Un volcán llamado Trump y el magma social

10.11.2016

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Se pensaba que a Trump lo votaba el “blanco iletrado en su trailer con su rifle” sin ver que la respuesta interpelaba a toda la sociedad estadounidense, incluso a los más inesperados. Sin embargo, hasta que el recuento de votos estaba ya avanzado, pocos pensaron que realmente podría ganar. Hoy muchos se escandalizan o dicen no entender cómo Trump es el presidente electo de los Estados Unidos. Pues bien, para el licenciado Martín Gendler hay que mirar tanto en los procesos iniciados en la década de los 80’s como en los últimos ocho años. Acá su análisis exclusivo para Pucheronews.

 

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Siempre es complicado y hasta arriesgado analizar los fenómenos sociales en su momento de mayor ebullición. Sin embargo, no por eso debemos dejar la posibilidad de analizar los procesos que dieron lugar a esos fenómenos que erupcionan, que estallan y que re-configuran nuestras realidades. Este breve análisis en parte busca eso: intentar analizar en medio de la lava caliente y destructiva del momento, so riesgo de quemarnos pero asumiendo que ese riesgo es necesario.

Personalmente, hace meses que vengo sosteniendo que un triunfo de Donald Trump era una posibilidad real. Tras su triunfo en las primarias del Partido Republicano y, pese a las resistencias internas del propio partido, Donald Trump pasó a ser una extraña posibilidad. Más pequeña o más grande pero posibilidad en fin. 

Trump y Sanders. Foto: Google Images

En frente también existió la posibilidad de que su oponente sea Bernie Sanders, un viejo socialista norteamericano que decidió competir en la interna del Partido Demócrata a sabiendas de que enfrente estaría uno de los últimos productos del sistema democrático norteamericano tradicional: Hillary Clinton.

Así como muchos análisis sobre la Argentina han dicho que tanto el kirchnerismo como el macrismo son “hijos del 2001”, tanto Sanders como Trump son hijos de la crisis económica, política y social del 2008. Obviamente que ambos no nacieron ni literal ni políticamente en el 2008, pero la crisis internacional que estalló en ese año -la más fuerte en el mundo capitalista desde la crisis de 1929- permitió que naciera la posibilidad de que ambos postularan una salida a dicha crisis.

La salida de Sanders era una salida de tinte “social”, más cercana a aquel keynesianismo de Roosevelt sepultado por Reagan en los 80’s. La salida de Trump es una salida más vieja aún, es la salida que busca retomar los postulados del liberalismo clásico de 1776, la salida que recupera los principios que constituyeron a los EEUU: libre empresa personal y profesional para constituir una “gran nación de empresarios americanos”.

El neoliberalismo implementado desde finales de los 70’s implicó un sacrificio del pueblo estadounidense: ofrendar la seguridad social keynesiana y el pleno empleo en función de enfocar todos los esfuerzos políticos, económicos y sociales en ganar la guerra fría contra el “monstruo” soviético. Sin embargo, la llamada “teoría del derrame” prometía que una vez logrado el triunfo toda la sociedad norteamericana sería beneficiada, que todos los que ahora quedaban desplazados serían recompensados por su sacrificio. Tras la caída de la URSS, esta recompensa nunca llegó. Millones de estadounidenses continuaron desplazados del sistema observando como cada vez más sus posibilidades laborales y de crecimiento personal del “sueño americano” eran sepultados por la globalización, por la excluyente lógica financiera y por el traslado de las industrias productivas a México, China, y otros en función de mantener y hacer funcionar esta respuesta neoliberal “triunfadora”, que engrandecía las arcas de los “peces gordos de Washington” a costa de las suyas.

Barak Obama en campaña antes de convertirse en el primer presidente afroamericano. Foto: Google Images

La crisis del 2008 fue un claro agravante de esta modalidad: la explosión de la burbuja inmobiliaria dejó a miles de estadounidenses en las calles y a tirar otro puñado de tierra sobre el “sueño americano”, ya bastante hundido.

Ante esa situación de caos, nuevos vientos de cambio soplaban, eran los vientos de Barack Obama quien con un mensaje carismático y “renovador” venía a prometer una salida “moderna” e inclusiva a la crisis desatada. Sin embargo, su primera medida de gobierno fue confirmar el salvataje de los bancos con dinero estatal implementado por la moribunda administración Bush. Tras este hecho y otros, los prometidos “vientos de cambio” del primer presidente afroamericano pronto se transformaron en una breve brisa que no lograba mover ni una rama.

Al menos estas son las impresiones que quedarían en gran parte de los estadounidenses (materializadas en el mapa de los Estados en las recientes elecciones) sin mirar las diversas trabas que sufrió esta gestión y solo enfocándose en los diversos errores propios.

Para la racionalidad instrumental lo que importa es el resultado. En este sentido, los dos mandatos de Obama no lograron revertir la situación general en medio de una conflictividad social ascendente tanto en EEUU como en el resto del mundo.

Igual que después de la crisis de 1929, una sombra (y no un fantasma) empezaba a recorrer el mundo. Luego del 2008, esa sombra volvía a emerger aunque con distintas características.

Sanders fue contenido por los mismos mecanismos burocráticos del Partido Demócrata decantando en la nominación de Hillary Clinton, uno de las principales fichas del gobierno de Obama y una de las principales representantes del sistema político tradicional estadounidense. Trump, en cambio, rompió todo mecanismo de contención posible, incluso teniendo enfrente a dos “pesos pesados” del establishment republicano como Jeb Bush y Ted Cruz.

Trump, Cruz y Jeb Bush en campaña. Foto: Google Images

Lo que dejaría el triunfo en las primarias de Donald era un mensaje claro: el furibundo y naciente grito de batalla no solo apuntaba a Obama y a los demócratas, sino también al establishment republicano que era el otro gran responsable de la promesa incumplida y de sus nulos o mediocres intentos por remediarla.

Ese grito de batalla fue poco oído o ridiculizado. Tanto el de Trump mismo como el de sus cada vez más numerosos seguidores. Los medios de comunicación estadounidenses engrosaron sus ratings y números comerciales gracias a ese grito antes de ver que podía venir en serio, pasando luego a demonizarlo. Miles de estrellas de Hollywood, medios de comunicación de todo tipo, presentadores, filántropos, economistas, etcétera, etcétera, etcétera se unieron contra el avance de Trump.

Se pensaba que a Trump lo votaba el “blanco iletrado en su trailer con su rifle” sin ver que la respuesta interpelaba a toda la sociedad estadounidense, incluso a los más inesperados. Sin embargo, hasta que el recuento de votos llevaba ya avanzado, pocos pensaron que realmente podría ganar. Hoy muchos se escandalizan o dicen no entender.

Hay que mirar tanto en los procesos iniciados en la década de los 80’s como en los últimos ocho años para ello.

No es que la elección de Trump se explica por un “cambio a cualquier precio”, sino que se explica en todos los intentos fallidos de ese cambio, principalmente en el de la Administración Obama cuya promesa fue la más esperanzadora, la que menos pudo o supo hacer y la que terminó de lograr que ese caldo de cultivo de furia, indignación y frustración finalmente hierva y se desborde del tazón.

En este sentido Hillary, además de ser un producto del establishment de Washington, era una representante de esa forma ya fallida de cambio, y sus propuestas buscaban intentar enderezar algunos de los caminos levemente desviados pero manteniendo el mismo rumbo.

Trump y sus votantes. Foto: Google Images

Trump viene a representar otra forma de “cambio”, que busca su respuesta en los “ideales estadounidenses”. Una respuesta que no pondere a los Otros (aliados y demás) por sobre los propios, que logre “volver a poner a nuestra gran nación en el lugar de su destino histórico” y finalmente logre quitar esa atmósfera de “corrección política” de inclusión y aceptación al Otro tan extraña para la idiosincrasia de gran parte del país (salvo algunos pocos focos cosmopolitas, y esto tomado con pinzas) y muchas veces vista también como la gran causante de la decadencia actual. 

En definitiva, Trump materializa una propuesta de cambio “que se haga bien”, ya que se hace en base a lo “propio” sin ensayar respuestas foráneas o ajenas a lo que “siempre hemos sido” y postulando que ese fue el motivo de su fracaso.

Lo antes mencionado, sumado al caso del fracaso de Syriza como alternativa de izquierda en Grecia, a la caída de los neo-populismos en América del Sur, a la dificultad de conformar gobierno en España, al Brexit en Gran Bretaña y al “NO” a la paz en Colombia ya perfilaban un escenario contextual mundial favorable a lo que finalmente pasó. Por eso, su triunfo no es “algo imposible” salvo para los que no quisieron verlo como posibilidad.

Para finalizar, no haré predicciones acerca de cómo sigue la cosa pero me gustaría dejar solo una advertencia. Algunos cómodamente analizan este fenómeno con la conocida frase de Marx de “la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa” pensando en las similitudes del ascenso de Hitler y de Trump. Hay que advertir que Trump no es una farsa. Trump es un caso inédito y con características propias que nos debe obligar a replanteare mucho de nuestros pensamientos y teorías para poder analizarlo a la par de su despliegue. Pensar que Trump solo es una farsa de Hitler como ya varios van postulado tempranamente, nos puede hacer caer en analizar hechos distintos con las mismas herramientas y por tanto hacer un análisis erróneo de su figura, sus acciones, su discursividad, etcétera.

 Citando a Deleuze, “no se trata de temer o esperar, sino de buscar nuevas armas”.

Más que buscarlas, debemos trabajar para inventarlas. Cuanto antes, mejor.

 

 

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