24.01.2018
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Flavinho, ex atacante de Santa Cruz de Brasil, hizo el gol del ascenso a segunda división en 2013. Pero en su vida también ganó por goleada. Pobreza, escuela, fútbol y la muerte cerca. Algo similar le ocurrió a Walter, que llevo al club Goias a la gloria en el mismo año.
Flavinho, la joya que primero tuvo que vencer a su padre
Santa Cruz, equipo del ascenso de Brasil, subió a segunda división en 2013. Además, para sorpresa de algunos, es un club muy popular: llevó 60 mil personas en el partido decisivo. Y la figura del ascenso, haciendo un gol a los 42 minutos del segundo tiempo, fue Flavinho, jugador ignoto de personalidad carismática y alegre, y de discretas virtudes futbolísticas como atacante. Más allá de semejante logro que hizo que los hinchas lo pidieran para la selección, se destaca por su injusta historia de vida
De clase social muy baja, vivió una infancia sufrida. Tenía un padre alcohólico que les pegaba a la esposa y a los hijos, entre ellos Flavinho. El padre tuvo un triste final, aunque antes intentó colgar (literalmente) a Flavinho, quien se enfrentó con su papá porque no soportaba ver la golpiza hacia su madre. En ese intento, el joven, por aquel entonces, casi muere ahorcado.Quedó inconsciente, pero se salvó. Flavinho quería ser boxeador, pero el destino lo llevó hacia el fútbol. Un ejemplo de la pasión por dicho deporte era cuando iba a la escuela: debajo de los pantalones largos reglamentarios, tenía unos cortos para no perder el tiempo y a la salida de la escuela poder jugar a la pelota.
Cuando estaba en un club regional, llegó ebrio al entrenamiento. El DT, en lugar de enojarse, charló varias veces con él y Flavinho entendió que ese no era el camino. En otra ocasión, luego de salir de un boliche, fue interceptado por delincuentes. Dos disparos. Uno en la pierna y, el peor, cerca del cuello. Si la bala impactaba tres centímetros más arriba de donde lo hizo, la consecuencia era quedar cuadripléjico. Si el disparo iba más arriba, la muerte estaba asegurada.
Los años pasaron y en 2013 hizo feliz a los 60 mil fanáticos que disfrutaron del gol del ascenso en la cancha, más los que lo siguieron por otros medios al encuentro. El cariño de las masas se lo ganó en el césped gracias al sacrificio. Y en la vida, triunfó por goleada debido a que superó los obstáculos más difíciles.
Walter, el goleador que torció el destino
Walter Henrique da Silva o simplemente Walter, pasó sin pena ni gloria por el Internacional y el Cruzeiro, ambos clubes del país del jogo bonito. Y también tuvo un frustrante desempeño en el Porto de Portugal. Pero encontró su lugar en el mundo en el Goiás en 2013, donde fue y es ídolo. Tiene una historia de vida que merece ser contada. Cuando tenía seis años tuvo que ver una escena horrible: uno de sus hermanos había sido asesinado en un choque entre bandos enfrentados. Un año después, a los siete, mostró que la escuela no era su fuerte. En la primera jornada de clases, empezó a gritar debido a que no le gustaba el lugar. El profesor dio cuenta de ello. Cuando lo llevó a la dirección, Walter le quiso morder la mano. La consecuencia fue lógica: expulsado del colegio.
Se crió en Coque, una zona de extrema miseria en Recife. Los problemas económicos y de alimentación eran muchos. Con sus amigos, con los cuales jugaba al fútbol, al ser medio gordito y cachetón, le quedó un apodo: Quico. Eran seis hermanos con una particularidad. Los nombres de las dos mujeres empezaban con S: Sueli y Suzy mientras que los cuatro varones, con W: Wandeork y Waldex, Walter Henrique y el fallecido Walter Waldemir. La casa era mantenida por la madre, Edith, quien vendía perfumes.
Sufrió asaltos. Quedó en el medio de varios tiroteos y se tuvo que meter en casas de desconocidos para salvar el pellejo. Tiene tatuado el nombre de su hija, Catalina, quien nació con escasos 760 gramos. Y fue un momento difícil, de los tantos, para él y su esposa Vanessa. La beba salió adelante. El fútbol fue su vía de escape. Lo que está haciendo en el verde césped ya se conoce. Lo más importante es que las vivió a todas. Y las superó de forma envidiable.
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