Crónica de Imbassai

24.01.2018

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Sesenta kilómetros separan a la capital de Bahía, San Salvador, de Imbassai. El viaje en auto es de aproximadamente una hora y el paisaje es un repetitivo verde de palmeras y bosques que por momentos se yuxtaponen, junto al sol abrasador y la mirada atenta del mar en el fondo de la imagen.

 

La lluvia no parecía frenar pronto y el Restaurant do Zoiao continuaba recibiendo clientes que pedían por el plato insignia: la moqueca bahiana. El lugar prepara una de las mejores de la zona: cebolla, leche de coco, camarones y ajo; aceite de palma (de dendé), morrones, arroz blanco y farofa para acompañar. Puede parecer un típico guiso de mariscos, pero con el agregado de que su sabor se asemeja al mar  El plato llega luego de unos veinte minutos y un par de manos de cartas. La experiencia culinaria es sólo una de las características que vive todo turista cuando visita un lugar desconocido. Pero en el pueblo pesquero de Imbassai, la moqueca se convierte en un actor fundamental y, al probarla, sentimos que acabamos de llegar a una tierra distinta. Comer es el acto de descubrir.

La moqueca llegó. Y el primer bocado dio la señal: estaba en Brasil.

Sesenta kilómetros separan a la capital de Bahía, San Salvador, de Imbassai. El viaje en auto es de aproximadamente una hora y el paisaje es un repetitivo verde de palmeras y bosques que por momentos se yuxtaponen. El naranja de la tierra, junto al sol abrasador, se combinan con los árboles y se pierden con la ruta, recta hacia el horizonte. Todo esto con la mirada atenta del mar en el fondo de la imagen.

Su clima está acostumbrado a la suerte, ya que tener un buen día puede ser impredecible. Las lluvias van y vienen y el sol se asoma, a veces por largas horas, a veces por unos minutos. El pronóstico es una lotería constante: saber cuando llueve es para adivinos. De todas formas, nunca es un desperdicio estar en la playa, ya que el buen tiempo brinda lo mejor de sí.

 

La arena suave y fría conforta cada paso que se da en la playa. Partiendo desde la costa dos coqueiros, que linda con el río que le da el nombre al pueblo, se presentan dos opciones: hacia la derecha y durante ocho kilómetros, aparece la popular ciudad de Praia do Forte. Hacia la izquierda, el Grand Palladium, el único hotel cinco estrellas de Imbassai. Cualquiera de las dos direcciones puede ser acertada, ya que la virginidad de la playa se vislumbra en la caminata hacia ambos lados. Es un ejercicio de meditación. Imbassai posee una población de  mil habitantes, de los cuales una fracción pequeña transita la playa, algunos pescando y otros atendiendo sus bares y barracas. Esta es una de las razones por las cuales la caminata sólo puede ser alterada por el sonido del viento y las olas. La meditación se concreta en el mismísimo instante en que se pisa la arena y se decide hacia dónde ir: el silencio que recorre la bahía nos permite que tengamos una charla a solas con nuestra conciencia.

Si bien Imbassai es una tierra de posadas, la presencia del Grand Palladium afectó a la economía de las mismas, como en el caso de la Pousada Luar da Praia. “Desde que apareció el hotel la ciudad ha ganado más visibilidad. El número de turistas extranjeros ha crecido en estos años”, dice George, dueño del complejo. Tioga -como le dicen sus amigos- llegó de su suiza natal y se enamoró de Imbassai a primera vista, quedándose a vivir desde ese mismísimo momento. Construyó el complejo y con el tiempo lo fue expandiendo y remodelando. A pesar de que Imbassai tenga numerosas pousadas, Luar da Praia hizo la diferencia al ubicarse a metros de la playa. También buscó priorizar el turismo principalmente extranjero, ya que los locales buscan hospedarse sólo los fines de semana. “Una vez vino un grupo de treinta evangelistas que querían quedarse todo el fin de semana. Alojarlos me hubiese hundido, ya que los turistas extranjeros buscan hospedarse semanas enteras”, dice Tioga.

 

George no es el único extranjero que decidió vivir en el pueblo. A unas cuadras de su posada, el frente de una casa recibe una pequeña cantidad de personas por la noche. Funciona allí un bar, dirigido por una pareja uruguaya que vive hace ya unos años en el pueblo. Su casa está siempre abierta y las cervezas van y vienen durante toda la noche.

Uno de sus clientes, Lucas, trabaja en Luar da Praia. Cuando llega la hora en la que se pone el sol, se esfuma de la posada y se dirige al “bar de los uruguayos”. Es un hombre alto, de unos 30 años, de manos grandes, muy grandes. Llegó a Imbassai hace unos meses con su novia con la idea de conseguir un trabajo y tratar se asentarse. Y consiguió algo genial: “Estaba buscando trabajo y lo conseguí gracias a que una señora necesitaba que alguien cuide de su casa por unos meses”, dice. “Cuando me dijo que tenía pileta no lo dudé ni un segundo: jamás tuve una en mi vida”. Lucas también conoció a Tioga, que lo contrató para las tareas domésticas de la posada, como atender a los clientes o servir la comida.

A un par de metros de la casa de la pareja uruguaya se encuentra el pequeño centro de Imbassai. Decorado con banderines de colores que permanecen en el mismo lugar durante todo el año, el centro exhibe puestos de comida al igual que unos tres o cuatro restaurantes. El flujo de personas es muy acotado, ya que los habitantes se la pasan gran parte del día en la playa pescando o vendiendo artesanías a los turistas.

 

Al alejarse de la plaza central, y continuando el camino de piedras, es posible  llegar al minimercado del pueblo, donde en las afueras se juntan personas a practicar capoeira, un arte marcial creada por los esclavos africanos en la época de la colonización. Hoy es una danza y es practicada por los pobladores de, no sólo Imbassai, sino todo Bahía. Realizan el baile con sus atuendos blancos y utilizan el berimbau (instrumento de cuerda) para musicalizar. Los rostros no solo muestran determinación sino también alegría, regocijo por continuar una tradición bien arraigada en la cultura bahiana. El contingente se junta los sábados y participan de él tanto adultos como niños. Es extraño no ver ninguna mujer que practique la danza: generalmente miran y corean alguna melodía. O quizas no. Muchas mujeres bahianas son adeptas de la Iglesia del Senhor do bonfim, ubicada en la capital de Bahía, Salvador. Se ocupan de vender las fitinhas do Bonfim a todo aquel que se cruce en su camino. Estas cintas de colores, dicen, cumplen tres deseos una vez que se rompen y, a más cintas, más deseos. Porque aparte de ser religiosas, también son bastante vivas.

 El río tiene una longitud de aproximadamente dos kilómetros y el pueblo ronda apenas los cinco kilómetros cuadrados. Pero las distancias no determinan lo bello o lo valorable de un sitio turístico. Imbassai tiene todas esas cosas y además, tiene a su gente. El bahiano es una persona que transmite alegría y con la que da placer hablar: su acento lo es todo. Desde la moqueca hasta sus playas, desde su indescifrable clima hasta la infinidad de pousadas que hospedan a un número cada vez más grande de turistas, el pueblo se adapta a gusto de su visitante. Probar la moqueca puede avisarnos que estamos en Brasil; hablar con la gente de Bahía nos avisa que estamos en buena compañia; caminar por la playa y contemplar el silencio nos indica que estamos en Imbassai.

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