El juego de la Propaganda

23.05.2017

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Durante buena parte del siglo XX, un grupo de países llamó la atención de la prensa internacional, entre otros testigos, porque intentaba construir un sistema alternativo al capitalismo. Experimentos aislados en un mundo controlado por el capital y la sociedad de consumo. Curiosamente, y aunque funcionen como eslabones perdidos venidos de alguna galaxia, aparecen a menudo en la órbita de los grandes medios de comunicación occidentales. Así es como Corea del Norte, un país sin ninguna relevancia más allá de sus fronteras, adquiere un protagonismo desmesurado en las pantallas de mayor cotización. No hay experimento político que no se sostenga con un relato. De la propaganda que producen para imponerlo, tanto de un lado como del otro y en disparidad de fuerzas, nos habla El Juego de la Propaganda (The Propaganda Game). O al menos lo intenta.

 

A los países que proponen una alternativa al capitalismo, como Corea del Norte, se los presenta, en la mayoría de los casos, con tono burlón y utilizando, sin ruborizarse, una permanente desinformación. ¿Será su carácter exótico lo que les interesa? ¿Será la falta de información producida in situ que da como saldo misterios e intrigas? ¿La violación a los Derechos Humanos, su supuesto armamentismo? ¿O será que algunos de sus planteos y metas como sociedad ponen en evidencia, por contraste, las enormes injusticias sociales que produce el orden mundial imperante en las áreas esenciales para el desarrollo de una persona?

En un largo paneo de canales de noticias internacionales, El Juego de la Propaganda nos muestra qué piensa occidente sobre Corea del Norte: que los turistas no pueden entrar, que el país es una dictadura, que no respetan los derechos humanos. Frases que se deslizan por las pantallas en tono de catástrofe. En contraste, los primero pasos en Corea de Álvaro Longoria, realizador y maestro de ceremonias de su documental, son de una llamativa placidez. Se cruza con chicos patinando en una plaza o con rituales protagonizados por mujeres con atuendos típicos de colores nítidos. Son todas sonrisas.

Luego, las gigantografías de Kim Jong-Un, líder del país asiático, nos alejan del ambiente sereno y nos adentran en la Corea profunda, la del culto al personalismo. Un paternalismo al estilo de los llamados populismos o si se quiere,  de un comunismo tardío. Un Estado todopoderoso, que resuelve y administra las necesidades básicas de su población, “sin egoísmos”. Estos ideales impulsaron al Alejandro Cao de Benós a dejar su España natal para convertirse en un embajador del sistema coreano. El documental también nos cuenta su historia, la del militante de izquierda que, cansado de las agachadas de sus compañeros de ruta, encuentra en otras latitudes aquellos mismos valores pero puestos en práctica, de manera auténtica y sin chamuyos.

 

Es precisamente gracias a Cao de Benós que el realizador puede pisar Corea. Es el anfitrión, no sin condicionamientos. De hecho, el devenir del documental nos ofrece en cuotas similares imágenes que confirman aquellas conquistas que sedujeron al ahora embajador, con otras situaciones incómodas, como las de no poder escuchar demasiados testimonios de la gente común o presenciar explicaciones débiles frente a las denuncias sobre violaciones de Derechos Humanos. Algo así como, te abro la puerta para que veas lo que yo quiero que veas. Por el material también desfilan una serie de especialistas de diverso linaje y nacionalidad, que destilan, salvo excepciones, las clásicas retahílas de lugares comunes sin contexto que occidente tiene reservadas para aquellos países que no hacen “lo que se debe hacer”. Es, como bien intenta demostrar el director, una batalla de propagandas. De un lado, se alerta sobre el armamento nuclear de “la Corea mala”. Lo hacen los mismos que vienen tirando bombas desde hace décadas en cada territorio rebelde a sus designios frente a un país sin ninguna historia de invasor. Del otro, que EEUU es un enemigo casi diabólico que justifica cualquier tipo de medida en pos de defender al sistema. Como por ejemplo la de construir una sociedad en la que se debe repetir y sin soplar cada uno de los dogmas provenientes desde el poder.

El Juego de la Propaganda es una buena excusa, más que para conocer a un país del que se tiene poca y mal intencionada información, para reflexionar sobre sus presupuestos. ¿Es posible construir hoy día una sociedad de ese tipo frente a un mundo ganado y dominado por otro tipo de ideas? ¿Es inevitable conceder en varias áreas, como por ejemplo la de no aceptar las diferencias y perseguir a opositores, en pos de garantizar vivienda, salud y educación a toda la población? Son sólo algunas de las tantas preguntas que surgen como manantial. El film de Longoria no repara en estas cuestiones. Sí aparecen en él, es gracias a las imágenes del país y los variopintos testimonios que se presentan, pero siempre de manera tangencial. Tampoco resulta comprensible el final, en el que el director, contradiciendo su intención de ecuanimidad mostrada con anterioridad, le cede las palabras finales sólo al coro indignado de occidente. Inquieto por cumplir los deberes, priorizó congraciarse con las opiniones que seguro encontró de regreso a sus pagos y en las posibilidades de exhibición, que en la coherencia de su obra. Una verdadera pena.

 

FICHA TÉCNICA

DirecciónÁlvaro Longoria

ProducciónÁlvaro Longoria

GuiónÁlvaro Longoria

Fotografía: Diego Dussuel

País: España

 

Para verlo online clickeá acá

 

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