30.12.2016
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La forma en que el debate respecto al CONICET se dio en las redes sociales volvió a poner en boca de muchos un concepto que algunos consideran la palabra del año, sobre todo desde que fue incorporada como neologismo en el Diccionario Oxford. La Posverdad (post-truth en inglés) “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”, según su definición.
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La palabra Posverdad tomó fuerza este año porque muchos sectores bienpensantes, herederos del iluminismo, nacidos y criados en una modernidad que hizo de la racionalidad un culto, periodistas que consideran al chequeo de la información un principio insoslayable, se vieron sorprendidos por fenómenos que anunciaron no podrían ocurrir: fundamentalmente procesos electorales como el Brexit, el plebiscito por la paz en Colombia y el triunfo de Trump.
Este fenómeno de la posverdad vino acompañado de otras dos ideas que están en el centro del debate: las “burbujas algorítmicas” que nos hacen vivir en una zona de confort donde vemos y leemos lo que confirma nuestro pensamiento y la proliferación de los sitios de noticias falsas presentadas como reales.
Pero no son fenómenos nuevos. Por ejemplo, veamos la apelación a la emoción y la elección de los enemigos que hizo Hitler (¡les pido por Dalma y Gianina que no caigamos en la Ley de Godwin!) o, más cerca en el tiempo, el anuncio del primer ministro británico Tony Blair sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak (que nunca aparecieron ) seis meses antes de la invasiónjustificando la misma. La ficción se hizo eco de estas cuestiones en la película Wag the dog (Mentiras que matan en Argentina), protagonizada por Dustin Hoffman y Robert De Niro, que muestra como asesores del presidente de los EEUU inventan una guerra con Albania para la TV con la intención de tapar un supuesto escándalo sexual del mandatario. La diferencia quizás sea que, en todos esos casos, fueron los medios tradicionales los que forjaron el engaño. Hoy son desplazados por cientos de medios digitales + redes sociales.
Las redes sociales en muchos casos -como Instagram, Snapchat o Periscope- están basadas en la imagen y la instantaneidad. Esto ha dado pie a lo que muchos denominan el cierre del “cinturón de Gutemberg” abierto con la imprenta.
Imágenes, emoción, creencias. Un siglo XXI que en muchas cosas nos devuelve al siglo XV y altera a quienes se fomaron en el XX.
¿Qué tiene que ver el CONICET con todo esto?
El gobierno había decidido producir un recorte en los ingresos a la carrera y las becas que otorga el CONICET para la investigación científica, algo que claramente iba en contra de sus anuncios de campaña. Funcionarios y varios medios “serios” estaban a favor pero tenían cierta “vergüenza” para salir a decirlo abiertamente. Fue entonces cuando algunos periodistas se convirtieron en los voceros del ataque a los investigadores, principalmente a los de las áreas sociales.
No van a encontrar en esas críticas argumentos “científicos” sino golpes de efecto, memes, emociones, confirmación de prejuicios y una gran habilidad para entender y usar el lenguaje de las redes sociales.
Todo esto fue amplificado por una red muy aceitada en reproducir este tipo de mensajes y atacar a quienes piensan distinto. Cualquiera que trabaje administrando redes sociales de una persona u organización que no coincida con las políticas oficiales lo ha vivido en carne propia, antes con el kirchnerismo y ahora con la nueva administración. En esa red, hay periodistas, funcionarios, personas comunes, militancia y también bots automatizados como lo analizó Pablo A. González para El gato y la caja.
Una reacción siglo XX
Pero, como no creo que tenga sentido llorar sobre el troll despertado, me preocupa más la reacción en términos comunicacionales de quienes apoyamos a los investigadores del CONICET y queremos mayor inversión en ciencia. Fe una respuesta del siglo XX.
Hay dos principios básicos en la comunicación en redes, difíciles de respetar cuando se está en el fragor de la batalla: “el que se enoja pierde” y “no alimentes al troll”. Los defensores de los investigadores se enojaron y la dieron de comer al troll.
Muy poca gente sabe qué es el CONICET, cómo se accede a él, qué investiga. Muchos de los que sí saben es porque se han quedado afuera del sistema y están enojados. Los trolls operan sobre esa base: desconocimiento y resentimiento. Y cuando me refiero a trolls no estoy hablando de las cuentas pagas (que las hay), ni de los robots (que los hay), sino de todas aquellas personas de carne y hueso que son muy activos en foros y redes con una actividad que consiste básicamente en buscar pelea. Ningún dato, ningún argumento sirven para convencerlo, siempre tiene un pero. Viven de las respuestas ajenas y llegan al orgasmo si alguien medianamente famoso se enoja con ellos.
Definitivamente no hay que hablarle al troll, pero si a esos que no conocen, a los que están enojados, a los que piensan distinto que nosotros pero son nuestros amigos, primos, vecinos. Ahí estamos fallando.
Una enseñanza que nos dejó las elecciones de EEUU es que no sirve atacar, ningunear, subestimar, insultar al votante que elige una opción que nos parece descabellada. Eso solo logra reafirmarlo en sus creencias y hacerlo sentir parte de un colectivo. Si creemos que solo hay trolls del otro lado, vamos por el mal camino. El camino es dejar aislado al troll, ignorarlo, que lo mate su ego.
Las primeras respuestas a los ataques contra los investigadores fueron de largas explicaciones con estructuras discursivas propias del iluminismo (como esta que estoy escribiendo). Palabras difíciles mezcladas con chicanas solo para entendidos y mucha agresividad con quienes osaban siquiera dudar de la utilidad del CONICET: “Que hablás vos que no terminaste el secundario” (en un país donde menos del 50% de los pibes termina el secundario en tiempo y forma), “analfabeto” “son globoludos”, “votaste para que esto pase”. Todos insultos hechos desde una supuesta superioridad intelectual o moral, la misma con la que se dirigían a los votantes de Trump los Demócratas.
La Facultad de Ciencias Sociales, una de las más atacada por los trolls, emitió un comunicado donde decía: “La perversa lógica de exponer a las víctimas y agredirlas para deslegitimar el conflicto no es novedosa ni original, pero no podemos dejarla pasar. Quienes sistemáticamente organizan materialidades y sentidos contra cualquier forma de autonomía en el desempeño científico técnico insisten hoy una vez más mediante la agresión y el engaño.”
Todo bien, ellos son malos, pero entonces ¿cómo organizamos las materialidades y los sentidos para defender a los investigadores? ¿Cómo aportamos conocimientos desde la comunicación social? ¿Cómo utilizamos las nuevas tecnologías que la ciencia y la investigación han desarrollado para defender a los científicos que las han creado?
La lucha logró un triunfo coyuntural. Sin embargo, el debate va a seguir en torno al CONICET y en torno a otras áreas donde el gobierno va a intentar ajustes.
No tengo muchas respuestas. Sé lo que no hay que hacer y sé que detrás de cada investigación hay una historia que merece ser contada, descubrimientos que deben ser conocidos masivamente, fracasos que son parte del camino a recorrer. Ahí está la masa que hay que amasar.
Sobre el final del conflicto, aparecieron algunos videos, algunas notas que apuntaron en esa dirección y empezaron a cambiar el rumbo de los debates, historias que conmueven, investigaciones que cambian vidas, datos que ayudan a entender.
Tendremos que seguir discutiendo si existe la posverdad o es una moda, si Facebook y Google tienen que hacer algo con las noticias falsas, si hay forma de romper la burbuja de los algoritmos. Pero, mientras tanto, tenemos que registrar los acelerados cambios en el terreno de la comunicación y empezar a diseñar estrategias comunicacionales para no envejecer nosotros siendo los trolls.
Trailer de Mentiras que matan
Leé la columna Pascual y la tecnología