El Peso de las Cadenas

22.08.2017

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Hay una historia oficial, la que describe la cruenta guerra de la ex Yugoslavia de mediados de los noventas, como el resultado de conflictos étnicos, religiosos e independentistas de larga data. Y hay otra, la que cuenta el joven documentalista serbio Boris Malagurski en su film El Peso de las Cadenas (The Weight of Chains). El realizador se vuelca en la tarea de demostrar que aquella guerra se pudo haber evitado. Y que su existencia fue fogoneada por potencias extranjeras con la intención de imponer un capitalismo a la medida de sus propios intereses en la región. Con testimonios de testigos, especialistas y un gran material de archivo, Malagurski revela cómo el Banco Mundial ya tenía un informe de las posibles consecuencias que una intervención militar generaría, mucho antes de desatarse el conflicto bélico. Como parte de esas consecuencias, los banqueros todopoderosos habían diseñado las coordenadas económicas que iban a intentar llevar adelante en función de colonizar el territorio.

 

“¿Quién querría ser realmente una colonia?” es el disparador con el que abre El Peso de las Cadenas. De inmediato, vuelve a la interrogación: “¿Era tan terrible la vieja Yugoslavia comunista?”. “Un mes de vacaciones, escuela, vivienda y salud garantizadas”, se auto responde. Malagurski pinta a la ya desaparecida Yugoslavia como un sistema con una relación especial entre Estado, empresas privadas y cooperativas de trabajadores. Luego hace un largo racconto histórico que muestra las idas y vueltas de un país unido, desunido y vuelvo a juntar una vez más. Entre esas desavenencias y atravesando la primera y segunda guerra mundial, un patrón común se repite: la intención de las grandes potencias de apoderarse de una porción de la torta.

Ya en 1943 y con Yugoslavia unida, emerge la figura todopoderosa del Mariscal Tito. Bajo su égida, la del líder que caminaba entre “este y oeste”, Yugoslavia edifica el socialismo descripto en el comienzo del film. Muerto Tito en 1984, EEUU se pone manos a la obra y comienza a operar sobre la economía yugoslava. Caído el bloque socialista, era el momento para instalar la economía de mercado. “Reestablecer la democracia y el orden institucional”, los argumentos para la intervención. La fachada de siempre.

Cambiados los vientos, el capitalismo estaba al acecho. Vemos documentos desclasificados de la CIA que demuestran cómo EEUU estaba esperando su oportunidad de hacer el abordaje. ¡A colonizar! Nada nuevo bajo el sol a la luz de la historia. Unos pocos quedándose por la fuerza o mediante la trampa, con el esfuerzo de muchos. Así es cómo financian opositores, compran periodistas. El operativo colonizador estaba en marcha. El objetivo: disciplinar a todos los países emergentes dentro del sistema de libre mercado, que obviamente manejan ellos. En este marco, el banco mundial y el FMI (¿les suena?) imponen sus decisiones en el nuevo gobierno. Por ejemplo, retirar la protección social o destruir la industria local para luego comprarla a precios de ganga. De este modo, la fábrica de cigarrillos serbia Niz, es comprada por Philip Morris a precio de ganga, o la fábrica de autos Yugo, bombardeada por resultar peligrosa su entrada en el mercado americano. Como resultado de estas “políticas” sube el desempleo y bajan los salarios. Al mismo tiempo, estos protagonistas promueven las internas religiosas o étnicas. Se va cocinando la guerra, primero entre Serbia y Croacia; luego el resto de los países. Al tiempo y como efecto dominó, todos reclaman la independencia. La guerra de Yugoslavia estaba oficialmente declarada. Y con ella, la “limpieza étnica”. La OTAN es el instrumento utilizado por EEUU y Alemania – cómplice de los del norte – para la invasión militar. “Crear el caos y luego ‘intervenir para salvarlos’”. De eso se trata, como siempre.

 

Una vez llevada adelante la destrucción y entre imágenes de violencia lacerante, el documental nos sumerge en el conmovedor momento de ver a familias, amigos y vecinos separarse a la fuerza, luego de pasar toda una vida juntos. “Queremos volver a la vieja Yugoslavia”, proclaman. Ayuda a comprender este penoso e incomprensible desarraigo, echarle un vistazo a otro documental, Hermanos y enemigos, producido por ESPN. En él, dos ex jugadores, compañeros y amigos de una gran selección de básquet yugoslava, enfrentan la insólita situación de tener que finalizar su vínculo afectivo por decisión de otros. Otros, desconocidos e impiadosos.

Cualquier conocedor de esos países sabe lo complejo que era mantenerlos bajo la misma órbita de organización institucional, política y económica. La extinta Unión Soviética debió pasar por padecimientos similares, más allá de cuál fuera el proyecto real de sus gobernantes. Diferentes etnias, religiones y experiencias históricas. Un cóctel explosivo. En ese tren, puede acusarse a Malagurski de parcial. Lo es, no engaña a nadie, pero lo hace con documentos, con argumentos y con coherencia. También puede criticarse la ausencia de un análisis más profundo y riguroso sobre el funcionamiento de aquel socialismo. Lo que es innegable es su capacidad para desenmascarar con solidez las tretas de los países centrales para imponer sus intereses a la fuerza y utilizando todos los instrumentos que tienen a mano para esconder y tergiversar sus verdaderas intenciones. El respeto por la libertad y la soberanía de los pueblos, nunca estuvo en el diccionario de los países más poderosos. Y mucho menos aún, mostrar cierta piedad frente a muertes, que además de ser ajenas, lucran. Se ve que los piratas nunca pasan de moda.

 

Para ver el documental subtitulado clickeá acá

 

FICHA TÉCNICA

Dirección: Boris Malagurski
Música: Jasna Djuran, Novo Sekulovic
Fotografía: Boris Malagurski

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