17.03.2017
Por
Esta nueva acuarela porteña nos invita a desenfocar la realidad para ver el mundo más allá de lo evidente.
Achinar los ojos. Desenfocar.
O sea, dejar de enfocar la mirada en un punto fijo. Ver…
La nube deja de ser sólo una nube, se vuelve fragmento de un patrón de formas. Los cuerpos dejan de ser sólo piel y hueso. Hay un diseño en movimiento. Bloques de colores que se entrelazan, se distancian.
¡Hay ritmo! Nada jamás permanece quieto, ni siquiera lo que parece estarlo.Todo se vuelve una historia, el dibujo de un mapa en permanente diálogo, en un ir y venir donde no hay delante ni atrás.
Mirar con los ojos achinados es sentir el tiempo y el espacio de otra manera: ni arriba ni abajo, un antes y después se encuentran en un quizás. Es ir del árbol al bosque y viceversa. Así, el mundo se vuelve algo más allá de lo evidente.
En el Parque Centenario, un atardecer violeta furioso y ella le responde un beso carmesí. Los patos dejan de nadar un instante; tierra y cielo se miran en espejo. Las cotorritas pincelean de verde el violeta.
Una guardia gris se acerca lenta y discretamente para indicarles que el parque está por cerrar. Los patos vuelven a nadar, arrugan el espejo. Las cotorritas salen de la escena. El violeta ya es azul oscuro noche. Ellos se levantan, parten. Cae el telón naranja de las luces del parque.