30.07.2017
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«Pecados de mi Padre» de Nicolás Entel documenta la historia de Pablo Escobar desde las entrañas de su seno familiar, desde el punto de vista de su hijo -quien se exilió en Argentina para exorcizar la figura del capo narco. Un relato configurado por violencia, traiciones, excesos y política.
La vida de Pablo Escobar es conocida por todos: aquel narcotraficante que hizo millones con la cocaína. El mismo que construyó un imperio fuera de la ley a fuerza de astucia y de balas, tan denostado por unos como idolatrado por otros. Pecados de mi Padre, el documental de Nicolás Entel, nos propone la historia del capo narco desde las entrañas de su seno familiar, desde el punto de vista de su hijo quien se exilió en Argentina buscando exorcizar la figura de su padre. Un relato configurado por violencia, traiciones, excesos y política. Pecados de mi Padre es también, sin haberlo previsto, la pintura perfecta del funcionamiento de toda una sociedad, de sus valores y creencias. Y de la desesperada necesidad de muchos por salir de la miseria y la falta de futuro subiéndose al colectivo equivocado.
Un atractivo trabajo de animación nos sumerge en la selva. Algunos hombres descargan hojas de plantas en un tanque y las rocían con líquido. En otro sitio, unos chicos juegan al fútbol. Camiones recorren caminos montañosos. Son flashes, imágenes fragmentadas del mundo de Pablo Escobar. Entonces, la animación da paso a la realidad. Aparece Juan Pablo Escobar, hijo del que fue jefe máximo del cartel de Medellín, rebautizado como Sebastián Marroquín para escaparle a la portación de apellido. “Se rompe el silencio por primera vez” nos anuncia una voz en off. El hijo de la leyenda va a contar frente a cámara todo aquello que nosotros sabemos, pero que él “sabe” mucho mejor, porque lo vivió, lo vivió desde adentro. “Yo no hablo de quién fue mi padre si no me lo preguntan. Yo no soy nadie. El que fue alguien fue él. Por su osadía, por su fama, por lo que sea”, aclara de todos modos Juan Pablo como para no colgarse ninguna charretera. Prosigue: “La primera lección que recibí de mi padre fue tratar de vivir. Si quisiera estar muerto habría seguido sus pasos”. El material de archivo periodístico grafica cuáles fueron esos pasos: de un tejado de una barriada de Medellín bajan el cuerpo ensangrentado del hombre más buscado de Colombia. Una imagen que recorrió el mundo. Era la década del noventa y Juan Pablo tenía apenas dieciséis años. Frente a los micrófonos y a minutos de la masacre de su padre, amenaza a los asesinos. Jura venganza. Hoy, después de veinte años, Juan Pablo se arrepiente. A través de largas entrevistas realizadas en diferentes lugares y puestas de escena, Juan Pablo nos invita a entender la historia “de principio a fin y para que la sociedad entienda que no debe repetirse”.
Pecados de mi Padre continúa con la rica cronología del que pudo ser hasta presidente de su país. El famoso zoológico en el que, como reconoce su mujer, se gastaron dos millones de dólares para poblarlo con los animales más salvajes. “Me crié en esos lujos, en esas incoherencias”, cuenta Juan Pablo. Vemos un aviso de la hacienda Nápoles, la residencia de los Escobar, como si fuera el spot de un político.
“La cocaína era una moda, era fashion. Mi viejo todo lo que hacía era a la luz del día. Todo el mundo lo sabía. Recibía a los mafiosos norteamericanos más famosos. Entraba a Estados Unidos con fortunas y nadie le decía nada. Era bienvenido. Todo a su nombre, no escondía su identidad”. Eran tiempos en los que el jefe narco no molestaba. No duró mucho. Bastó que los gringos vieran el flujo de dinero que se iba del país y que no manejaban para que la DEA tomara cartas en el asunto. Lo demás es conocido y el documental lo repasa. Escobar y sus obras benéficas en barrios pobres. La idea de un Robin Hood paisa. Escobar entrando en política. Escobar asesinando políticos de su propio partido cuando intentaron ponerle límites. Escobar y la fantasía de ser presidente. Y finalmente, la decisión del gobierno, desde la legalidad, y de grupos paramilitares apañados por otros cárteles, por fuera de la ley, de empezar la cacería contra el mandamás de la merca ya caído en desgracia. Las imágenes recuperadas de aquel tiempo son imperdibles, aunque algo impiadosas con las almas sensibles. “Mi vida a los siete años era la vida de un delincuente, vivía una condena como si hubiera sido yo quien decidió tantos asesinatos”, recuerda Juan Pablo.
Pecados de mi Padre es una especie de confesión y arrepentimiento de alguien que no cometió crimen alguno. Hacia el final del film, con palabras y sentimiento sinceros, Juan Pablo intenta un acuerdo de reconciliación y de paz con los hijos de los políticos asesinados por su padre. Quiere ser la metáfora de una ilusión frente a una sociedad convulsionada, como el resto de América Latina, con heridas muy vigentes. Sin embargo, la Colombia de hoy, la que ya se desembarazó de aquel temible mito que desató la furia, no parece haber cambiado demasiado. Otros cárteles manejan el tráfico de drogas, aunque de manera más solapada y armoniosa. Queda, al menos, el mensaje de este hombre desparramado en canales de televisión explicando lo obvio: la prohibición de las drogas solo funciona como cómplice del negocio de los narcotraficantes. Y su aleccionadora anécdota de cierre dirigida a los desquiciados adoradores del dinero y del poder: “Antes de que cazaran a mi padre, vivíamos escondidos, rodeados de pilas de millones, pero sin nada para comer. Los dólares solo nos sirvieron para calentar la chimenea”.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Nicolas Entel
Producción: Nicolás Entel, Iván Entel, Ari Kowler
Música: Didi Gutman, Manu Chao
Sonido: Juan Aveces
Fotografía: Patricio Suárez, Mariano Monti
Montaje: Pablo Farina
Protagonistas: Pablo Escobar, Luis Carlos Galán, Juan Pablo Escobar, María Isabel Santos
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