que me sentí con la versión masculina de Olivia -la novia de Popeye. 

Los 36 billares. Foto: Pucheronews

Lover Boy habló de sus experiencias como científico, profesor de varias universidades, una eminencia en su porfesión pero no así en el amor. Su atuendo era particular, mata pasiones para una primera cita: bermuda, sandalias y remera.

Ya instalados en el café, primero se tomó una selfie. “’Quiero que mi hermana vea la remera que me regaló”, dijo. Seguro que su hermana seguiría paso a paso nuestra cita.

El mozo se acercó, nos dio la carta. Pensé que comeríamos algo sustancioso pero sus rasgos de tacañería hicieron que yo sólo pidiera un café en jarrito – ni siquiera uno doble! Él pidió uno con facturas y cuando le dije que prefería cuidarme y no comerlas, me miró con cara de martes 13.

La conversación se basó en la economía del país, el aumento de la luz, el capitalismo…. denso para una primera cita. Le pedí que cambiáramos de tema y mi curiosidad me llevó a consultarle cómo le iba en el chat amoroso. Eso dio tela para hablar de sus amoríos online. “Hace dos años que estoy en el chat, tuve sexo con 20 mujeres. Nada mejor para conocer mujeres que este chat”, expresó con desparpajo desopilante. ¿Seré yo la número 21?

“No busco compromiso», fue lo primero que dijo, “quiero pasarla bien y nada más”. «Y eso de la soledad…¿No te pesa para nada?» Él tranquilo, respondió: «Para nada. El remedio: buen sexo». Se imaginarán mi rostro; por dentro, sentí que estaba oxidada –peor que Virgen.

Habló también de sus “ofrecidas” a ciertas mujeres. Mi cara se transformaba a lo Increíble Hulck. Si algo detesto es que los hombres hablen mal de nosotras, sea lo que sea. Alardeó durante toda la tarde de sus dotes sexuales. Yo veía a este tipo y sentía: “Trágame tierra. ¿Qué hago aquí?”

Foto: Google Images

El colmo fue su comentario airoso por haber cogido con todas las amigas de su esposa antes de casarse. Mi límite llegó a tal punto que le dije “desubicado”. Yo no tenía porqué escuchar sus conquistas. Al estilo teléfono descompuesto, replicó a los gritos: “Dijiste que soy un degenerado.Me has faltado el respeto”. Mientras el mozo no sabía qué hacer. Traté de explicar que no había dicho eso. No hubo caso. ¡Encima me estaba disculpando yo!

El mozo trajo la cuenta y el Lover Boy muy violento, gritó: “Págate tu café”. No sabía qué hacer porque no había llevado dinero. Traté de pensar que por arte de magia aparecería plata en mi cartera para evitar esa humillación.

Conté hasta diez y dije: “Tú invitaste, así que pagas tú pagas”. Lanzó el billete de cien pesos y se fue histérico. Decidí quedarme, sin reaccionar. Una cita infeliz más. Lo único bueno fue que el mozo me invitó un cappuccino doble para consolarme.

 

PEPE LE PEW, un buen amante

A Sicodélica se le dio. Ya era hora de pegar un buen amante.

Daniel, al ver mi foto y mis gustos, dijo cosas hermosas: “Hola, ¿cómo andás? Me gustaría conocerte, si lo deseas, linda”. Yo, al ver la suya, me derretí: tiene rasgos italianos como me gusta.

La charla se fue dando de manera natural y diferente a las otras. Contó que era divorciado, con dos hijos. Yo le dije que era soltera. “Qué raro una mujer tan bella y culta que esté sola, ¿qué le pasa a los hombres?”, comentó.

Esa pregunta me llegó, en palabras dice Ricky Martin, como un disparo al corazón. Tocó mi fibra más íntima.

Era la primera vez que me cuestionaba esto, pero sé que Pepe Le Pew, me lo dijo con amor. Tan seductor, quise verlo personalmente.

“Me gustás. Tenés una belleza especial, no sabría describirla… Mira, te digo la verdad, acá hay un estereotipo de mujer: rubia, alta, flaca y con lolas operadas. A mí, no me agrada ese tipo de mujer; por eso, hablo de tu belleza especial.”Al despedirnos, intercambiamos los números de teléfonos. Esa noche no dormí, me sentía una chica de 20 años. Pronto llegarían los mensajes de whats app.

Foto: Google Images

Al día siguiente, él envió el primer mensaje. Mucha pasión sin conocernos. Me invitó a tomar un café a las cinco de la tarde. Yo me dediqué antes a producirme para que me viese radioante; hacer lo imposible para que el jean me cerrara. Ese día no almorcé de la ansiedad.

Camino a mi cita, miré el reloj para estar segura de llegar puntual. Recibí otro mensaje caballeroso, avisándome que estaba en camino. Pepe Le Pew me esperaba en la puerta del bar -yo sentí que era una novia esperando en el altar. El aroma de su perfume transmitía seducción y encanto. Nuestras miradas se cruzaron flechadas a lo Doña Florinda y el profesor Jirafales.

Nos sentamos y conversamos de la vida, del amor, un poco de todo. Teníamos que dar rienda suelta a nuestra pasión. “Te llevo a tu casa”, propuso. En ese momento, recordé el mandato de mi madre y de mi abuela: no subir al auto de un desconocido. Así que charlamos un poco más decidida a irme sola. Cuando estábamos por tomar cada uno su camino, Pepe Le Pew me besó apasionadamente. Yo no me quedé atrás. Nuestros besos parecían los de Arnaldo André y Luisa Kuliok. No podíamos respirar. Besos franceses. Besos palpitantes. Besos con mordiscos. También me tomaba del pelo. Excitación in crescendo. Pensé: «Sicodélica, aprovecha ahora que la vida pasa. ¡Déjate llevar!». Nuestros cuerpos transpiraban, seguíamos besándonos. De repente, sonó su celular. El hijo de 8 años llamaba para que no olvidara llevarle una camiseta de Messi. Quise matar a ese niño por interrumpir nuestra pasión. Él me miró y se disculpó. Me fui a casa sola pero sentí que esa no era nuestra despedida definitiva.

Al llegar, me tiré en el sofá. Antes fui a la heladera para atacar esa torta de la que me abstuve al mediodía y que ahora era el sedante perfecto para calmar mis angustias. La incertidumbre iba creciendo junto a los pensamientos negativos: “Nunca más lo veré”. Entré al chat; Pepe no estaba conectado. Miraba mi celular para ver si tenía un mensaje y nada. Quise llamar a mi sicóloga pero preferí no hacerlo. Pensé en mi amiga Rita, contarle pero ella estaba de viaje con su amante de turno.

Al día siguiente, Pepe llamó. ¡Otro disparo al corazón! “Hola hermosa, te extrañé. Disculpa por lo de ayer, pero no recordaba que tenía que comprar un regalo a mi hijo.” Sentí que la vida volvía a su cauce. “Quieres ir a cenar esta noche”, preguntó. Obvio quería y no tenía compromisos pero muy sobrada le dije: “Déjame ver la agenda”.

La cita era nocturana: 21hs en un restaurante de comida japonesa. Nuestras ganas de salir corriendo a un albergue transitorio fueron más fuertes. Pensé: “Ojalá que a su hijo no se le ocurra llamar pidiendo el balón del Kun Agüero”. Por suerte, entramos al oasis de la pasión sin interrupciones. El pidió la suite más cara. Yo me sentí una princesa.Me desvistió lentamente; quedé desnuda en cuerpo y alma. Una noche llena de lujuria y amor a primera vista. (Infatuación, pienso ahora). Vi el cielo, la luna, las estrellas. Hacía cuatro años al menos que no me sentía así. Estaba como una quinceañera: cinco horas sin parar, con la pasión de los annos mozos, de los mejores amantes. Descansamos, dormimos, bebimos, conversamos.

Foto: Google Images

Como en Cenicienta, llegó la hora de volver a la realidad. El príncipe me llevó galantemente a casa. Nos depedimos. Yo quedé flotando en una nube. Tenía ya los típicos pensamientos ‘Susanita’: casamiento, hijos, un futuro juntos.

Al día siguiente no llamó; me angustié. Yo estaba dispuesta a aguantar. Finalmente, por la noche, recibí su llamada para expresarme su amor y confesarme: “Vine por trabajo a Buenos Aires, debo regresar a Colombia. Fuiste lo mejor que conocí. Hasta la vuelta, mi amor”. No contesté nada.

No podía creerlo… Mi corazón quedaba hecho pedazos y las lágrimas inundaron mi sofá. Una vez más me encontré citando al cantautor Juan Gabriel: Yo no nací para amar, nadie nació para mí…

 

 

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