01.04.2017
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Tantas cosas se han dicho y tantas se vuelven a decir sobre la última dictadura militar. Teoría de los dos demonios, negacionismo, relativización de un Terrorismo de Estado muy documentado, desprecio hacia las víctimas, a los que luchan por los Derechos Humanos. Y no es solo en Argentina, pasa en Uruguay y en Brasil y en Chile y así. Es triste, es complejo, moviliza -no sólo desde la acción de salir a la calle sino internamente. Volverse a preguntar mil cosas, reflexionar, repensar porque encima está la sacralización del tema, la apropiación del discurso, los fundamentalismo de uno y otro lado. Acá, les dejamos un breve texto visceral en primera persona junto a la fotogalería de Gonzalo García.
Nací en 1976. De niña, decía que no imaginaba vivir en un régimen dictatorial porque había nacido en democracia. Sin embargo, soñaba con militares, persecuciones, gritos. Mi familia pertenece a la gran masa de ‘gente común’ –como dice Eduardo Minutella en el dossier de Panamá Revista. O sea, mucho no se hablaba. Yo, sin saber lo que sabía, era permeable a los indicios. Vivíamos en una zona militar de la ciudad de Buenos Aires: Iglesia Castrense, Instituto Geográfico, al lado de una comisaría y tantos etcéteras. Además, iba a una escuela pública y tenía amigas con familiares desaparecidos. Esos signos que no terminaba de descifrar hacían mecha y enfrentaba a mis mayores al escuchar frases del estilo “Mejor no meterse” o “Algo habrán hecho”. Indignada replicaba:
– La familia de tal, ¿te parece mala?
– No.
– Ves, y tienen un tío desaparecido.
Desde muy pequeña, ciertas normas sociales y sus justificaciones me parecían absurdas, no lograba comprenderlas. Solía decir que la vida era como una boleta que te pasaban por debajo de la puerta por algo que nunca habías comprado; algo que incluso ni siquiera deseabas. Recuerdo aún las risas adultas frente a mis enunciados.
Los sueños con botas se extendieron por más de una década. Habían pasado la guerra de Malvinas y la elección de Alfonsín como presidente. Recién cuando tenía 14 o 15 años, una tarde caí en la cuenta de que no había nacido en democracia sino en plena dictadura militar. Mi inconsciente procesaba por adelantado las fichas que luego se acomodarían. Recordé que, además de las pesadillas, tenía el fantasma de ser adoptada. Ya cerca de los 18 pensé en ir a Abuelas, pero no tenía sentido porque realmente soy un calco de mi familia: rasgos físicos, tono de voz, cierta manera de gesticular. Pero las ideas no. O al menos, no muchas.
Hubo un tiempo en el que me daba vergüenza no pertenecer a una familia más cool -como diríamos hoy- de intelectuales o artistas. No tenía anécdotas de militancia o activismo que validaran mi postura y eso me contrariaba. Fueron pasando los años, y las lecturas, lxs amigxs, el estudios, mi madrina de la vida, los amores me ayudaron a entender que la construcción de mi pensamiento y mi postura ideológica era valiosa. Contra viento y marea, había elegido enterarme, saber más, informarme. Sobre todo, había elegido donde pararme frente a ciertos discursos que hoy vuelven a aparecer. También hoy volvieron los sueños con botas. Pero, como mujer adulta, tengo más herramientas para lidiar con la angustia. Y desde mi lugar de periodista y editora, elijo dar batalla al negacionismo y a quienes relativizan un hecho histórico cuya atrocidad está documentada y no es solo un mal sueño.
Mirá la fotogalería de Gonzalo García: