Siempre el mismo, siempre distinto

04.08.2016

Por Diego Braude

 

En su nuevo microrrelato con fotografía, Braude es el mismo pero diferente. 

 

***

 

Saluda. Beso aquí, abrazo allá. Se despide. Sonríe una sonrisa de dientes. Detrás de los ojos, nubes. Sale al frío de la calle y la llovizna de este invierno con humedad que cala los huesos. Clima apropiado para el fastidio que le sopapea el orgullo.

Su cuerpo y su cabeza en una discusión muda a todos los demás, tratando de entender la sensación de haber bailado todo al revés. Lo que ayer era ligero, hoy necesitaba ser pesado; lo que hoy era enrevesado, anteayer quería simpleza; lo que el otro día era ágil, hoy era denso y pausado como una ola que se va formando y nunca estalla; lo que hace un mes era fanfarria y juguetón, hoy pedía sólo respirar, sostener, sentir lo más visceral en cada movimiento. Y viceversa.

Camina por las cuadras vacías. Mientras la mayoría de los mortales duerme el quinto sueño, él va volviendo en medio de cavilaciones bizantinas. Esa noche, fastidiado por enésima vez en el último tiempo, llegó a una conclusión tan evidente como desconcertante porque significaba abandonar la ilusión de seguridad que se había inventado. Descontento con sus movimientos, con su desconexión, con su cabeza en modo hiperactividad metiéndose donde no le corresponde, se dio cuenta de repente que, simplemente, no podía ser todas las noches la misma persona.

Se detuvo. Sonrió feliz de su hallazgo, hasta soltó una risita triunfal. Como quien no quiere la cosa, en la siguiente exhalación le pareció que un peso le soltaba los hombros y se sintió profundamente agotado. Sin dejar de sonreír, puteó entre dientes e inició nuevamente su caminata.

La noche se llenó de una neblina espesa.

 

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