DACA, o la política del miedo

12.09.2017

Por

 

La semana pasada, Trump anunció el fin del programa DACA, que ofrece protección a casi un millón de jóvenes inmigrantes. Si bien el Congreso tiene seis meses para buscar un reemplazo, su futuro corre peligro. La medida forma parte del discurso que llevó a Trump a la presidencia. Un discurso basado en el miedo.

 

Miguel llegó a los Estados Unidos caminando, cuando tenía seis años. “Solo sabía que mi papá tenía un mejor trabajo aquí”, cuenta. Hoy tiene veinte años, trabaja y estudia. Está inseguro. Por fortuna, el vencimiento de su licencia de trabajo coincide con su graduación, “pero al graduarme no sé qué pasará con todo lo que hice para llegar ahí”. Como Miguel, hay cientos de miles de historias. Jóvenes inmigrantes que llegaron a los Estados Unidos por sus padres; gracias al programa DACA pudieron trabajar, recibir educación y vivir sin miedo a ser deportados. Ahora temen por su futuro.

 

¿Qué es DACA?

Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) es un programa que busca darle protección a jóvenes inmigrantes. Fue firmado en 2012 por Obama en forma de decreto y es una respuesta al fracaso de la Ley Dream, introducida en el Congreso en 2001 pero que nunca fue aprobada por diferencias partidarias. Aquella ley buscaba darle solución a uno de los grandes problemas que se originaron luego del flujo migratorio de los 90. Frente a los cientos de miles de familias que llegaban de forma ilegal, ¿qué sucedía con los niños, que no eligieron emigrar y deben comenzar desde cero? La solución de Obama consistía en congelar cualquier proceso de deportación, otorgarles la posibilidad de trabajar, conducir y estudiar pero sin concederles la ciudadanía. La protección duraría dos años, con posibilidad de renovación.

Sin embargo, no todos los Dreamers -denominados así no solo por el proyecto legislativo- son automáticamente seleccionados. Para aplicar a DACA deben reunir una serie de requisitos:

  • Haber llegado a Estados Unidos antes del 2007 y siendo menor a 16 años
  • No haber tenido estatus legal migratorio en EE.UU antes del 15 de junio de 2012
  • Haber tenido menos de 31 años el 15 de junio de 2012
  • Estar escolarizados o licenciados del ejército
  • No haber sido condenados por ningún delito ni suponer una amenaza para la seguridad nacional

El DACA no es considerado un derecho o una ley: es un decreto ejecutivo que confiere un estatus migratorio “intermedio”. No confiere la ciudadanía ni una vía para alcanzarla.

Se estima que casi 800 mil inmigrantes son protegidos por el DACA. Más del 75% provienen de México y el resto se divide entre otros países latinos y asiáticos. Un gran número de ellos vive en California y Texas, estados con densa población latina. La mayoría son bilingües, llegaron al país antes de los diez años de edad y fueron educados e incorporados a la cultura estadounidense. Ellos se sienten completamente integrados a la sociedad, aunque desde afuera podamos pensar otra cosa.

 

DACA les cambió la vida

No hay duda: el impacto que tuvo el decreto fue notable.

Para aquellos que fueron seleccionados, sus ingresos anuales incrementaron un 80%, según datos de la Universidad de California. El 65% se pudo comprar su primer auto; el 16% su primer casa. La gran mayoría afirma que pudo encontrar un trabajo adaptado a sus estudios o habilidades. Si bien haber crecido en Estados Unidos desde su infancia les daba una ventaja respecto a otros inmigrantes, la mayoría estaba limitado a ocupar puestos de salarios bajos, de “cuello blanco” (white collar). La misma encuesta afirma que hoy más del 90% tiene empleo, el doble que antes del DACA. Más de la mitad siguió estudios universitarios.

Pero por sobre todo, el programa le dio a estos jóvenes la posibilidad de soñar con un futuro mejor, con una vida en los Estados Unidos. No hay lugar para las ambiciones en un adolescente que teme todos los días con ser deportado, que no puede aspirar a un buen trabajo o a ir a la universidad, que ni siquiera puede tener una licencia de conducir. El vivir con una etiqueta de “ilegal” pegada en el pecho hace añicos cualquier ilusión de prosperidad. DACA no los convertía en ciudadanos ni les dibujaba un camino para serlo en un futuro, pero les daba la posibilidad de armar una vida en un país en el que no eligieron vivir.

 

Trump, Sessions y la política del miedo

El encargado de dar la noticia fue Jeff Sessions, el fiscal general de los Estados Unidos y uno de los abanderados de la administración en la lucha contra la inmigración. El anuncio se hizo el 5 de septiembre, el deadline que un número de fiscales estatales, la mayoría de origen sureño, había fijado para demandar al Estado la anulación del programa. En el anuncio, Sessions se refirió a la “inconstitucionalidad” del decreto y al fracaso de las leyes migratorias vigentes. Horas más tarde, Sarah Huckabee Sanders, la Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, deslizó otro argumento: “Hay un grupo grande de personas que podrían tener esos trabajos”. Por supuesto, Sanders se refería a los ciudadanos estadounidenses.

El argumento no es nuevo: los inmigrantes que entran de forma ilegal se roban los trabajos de los ciudadanos legales. Esa hipótesis, además de peligrosa, es falsa. En el caso de los cubiertos por DACA, es fácilmente contrastable.

No hay evidencia que demuestre que aquellos ciudadanos (“legales”) tienen las habilidades o condiciones necesarias para ocupar esos trabajos. Muchos de los Dreamers tienen más educación formal, luego, no compiten por los mismos puestos. Además, el hecho de que tengan la posibilidad de desbloquear posiciones más acordes a sus habilidades deja libres varios trabajos de cuello blanco, a los que muchos de esa masa de desempleados “legales” puede aspirar.

Diversos trabajos académicos demuestran las ventajas que provee la inmigración a la economía estadounidense. Pero hace rato que los hechos dejaron de importar.

Gran parte de la sociedad estadounidense piensa de esa forma. Las fisuras dejan ver las inseguridades que los nuevos paradigmas de las sociedades globalizadas acarrean. Trump se alimenta de ese miedo. No sucede sólo en Estados Unidos. Los debates por inmigración ya forman parte de los principales temas de campaña en Europa, como demuestran las elecciones de Holanda, Francia y Reino Unido, entre otras. Entre las similitudes se encuentran el poco espacio que tienen los hechos y la exageración: la mayoría de los ciudadanos cree que hay muchos más inmigrantes de los que en verdad hay. El debate por DACA no esquiva esta problemática.

Como ya es de costumbre en Washington, Trump le transfirió la responsabilidad al Congreso. Tendrán seis meses para llegar a una solución o los Dreamers quedarán sin protección. El reloj ya está corriendo y su situación convive con otras prioridades: el rescate para las zonas afectadas por el huracán Harvey y otros desastres naturales; la reforma fiscal que esperan los republicanos; el financiamiento del muro, entre otras. Para Joaquín Harguindey, director del observatorio de política estadounidense JFK, el hecho de que Trump haya cedido a algunas de las demandas demócratas en estos días es una buena señal para DACA. “El debate político de DACA es muy desfavorable para los republicanos, ofende no sólo a sus opositores sino también a empresas, donantes, gobernadores propios, un montón de portavoces”, explicó a PucheroNews.

Los Dreamers ya cuentan con un grueso respaldo de distintos sectores de la sociedad. La premisa #DefendDaca ya se extendió por varios países. El riesgo es mayor si se tiene en cuenta que el Estado tiene información suficiente para deportarlos -provista en el proceso de selección.

“Sin DACA no estaría donde estoy hoy” dice Miguel que, como otros cientos de miles de jóvenes, quiere seguir soñando.

Con una vida mejor, pero también con una sociedad que no les tenga miedo.

 

 

Lee también PATRIA O CNN

 

White Trash, corto experimental en Super 8 dirigido por Jeff Zorrilla e Ignacio Tamarit

Un graffiti cinematográfico, pintarrajeado en la imagen de normalidad que los medios venden masivamente al público.
Manipulamos estas imágenes para expresar nuestra reacción visceral como cineastas 
y artistas a la asunción de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos;
la conclusión desastrosa pero lógica de un sistema que finalmente está implotando 
frente a nuestros ojos.

Autor/a:

¡Compartir!
¿Te gustó? ¡Compartilo!

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *