La noche no es eterna, sólo oscura

06.01.2018

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Una ciudad militarizada para permitir que el Congreso apruebe una ley regresiva. Una cacería humana. Muchas. El encuentro, el abrazo sanador. La necesidad de seguir riendo. El violento contraste del presente. No todos estarán de acuerdo. No tienen por qué estarlo

Es 14 de diciembre. Para sesionar y sancionar una Reforma Previsional regresiva, el gobierno ha militarizado las inmediaciones del Congreso. Entre los manifestantes, nadie ha previsto que el operativo es de cerrojo y no para despejar la plaza. Nadie ha previsto que no se trata de dispersar la protesta mientras transcurra la sesión en el Congreso, sino que el dispositivo está pensado para encerrar y cazar. Nadie podrá irse, nadie podrá escapar. Para el final de la tarde, las motos, las balas de goma, los gases, las detenciones al voleo van a mostrar un operativo con un radio de alcance de diez cuadras.

D corre desesperada por la calle. Es docente en una escuela de un barrio popular, y todos los días enfrenta gente o situaciones intensas y pesadas. Ella y sus compañeros no son de los que se asustan fácil, pero esta vez es distinto. D está cegada por los gases y huyendo de la gendarmería. No ve bien por donde va, porque el cartucho de gas lacrimógeno que estalló a sus pies está haciendo su efecto y todo se le aparece nublado. Escucha a una mujer que grita pidiendo por su hija de dos años, a quien no puede encontrar en medio de las corridas. A D los ojos le arden como si quisieran salírsele de sus órbitas. Sin dejar de correr, un compañero la empuja hacia una puerta abierta pero, a punto de cruzar el umbral, la puerta de vidrio se cierra y el hombre todavía con el picaporte en la mano desde el otro lado del cristal le pide perdón. Los gendarmes se acercan inexorablemente en medio de la humareda.

D no acaba de saber cómo pero va a zafar, aunque la cara del gendarme deformada por la rabia la va a seguir persiguiendo por las calles en pesadillas a lo largo de numerosas noches mientras sus ojos se niegan a terminar de sanar.

 

Una semana después, y luego de finalmente aprobada la Reforma, una milonga. No se habla del tema, pero muchos corrieron de los gases, algunos no fueron levantados por las fuerzas de seguridad de casualidad, otros tantos se comieron un susto. No se habla del tema, pero el tema está. Está en las miradas, está en comentarios al pasar, está en la necesidad de festejar. La realidad se está poniendo oscura, y está modificando rostros, lo que dicen los ojos, formas de moverse. El encontrarse cobra otro sentido. Bailar, reír, abrazar se tornan en algo más visceral quizás…

Días más tarde, A – que con su novio debieron arrojarse cuerpo a tierra en un estacionamiento para que no la levante una moto de la Policía Federal durante otra cacería (esta vez, del 18 de diciembre, cuando finalmente ocurrió la sesión) – me manda su mensaje de año nuevo: “El tango salva, el tango es un regalo, sobre todo en estos tiempos sombríos”.

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