05.10.2017
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Braude estuvo de viaje y nos trajo una acuarela catalana con sus impresiones sobre lo sucedido recientemente por el referéndum independentista que ya asomaba en el horizonte en 2012.
Cinco años atrás, visité Barcelona por primera vez. Con un amigo escritor y periodista y su novia -también periodista-, nos tomamos unas cañas en un barcito del Barrio Gótico ignorado por la mayoría de los turistas. Hablamos de todo un poco, nos preocupamos por la crisis española y buscamos resolver los problemas del mundo. F – un tipo que había sabido salir a defender los trapos de la fábrica recuperada Brukman durante el estallido y represión de fines de los ‘90s y principio de los 2000 -, había arribado a Barcelona en 2011 y visto con sus propios ojos a las fuerzas de seguridad meter palo sin asco en las manifestaciones de indignados. En 2012, ya mencionábamos el referéndum independentista (el primero) que se veía en el horizonte.
Durante el siglo XX la autonomía de Catalunya había tenido una profundización durante la II República, para quedar suspendida durante el franquismo. De nuevo en democracia, se había retomado el proceso. En 2006 previo al estallido de la crisis económica y durante la promulgación del Nuevo Estatuto de la autonomía catalana, el Partido Popular (en ese momento fuera del gobierno) se había opuesto a lo que entendía como un exceso inconstitucional del Estatuto al referirse a la nación catalana. Tres años después, el PP encabezado por Mariano Rajoy conseguía la anulación del Estatuto. En 2012, el Partido Popular y Mariano Rajoy eran ya los que estaban en el poder.
Retorné a Barcelona en agosto de 2017, una semana después del atentado a La Rambla. Pasé sólo una tarde por la ciudad y seguí viaje. Épocas convulsionadas para los catalanes, porque cuando volví un mes después el gobierno español dejaba en claro que no pensaba permitir el referéndum convocado para el 1 de octubre. El ejecutivo había intervenido de hecho a Catalunya, bloqueando sus cuentas para impedir que se destinara presupuesto a la votación independentista y ordenado un operativo con las fuerzas de seguridad para impedir la votación del 1-O.
En un día ya de incipiente otoño caminé Barcelona, perdiéndome por aquí y por allá. Encontré una tavernita, me senté a la barra y ordené mi pedido. Mientras aguardaba que llegara, vi en mis actualizaciones de Facebook el reclamo de un contacto kurdo por la independencia de Kurdistan luego de que el referéndum del 25 de septiembre – rechazado por la ONU y la Unión Europea – diera un resultado de 92% al Sí para independizarse de Irak y conformar un Estado independiente (desde entonces el gobierno iraquí ha llevado adelante una serie de medidas de aislamiento y represalia económica, apoyado por Turquía, Estados Unidos, Rusia y Alemania, entre otros). Un comensal a mi lado terminaba de leer el diario (El Periódico) antes de culminar con los últimos vestigios de su almuerzo y retirarse. Hacía mucho que no leía el diario en un bar, así que procedí a retomar la práctica y lo leí de punta a punta. Dos hechos ocupaban prácticamente la mitad de las notas: el referéndum del 1-O (las medidas del gobierno de Rajoy, las acusaciones al ejecutivo catalán, los posibles efectos del referéndum, la grieta que se abría entre quienes quieren o apoyan la independencia y quienes no; una de las notas se preguntaba hasta dónde seguiría escalando la violencia del conflicto) y las elecciones legislativas de Alemania – donde ese fin de semana los neonazis habían sacado 13% de los votos -. Que vivas tiempos interesantes, reza la maldición china…
Finalmente, dejé el diario a un lado y ataqué mi solomillo a la caja. Entretanto, el bullicioso local se había ido vaciando y sólo quedaban el dueño y una pareja con su beba. Relajadamente, charlaban sobre la reciente entrevista televisiva al president Puidgemont – de la cual consideraban que no había salido muy bien parado, aunque resaltaban como algo serio que el Partido Popular hubiera rechazado participar del mismo tipo de reportaje – y sobre la votación, que era evidente se iba a realizar más allá de lo que intentara imponer el gobierno central. Alternaban el español con el catalán. Afuera, unas chicas francesas reían y fumaban.
Tras el tardío almuerzo, me dirigí lentamente hacia el Park Guell – que encontré lleno de turistas sonriendo para las mil selfies de rigor – para ver el atardecer. En una de las recovas, un flaco tocaba su guitarra. A su lado, cds con su música y una gorra para quien quisiera colaborar con la causa. En la zona monumental, en la Sala Hipóstila el trencadís de sus cielorrasos reflejaba la iluminación proveniente del suelo y parte de la luz diurna que se iba escondiendo. Un brillo aquí, otro allá en un mar de mosaico ondulante.
Retirándome del Güell, nubarrones violetas, verdes y amarillos cubrían el cielo en pocos minutos, preanunciando el breve diluvio de las 20:30hs.
Han pasado unas horas. Camino desde el Barrio de Gracia hasta la Plaza Catalunya. Vengo de milonguear y me dirijo hacia el bus que habrá de llevarme al aeropuerto. Venimos también de festejarle post-milonga y en la calle el cumpleaños a K, un amigo catalán (que luego me voy a enterar que volvió el domingo desde Madrid especialmente para votar, y entonces me pregunto por cuánto se habrá salvado de recibir un palazo en la cabeza por el sólo hecho de depositar un voto en una urna). Me acompaña J, un argentino que hace mucho vive en Barcelona. Es una caminata de unos veinte minutos y ahí vamos por esa noche silenciosa ya madrugada, charloteando sobre tango. En todo el trayecto – como durante todo el día – se multiplican las banderas catalanas y los afiches sobre las paredes, puertas, postes y demás: rostros genéricos, sin ojos ni boca observan, los rostros y la palabra “democracia” tachados en rojo.
El primero de octubre me encuentra en Buenos Aires. Es un domingo horrible a lo porteño: frío, húmedo y lluvioso. Es el día de una nueva marcha (la primera terminó con un grupo de infiltrados fabricando disturbios para justificar la intervención de la policía y la detención violenta e ilegal de manifestantes y transeúntes que ni siquiera participaban de la marcha) que reclama el esclarecimiento de qué ocurrió con Santiago Maldonado, el flaco detenido y desaparecido hace dos meses por Gendarmería en un operativo represivo contra una comunidad mapuche, liderado por el propio Ministerio de Seguridad de la Nación. Los principales medios de comunicación y el propio gobierno han esparcido versiones falsas desde entonces.
Entrada la tarde y mientras transcurre la marcha, por las redes sociales aparecen las imágenes de Catalunya: la Guardia Civil y la Policía Nacional reprimen en las escuelas donde se lleva adelante el referéndum, secuestran urnas – las arrancan, literalmente, de las manos -. Para el final de la jornada, se cuentan más de 800 heridos (entre ellos, ancianos y niños), se han destruido colegios, detenido funcionarios, bloqueado cuentas bancarias oficiales, bloqueado el acceso a webs o aplicaciones ligadas al referéndum y los videos que se viralizan muestran la amplitud y crueldad del operativo. Los principales medios españoles y argentinos hablan de una decena de policías heridos, hablan de choques y enfrentamientos, resaltan el abstencionismo del “supuesto censo”, el gobierno español celebra el haber hecho valer la ley y preservado la democracia, se habla de excesos, el presidente francés Macron expresa su apoyo a la unidad constitucional española. Mientras escribo estas palabras es martes, en Catalunya transcurre una huelga general convocada por los sindicatos y multitudes toman las calles de distintas ciudades como respuesta a lo ocurrido el domingo; el rey Felipe VI habla por cadena nacional, pero lejos de poner paños fríos resalta la ilegalidad del referéndum, depositando en las autoridades catalanas y en las víctimas la responsabilidad de la violencia policial del domingo.
Que vivas tiempos interesantes, reza la maldición china…
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