24 de marzo y el periodismo

31.03.2017

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Hay una premisa que se instaló en los medios en las últimas semanas: “el debate de los 70s sigue abierto”.  Voces, cuyo único objetivo pareciera ser relativizar los hechos de la última dictadura militar, son escuchadas y toman un rol central en el debate. No están solas: encuentran eco en un sector de la sociedad cada vez más amplio y tienen correlato con la opinión de algunos funcionarios públicos. ¿Cómo nos paramos los periodistas frente a estas voces? ¿Asumimos que tenemos un rol importante en este tipo de discusiones? A la hora de debatir este tipo de cuestiones -críticas para nuestra sociedad- ¿cambia algo en nuestro trabajo?

Es miércoles a la noche e Intratables domina la pantalla. La placa reza: “La grieta de los 70 a flor de piel”. El timing no es casual. Días atrás, Gómez Centurión había afirmado en el mismo canal que no hubo un plan sistemático de desaparición forzosa de personas en la última dictadura militar. La periodista Romina Manguel lo frenó bien, pero la voz del actual titular de la Aduana ya había quedado legitimada. En la semana posterior otro tipo de voces con argumentos similares comenzaron a desfilar. Buscan bajarle el tono a la última dictadura militar. Lo cierto es que los hechos de la dictadura formaron parte del mismo tipo de debate que ya vemos en la televisión hace tiempo. Diremos que, como menos, es imposible cerrar una idea.

Si todo pasa volando y a los gritos, quizá sirva parar un poco la pelota. Pensar si tenemos un rol y una responsabilidad como periodistas frente a este contexto social. No me refiero a teorías obsoletas como la agenda setting y bla, hablo de la creencia en cómo va a impactar lo que decimos y escribimos hoy, y si somos responsables por ese impacto. Si el debate se va a dar, ¿somos capaces de fijar los términos de ese debate? ¿podemos evitar que se banalice una discusión tan importante para la sociedad?

Ya sé: es una mirada naif. Mis dieciocho años y mi amor incondicional por este oficio borran cualquier dejo de objetividad posible. Pero sigo creyendo que, aún en estos tiempos, lo que hacemos tiene un impacto enorme en quien nos consume. Ya no somos el único canal para acceder a la información, pero todavía somos uno importante.

Sería un error responsabilizar al periodismo de la aparición de voces negacionistas o relativistas. En primer lugar, no son un fenómeno nuevo: hace años que existen esos discursos que no buscan otra cosa que una legitimación de su odio. Pero si le vamos a dar el espacio para que se expresen, al menos debemos ser capaces de determinar en qué términos se va a dar ese debate. ¿Por qué? Porque no se juega con estos temas, no es “Uber si o Uber no”, es la última dictadura militar. Es peligroso.

Ir en contra de un pensamiento dogmático también es parte del oficio. La justicia ya se expresó y la dictadura es una verdad histórica. Eso no significa que no se pueda criticar o cuestionar el accionar de una fuerza política o de ciertos grupos, por miedo a caer del lado de los negacionistas o relativistas. Esa lógica siniestra hoy encierra a muchos. Basta de hablar de grieta, acá no hay dos versiones de los hechos: la última dictadura militar sucedió, y si se quiere cuestionar la agenda de derechos humanos del kirchnerismo o de quien sea es válido, pero separando los hechos de la dictadura.

Pablo Marchetti afirma que la apropiación monopólica de una visión de los 70s contribuyó a que existan ese tipo de expresiones. “Cuando uno traduce los hechos de corrupción, sueños compartidos o el abrazo de Hebe de Bonafini a Milani… eso no es muy bueno para impedir que aparezcan ese tipo de expresiones. Hay algo que se instaló en los últimos años sobre ‘hacerle el juego a la derecha’, finalmente terminas haciéndole el juego a la derecha tratando de tapar estas cosas o tratando de justificar cosas nefastas”.

Escapar a esa lógica es el primer paso para un mejor trabajo periodístico sobre estas cuestiones. Hay criterios de sobra para apoyarnos -la justicia es uno válido-, comencemos a usarlos bien.

 

Elegir quién da ese debate

Antes de escribir esta nota tenía una posición errónea. Creía que si la justicia ya había saldado ciertas cuestiones, y la mayor parte de la sociedad las había interiorizado también, ese tipo de voces negacionistas o relativistas no tenían que ser escuchadas. Que había que ignorarlas, dejarlas pasar. Me oponía al solo hecho de que esas voces tengan lugar en los medios. Después hablé con Miriam Lewin.

Miriam, periodista y víctima del terrorismo de Estado de los 70s, cree que al ignorar esas voces nos arriesgamos a la propagación en vehículos más nocivos para la sociedad. Y tiene razón. “No vamos a conseguir tapar el sol con la mano, lo que hay que hacer es combatirlo con argumentos”.

“Hay que visibilizar y rebatir públicamente. Debatir con altura, no con agresividad. Con hechos, cifras, argumentos legales”. Para Lewin, puede ser positivo que esos debates se den en los medios, pero como oportunidad para desarmar esos discursos de forma inteligente, con hechos, dejando en claro que no se trata de interpretaciones.

Periodistas no son todos. Y los hay de distinto tipo. Si un periodista va a dar ese debate, tiene que estar a la altura de la discusión. “Si vos ponés a un periodista deportivo a opinar de esta historia, o a una periodista de chimentos a opinar sobre protestas sociales, realmente hay una profunda prostitución del género del periodismo de opinión, porque todos opinan de todo”. No se trata de desvalorizar el trabajo de otros colegas; simplemente se entiende que, ante temas de carácter sensible, se debe dar la palabra a los que están preparados para eso. En realidad debería valer para todo: por algo nos especializamos en ciertos temas, para el que le toque hablar sobre eso esté a la altura. Pero al menos intentemos respetarlo en temas que nos atraviesan a toda la sociedad.

Opinar, opinamos todos. Ningún ciudadano se puede quedar afuera de este tipo de cuestiones, pero no da lo mismo. La opinión de ningún periodista vale más que la de un ciudadano, pero no nos pagan por opinar sino por informar. Y como ciudadanos somos todos, quizás haya que preguntarnos por qué esas voces tienen espacio.

“Nosotros tenemos que hacer algo, la gente en general tiene que hacer algo. La sociedad es la que elige a esos medios. La que convalida y la que justifica la existencia de esos medios. Si los ignoramos, esos medios no existirían, y esos discursos tampoco” explica Marchetti.

 

Los pibes

Yo no quería escribir sobre esto; no es mi tema, no me siento cómodo. Pero encontré un motivo que me empujó a hacer esta nota: cada vez más, escucho gente de mi edad que no sabe lo que sucedió, ni siquiera sabía porqué se marchó el viernes 24. Lo confieso: yo me tuve que informar bastante para escribir sobre esto, aun esquivando cuestiones de los 70s y enfocándome en el periodismo.

Me pregunto qué sucede cuando uno de nosotros prende la tele a la noche y ve este tipo de “debates”, escucha esas voces expresarse sobre temas que no conoce, por razones lógicas. Me pregunto porqué esta clase de personajes tienen tanto arrastre en las redes, catalogados como “desenmascaradores de mentiras”.

Al que la vivió no se la contás. Para el que conoció la dictadura, este tipo de discursos no le dicen nada nuevo: o reafirman lo que ya pensaban o son desechados fácilmente. ¿Qué pasa con los que no vivimos esa época?

El camino siempre, siempre, es la educación. Ya sea con contenido enseñado en instituciones educativas, en relatos familiares o en marchas masivas.

Ahora, ¿cómo ayudan los medios transformando discusiones históricas en espectáculos? ¿Es ridículo pensar que el periodismo también puede ayudar a mantener viva la memoria?

Me rehúso a creer que todo es negocio y rating. Se que gran parte lo es, pero eso no imposibilita el trabajo responsable de muchos de nosotros. Esta nota no va a puntualizar en porqué ciertos sectores del periodismo, o incluso del gobierno, impulsan este tipo de visiones. Tampoco exenta de responsabilidad política a gobiernos anteriores. Mucho menos busca tener un carácter moralizante o de tipo pedagógico, porque no estoy en el lugar para hacerlo. Al fin y al cabo yo aprendo del periodismo, pero del buen periodismo. Que todavía existe.

La primera premisa de la cual parto para escribir una nota es que mi opinión no le importa a nadie. Eso no quiere decir que no pueda transmitir algo valioso.

Nunca me tocó escribir de un tema tan sensible. Escribí desde mi lugar de pibe, pero también desde el lugar que más orgullo me da: el periodismo. Ahora ya volveré a escribir sobre política exterior y boludeces del mundo que no le importan a nadie. Pero sé que si alguien se puede llevar algo de una nota, me hace feliz. Es lo que hacemos. Es lo que amamos.

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