Teatro sobre (y desde) la diáspora

06.01.2018

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Argonautas es una obra que recrea el hilo que une los vínculos en la distancia. Muestra la realidad de muchas familias venezolanas, no con el objetivo de buscar culpables, sino de entender las causas.

En el espacio hay dos mesas con mantel blanco hasta el piso y dos sillas negras. En una, hay frutas y cajas de medicinas; en la otra, hay una foto de un joven con la cara cubierta y una vela encendida. Entran en escena dos mujeres vestidas de negro y cada una toma un lugar.

Argonautas de la octava isla es una obra breve del dramaturgo venezolano Alfredo Rodríguez, residente en Madrid desde hace cinco años. Su propia experiencia de migración le exigía convertir las vivencias en un proyecto artístico. En su cumpleaños, le regalaron el libro La voz de la diáspora venezolana, de Tomás Páez, que contribuyó como disparador creativo para darle forma a las imágenes que se estaban generando en su mente. A todo esto se sumaron los meses de protestas en Venezuela, que además de incrementar el caos, dejaron muertos inocentes que ahora son solo cifras. “Creo que nuestra historia necesita ser contada desde la piel de quienes la padecemos y no tan solo filtrada por lo que puedan decir los noticieros de los países donde nos encontremos, pues es un tema que va más allá de lo meramente político”, afirma Alfredo.

En la obra no hay conexión visual, ni física, entre los dos personajes. Solo voces que cuentan anécdotas de un tiempo compartido. La pieza recrea una conversación telefónica entre una madre en Venezuela y su hija en el exilio. Un diálogo donde cada palabra es medida y pensada como una recarga de energía de ambos lados, para proyectar en el otro la sensación de alegría y bienestar, aunque no sea tan cierto. Por eso, a veces se ocultan cosas, las que hacen más difícil el proceso. En este caso, la hija oculta las peripecias que pasa en su proceso de migración, para no preocupar a la madre. Y ésta le oculta la muerte de su hermano en una protesta, para no agregarle más tristeza a su soledad.

Argonautas de la octava isla se sujeta de muchas historias reales y pretende que el espectador viva y se emocione directamente con las circunstancias de sus personajes; que son al mismo tiempo las de un país entero en crisis y que solo se reconoce en la duda y en la incertidumbre. Es la voz de quienes se han ido a otros lugares a empezar de cero, con todo lo que eso implica.

“Esta obra tiene mucho de mi proceso de migración y del de muchos de mis conocidos. Desde inicios del 2017 tan solo quería escribir sobre mi propia realidad como inmigrante”, explica Alfredo. A él, como a muchos, la emigración lo ha llevado por distintos caminos de exploración. En Venezuela trabajaba en un banco y al llegar a Madrid ha desempeñado varios oficios: camarero, mozo de almacén, comercial, relaciones publicas, repartidor de comida, entre otros. Si algo enseña la emigración es que la vida no se limita a lo que diga un diploma, ni un currículum, ni a las referencias profesionales. Emigrar es empezar a quitarse capas y verse al descubierto.

 

Gracias a este proceso, pudo ahorrar dinero y empezar un curso completo de terapias deportivas, además de formarse en talleres de escritura y actuación. En consecuencia, ahora es autónomo y tiene su propio consultorio de terapias naturales y deportivas en el centro de Madrid. Y en paralelo, está materializando sus proyectos teatrales. “He tenido la suerte de contar en el camino con gente maravillosa sin la cual no hubiese podido sacar adelante todas estas ideas”, cuenta.

De enero a julio de este año, Alfredo se dedicó a registrar su experiencia de migración, la de sus amigos, lo que leyó en el libro, lo que escuchaba en los noticieros, y así, entre viaje y viaje en el Metro de Madrid, construyó el texto de la obra. Luego, empezó un proceso de casting y en tres días conoció nuevas caras e historias que siguieron enriqueciendo el material.

“En un principio, el personaje del hijo era masculino, pues intentaba ver mi propia experiencia reflejada en él, pero al ver a las actrices, una de ellas me llegó tanto al corazón que me hizo cuestionar por qué el esfuerzo, los logros y luchas personales tendrían que plantearse desde la masculinidad. Además, la mayor proporción de migrantes venezolanos es femenina y este es otro dato que quería ver reflejado en la historia”, explica.

Cristina Martínez y Carolina Belandia son las actrices que ponen el cuerpo a la escena en la que todo migrante se ve reconocido. Esas conversaciones que refuerzan los vínculos y en las que no se puede evadir la situación que provocó la distancia. “Le tenemos miedo a un solo verbo: regresar. Y en el fondo es lo único que queremos hacer”, dice la hija. “En Venezuela ya no hay nada que buscar”, le responde la madre. Son palabras que expresan el dolor de una madre que ha sido separada de sus hijos, por muerte o por exilio.

“Mi idea es resaltar las despedidas obligadas a las fuimos sometidos. Es imperativo contar nuestros propios relatos para permanecer juntos en el futuro y no tan distantes de los nuestros. En ese sentido, es un homenaje a los caídos; jóvenes que necesitan ser recordados, pues son la imagen de lo que como país nos hemos convertido, y cada uno de ellos se multiplica dentro de nosotros”, argumenta.

Alfredo también expresa que en algún momento se ha planteado volver a Venezuela, con un proyecto de formación y emprendimiento en mano, pues está convencido de que la mayor ganancia de quienes han emigrado es la propia experiencia, con la que es posible plantear una reconstrucción.

 

“Mi fe en la reconstrucción del país está al largo plazo, cuando todo este impedimento de ahora se devore a sí mismo y sus propios impulsores se vean en la necesidad de replantearse la salida. Esto es como cuando tienes alquilado un departamento a alguien a quien no quieres que lo siga habitando y que sabes que te lo está destruyendo, pero te da igual que lo abandone llevándose todo lo que quiera siempre y cuando te deje al menos las cuatro paredes para tú volver a levantarlo, así veo a mi país. Quienes lo han dañado que se lleven lo que quieran, pero imploro que nos dejen recuperarlo, y en ello dejaré la piel”, concluye.  

Argonautas de la octava isla solo quiere contribuir a poner la lupa en los daños colaterales e irreversibles de las decisiones personales y sociales. Sin buscar culpables, pero sin descuidar, ni olvidar las causas. La obra se está presentando en Madrid, en el teatro La escalera de Jacob, del Barrio Lavapiés, y tiene proyección de recorrer otras salas de la capital española.

 

Leé la columna Venezuela: lucha por la esperanza

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