25.08.2016
Por Aníbal Villa Segura
La obra “Prueba y Error” propone un teatro que re-piensa la familia. ¿Qué es? ¿Cómo se integra?¿Cómo se “hace bien”? Su director y dramaturgo, Juan Pablo Gómez, se juega en esta puesta. La obra se puede ver hoy jueves 25 de agosto en Timbre 4.
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Prueba y Error es un gran título porque encierra una falacia que, a su vez, genera utopía. La falacia es suponer que vamos bien si frente a una prueba acertamos o que, si erramos, debemos cambiar de rumbo. Nada más falso; siempre estamos igual. La utopía es pretender evaluar un procedimiento para llevarlo a un inasible buen funcionamiento (resabios de los viejos métodos científicos). El tema o la pregunta que de entrada y salida nos interroga será sobre la familia: ¿qué es? ¿cómo se integra? Y sobre todo ¿cómo se “hace bien”?
El dramaturgo y director Juan Pablo Gómez castiga sin piedad. La lectura simplista de la familia está fuera de cuestión. Su mirada es actual, del 2016. Lejísimas están aquellas estructuras del siglo XIX, rígidas y sustentadas en el poder omnímodo de la burguesía y la religión, que garantizaban la propiedad privada de reinos, títulos, bienes, tierras, pueblos, esclavos y riquezas de todo orden.
A principios del siglo XX la familia, esa una organización prácticamente originada en la sociedad feudal, comienza a resquebrajarse.
Escena de «Prueba y error». Foto: cortesía del director
El conocimiento humano es incontenible: la sociología, la antropología, el psicoanálisis y la historia contienen argumentos cuestionadores.
El poder, denunciado en su fuente machista, se rebela; la familia es clave para su estabilidad; surgen las alternativas que generan supuestamente novedosos enfoques coaptivos: la Psicología del Yo norteamericana proclama la teoría de la adaptación. No alcanza. Los comunicólogos sostienen a ultranza el funcionalismo y lo que no encaja comienza a llamarse “disfuncional”. Se necesitan expertos que saben cómo se hace de todo, pero van fracasando. Hoy, quizás con mayor honestidad e ignorancia, podemos preguntarnos como en Prueba y Error: ¿de qué estamos hablando? El teatro ha seguido este proceso mejor que el cine. En La Omisión de la Familia Coleman, Claudio Tolcachir introduce la metáfora paterna (aporte lacaniano) y la subjetividad; mientras que la familia es el caldero de la sociedad al estilo Foucault en El Loco y la Camisa de Nelson Valente. Sin embargo, Juan Pablo da varios pasos más allá.
Desembarazado de la rigidez de los roles tan apreciados y ubicables (mamá, papá, pasivo, activo), alejado de un vacilante orden natural que supuestamente lo precedería, la estructuración familiar ya no es el “reposo del guerrero”. Más aun, ya no existe el reposador.
El clásico enfoque pasaba por la familia nuclear (papá, mamá, hijx/s) y la familia extensa (tíos, primos). El autor de Prueba y Error abre la tranquera y arma un desparramo; cualquiera entra. Se suman además demonios/gnomos/fantasmas que, infiltrados en el escenario, persiguen, tranquilizan, son testigos y fundamentalmente alumbran a cada personaje. Porque claro, cada personaje es cada uno, uno por uno, en esta familia presente en el escenario y evanescente como vincularidad. Son destacados e indudables aciertos de la dirección.
Camila (Luna Etchegaray) y su papá (Patricio Aramburu). Foto: cortesía del director
Hay una historia típica, pero relevante. Un papá (Patricio Aramburu), una mamá (Anabella Bacigalupo) y su hija Camila (Luna Etchegaray) afrontan quizás la situación más disolvente para un grupo armado como familia: un cumpleaños. Mito y rito iniciático para el crecimiento de una persona/hija y enfrentamientos coléricos y nostálgicos entre los padres. Patricio Aramburu es un gran actor que conoce la complejidad de estos papeles. Anabella Bacigalupo tensa un doble juego vincular que no da respiro y Luna Etchegaray, una Camila que lo sabe, aquí sí, todo. Nena ángel pregunta y medita.
Y se suman las excelentes actuaciones de los familiares asimilados y satelitales.
En realidad, la historia gira en torno a la pelea por los lugares. Aparentemente, pelean por Camila que ocupa el centro; pero no es lo fundamental ya que, lejos o cerca de ella, lo que pesa es que sea un lugar importante. Lugar donde, además, nadie se escucha ni se habla aunque estén hablando.
Javier (Nahuel Cano), uno de los personajes allegados, es insomne y recorre la televisión por la madrugada; encuentra al azar un documental sobre Bombay -acaso una metáfora poco tranquilizadora-, en el que hablan “de gente arriba de gente, arriba de gente y arriba de gente, estamos en extinción, somos partes del pasado”.
Juan Pablo Gómez irá sorteando las situaciones enrevesadas de un progresivo deschave familiar, que él mismo como autor ha desarrollado. El incesto, la gran problemática que signó a Occidente, también tiene su lugar. Al estilo shakespereano, alejado de los objetos originales (papá y mamá) pero sin perder un dejo costumbrista, el tío Adrián (Alejandro Hener) pena por Camila y, a ella, no le resulta indiferente el arrobo de su tío. Una armoniosa escena de ternura e inocencia se despliega entre ambos, acaso la más bella de la obra.
La escenografía. Foto: cortesía del director
Camila con sus 13 años reina en el escenario. Luna Etchegaray merece nuestro aplauso y aprobación, así como el director y el resto del elenco porque sabemos lo difícil que suele ser poner a alguien de esa edad en un escenario -y no por culpa de lxs adolescentes, sino de lxs adultxs.
La escenografía, o lo que creemos que es, surge de las palabras gracias al diseño de Leonardo Ruzzante. El decorado “es” según se lo nombra –algo que podría resultar una dificultad pero se resuelve con naturalidad.
Un objeto cualquiera es tratado con indiferencia, zamarreado. Luego, en virtud de la metonimia, se vuelve preciada obra de arte (los bio-objetos de Tadeus Kantor). Así como los personajes pelean lugares, la escenografía los acompaña.
Pueden ser muchos los finales, la obra lo admite en otra muestra de calidad de la dramaturgia. Se insinúan algunos planteos. Pero el fin “abrepechos” que elige el director es el más tierno posible, el más emocionante posible, en suma el más hermoso posible.
La prueba es ver esta obra, el error sería no pensarla.
Cuándo y dónde ver Prueba y Error
Timbre 4: México 3554
Jueves 25 de agosto – 20:00 hs
Domingos 11, 18 y 25 de septiembre – 19:00 hs
Entradas $150
Reservas en Alternativa Teatral
Más info sobre la obra acá
A. Bacigalupo, la madre. Foto: cortesía del director