12.05.2017
Por
¿Cómo retratar el dolor ajeno? ¿Dónde posar la mirada, el objetivo? ¿Cuál es el límite para no invadir un momento íntimo?¿Cómo no volverse cínico?¿Es posible mantener cierta sensibilidad y a la vez una distancia necesaria? ¿Qué modelos seguir? Estas son algunas de las reflexiones que se hace un fotoperiodista frente a situaciones que lo conmueven.
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Vos y yo no nos conocemos, pero sé que nos hemos cruzado en otras marchas. (Tenemos el mismo flash; sí, acepto que peco por chequear el equipo de los demás fotorreporteros). Esta es la octava manifestación para mí; recién empiezo en la profesión de fotoperiodista. Mi primera vez fue en octubre del año pasado; una concentración llamada “Para que no te pase”. Ese día me zambullí en la emoción de la masa, en las historias ocultas para un pibe como yo que vivió siempre en una burbuja de clase media Capital Federal. Eran historias de familias de clase popular destruidas por la violencia y la complicidad e inoperancia del Estado. Mientras la periodista hacía entrevistas, yo tomaba las fotos que iban a acompañar su nota. Una mujer relató cómo habían asesinado a su marido y al cuñado, dejando huérfanos a tres chiquitos. Uno de los niños tenía esa tristeza en los ojos que te parte el alma. La expresión era perfecta para una foto que llamara la atención, que buscara emocionar al lector, y la tomé. Pero fue sólo una y le pedí permiso. Apenas terminé, otro reportero llegó con su equipo; se puso de frente, disparó varias fotos y a otra cosa (la velocidad para informar que nos requiere la modernidad). La editora me dijo que era normal, que en esta profesión entrás con ganas de cambiar el mundo, pero el mundo rápidamente te da un sopapo y podés convertirte en un cínico si no hacés ciertas elecciones éticas.
Después vinieron muchas marchas por femicidios y otras por reinvindicaciones feministas; y la emoción que se respira en el aire empieza a dejar huellas en uno. Te preguntás cómo sacar fotos en un momento de intimidad tan grande como es la demostración de un dolor. Pero la foto la sacás igual. Racionalizás el comportamiento de que esto es un laburo y si te dejás pasar por encima por todas las emociones que andan dando vuelta, llega un punto que no vas a poder salir más a la calle. “Hay que blindarse” te empezás a decir.
Un día me tocó cubrir la marcha contra el 2×1 a los genocidas. Por primera vez pude llegar bien hasta adelante, a pasos del escenario, en un acto tan masivo. Saqué cuanta foto pude. Cuando las madres y las abuelas empezaron a bajar del palco, miré a mi alrededor buscando a dónde más apuntar y te vi. Mentira; primero vi al señor con un pañuelo atado alrededor de su cuello, llorando desconsoladamente, y luego te vi a vos, abrazándolo, consolándolo. Me quedé duro. Un fotógrafo se acercó, se agachó y disparó varias fotos. Yo me acerqué con miedo, me puse de costado y tomé la foto que ves. Después me quedé quieto, dudando; no sabía si también acercarme al señor y abrazarlo, pero soy tímido para acercarme al otro. En cambio, me quedé mirándote.
Vos y yo no nos conocemos. Pero ayer cuando revelé la foto, me puse a llorar. Me embargó de emoción tu gesto, tu valentía, y por sobre todas las cosas tu humanidad.
Vos y yo no nos conocemos, y te ando buscando para que sepas que te agradezco desde el fondo de mi corazón porque lo que hiciste ayer me dice que elegí la profesión correcta.
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