Ella, Martel

02.06.2016

Por Luis Vivori

 

Hace un año de la multitudinaria convocatoria del #NiUnaMenos contra la violencia de género. Nos sumamos desde esta columna repasando el cine de una realizadora argentina que simboliza esta lucha desde el mundo audiovisual: Lucrecia Martel.

 

***

 

Nacida en Salta un 14 de diciembre de 1966, Martel es una rara avis en el cine nacional. Porque si bien es cierto que en los últimos años se han sumado algunas otras mujeres al oficio de la dirección – Lucía Puenzo y Ana Katz, por ejemplo – la realizadora salteña fue la que hizo punta. Y la que además muestra siempre su intención de contar sólo historias de mujeres. Mujeres en el centro. Cero estereotipadas. Tampoco idealizadas. Mujeres sin más, con sus miedos, presiones y misterios. Afrontando la sociedad machista desde ópticas diferentes. Y en todas las etapas de su vida, del nacimiento a la vejez.

No es fácil el cine de Martel. No está diseñado para las grandes audiencias. No hay golpes bajos, ni fuegos de artificio. No busca la lágrima fácil, ni el final feliz. Es un cine en el que aparentemente no pasa nada. Cuando eso que “pasa”, en realidad, no es más que la vida misma. Lucrecia invita a la reflexión en tiempos en los que falta el tiempo. O sobra el vértigo. Es cierto, hay que tenerle paciencia. Sus pelis no son para ver en cualquier momento. Pero son auténticas. No hay material que sobre, los diálogos son “reales” 

y todo tiene un sentido, aunque a veces, influenciados por el cine del mainstream, nos cueste encontrarlo.

Al universo femenino, Martel lo ubica, como grandes escritores – Saer con su Serodino natal o Faulkner con el sur racista estadounidense – en su universo personal. Así, sus historias transitan la geografía salteña, poblada de señores feudales, de un conflicto de clases latente, aunque solapado y de una fuerte tensión con una idiosincrasia religiosa omnipresente.  

 

Sus películas:

En La Ciénaga, Martel cuenta la relación de dos familias de primas, Tali (Mercedes Morán) y Mecha (Graciela Borges), una de clase media y la otra de clase alta. Con más claridad que en sus otros proyectos, pero siempre con su estilo sutil, la realizadora nos muestra los contrastes entre clases sociales. Y no se limita al de las primas, la que todo lo tiene y en realidad no tiene nada, inmersa en una decadencia galopante, con la que cree que en la riqueza va a encontrar la ansiada felicidad. También muestra a los que habitan el último escalón, lo pobres. Invisibilizados por buena parte del cine, los pobres aparecen aquí como los criados, siempre atentos a los caprichos del señor feudal. Siempre esperando la oportunidad para revelarse. 

La Ciénaga es un lugar dónde todo flota, resbala. Mundos en paralelo que apenas se rozan, por obligación. Y en el que la aparición de una supuesta virgen, difundido el caso por la televisión, se lleva la atención de toda la población. Ahí sí, sin distinción de clases.

 

En La Niña Santa, no es el epicentro Salta, la reemplaza un lugar de la provincia de Buenos Aires, pero no cambia demasiado el escenario. Es que en el cine de Martel siempre están presentes los recovecos de una cultura pueblerina alejada del desenfreno citadino. Si en La Ciénaga la directora ponía la atención en las cuestiones sociales y familiares, en La Niña Santa, el foco lo pone en la creencia religiosa.

 

Allí, dos adolescentes (María Alché y Julieta Zylberberg) en pleno despertar sexual, confrontan con los dogmas religiosos con los que fueron formadas. En paralelo se desarrolla un congreso de medicina, en el que se generará una situación de abuso de parte de uno de sus miembros participantes con una de las jóvenes, al mismo tiempo que tiene un romance con la madre de la chica. De final abierto, La Niña Santa le pega una trompada a las creencias religiosas cerradas, al tiempo que ilumina los códigos adolescentes femeninos con maestría.  

 


 

La Mujer sin Cabeza, tal vez la menos potente de las tres producciones de Martel, se concentra en la vida de Verónica (Una estupenda María Onetto) que recuerda mucho a la Mabel de Gena Rowlands en Mujer Bajo la Influencia. Es decir, una mujer de gran vulnerabilidad, como fuera del tiempo y espacio que transitan los demás. Verónica tiene un accidente con su auto, atropella algo. Ese algo, que todo creen es un perro, no se confirmará hasta el final de la película. La incertidumbre sobre el accidente, pero sobre todas las cosas, la dificultades de Verónica para desarrollar su vida junto a su marido e hijos, se transforman en el centro de la narración.

 

 

Lucrecia filmó hasta ahora estos tres largometrajes. Con tres años de separación entre cada uno. Y trabaja en Zama, proyecto que promete finalizar en 2016.

 

Mirá sus películas

La Ciénaga, 2001

La Niña Santa, 2004

La Mujer sin Cabeza, 2007

 

 

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