Cortejo nupcial – texto sobre «Hormigas»

19.03.2018

Por

«Hormigas» el nuevo poemario de Bea Lunazzi vio la luz recientemente por la editorial Modesta Rimba. En estos poemas coexisten versos modulados minimalistamente. Trazos sutiles, remolinos, registros cuasi invisibles delinean el porte del animal demoníaco. 

Flavia Soldano, Liliana Heer, Bea Lunazzi y Carolina Massola en la presentación del libro en Casa de la Lectura

Un nombre delinea el espacio, construye esa modalidad próxima y ausente como un soplo de lengua extranjera.

Me gusta estar ante este libro como ante un sistema de cuerdas, un inventario de hechos transformados en cuerpos a localizar. Luz crítica, mapa sobre un territorio fuera de máscaras. Marx pensó la fábrica como lugar de reuniones, espacio que potencia la fuerza y el trabajo; desde un vértice equivalente, las creaciones insertan acción ahí donde el automatismo cotidiano vuelve soporífero los gestos.

obreras 

enanas     

vírgenes                                                                                                       

reina.

Ojo Omega, Bea Lunazzi escinde todo resquicio de subjetividad: no hay ilusión, solamente explorar poético regido por una lógica alerta al devenir. El tono en hormigas convoca los acontecimientos de un día en cada día, tempo que repite desfiles del signo con variantes estalladas del verbo en presente. Un fervor calmo, regido por encadenamiento de generaciones “clausura la proporción”. Tajos. Vacío. Diferentes registros enuncian, aun cuando se trate del inequívoco peregrinaje cuya meta no encuentra otro punto de amarre fuera del volcán cavado sin escándalo: sedosa tierra persistentemente deglutida.

El abdomen hinchado 

excede la hormiga 

se vierte sobre lo mucho

y lo uno a la vez…

 

El instante es cuerpo, al jugar con lo irreversible tiene el savoir-faire de la muerte. Embriaguez, sol rojo, enrojecido de verano porque la fuerza poética se metió adentro, en ese hueco plural donde no hay más que letras.

no hay desazón, no hay gloria.

Caracteres alineados, grumos, diamantes negros, silueta de comportamientos sin yo.

Van y van                                                                                                    

negras   negras hormigas

cientos, miles, en contraste a la inserción de un solo árbol.

En el primer, en el último poema:

Una hoja de tilo…

La hoja de tilo…

Lunazzi escribe los caminos de una marcha espejeante, extirpa rumores, redime palabras haciéndolas ingresar en el silencio de las siete de la tarde

cuando el débil resplandor enrojece un verano.

Lenguaje llevado al extremo, ahí donde “el hechizo continúa” hasta extraviarse. La autora dispone de coraje, esa forma de la verdad loca, dionisíaca.

En algún sitio

complacida 

una negra divinidad se inclina.

 

Un montaje envolvente se impone a la crónica de trinchera, ahí donde el residuo del cuerpo como otro -el otro del cuerpo heredero-podredumbre-pródigo-desperdicio- es expulsado.

Otro mundo dentro del mundo.                                                                

El cadáver retorcido                                                                                     

devuelto a la superficie.

Lo que hace historia está en el vacío, aunque ese vacío no se refiera a la pérdida de nada. La tribu sufre la condena de ser encontrada por pisotones aquí y allá. Nudos, alianzas, desplazamientos, huellas.

Ellas, prisioneras del recorrido, protagonistas de una topología del afuera y del adentro. En estos términos se refiere Lacan: El insecto que se pasea por la banda de Moebius, si tiene la representación de lo que es una superficie, puede creer en todo momento que hay una cara que no ha explorado, aquella que se encuentra en el reverso de la cara por donde se pasea. 

Ellas, prisioneras del hambre, sin nada fuera del alimento.

Si existiera ese otro mundo

el reverso de mandíbulas.

El condicional, partido hasta su punto de ruptura. El impasse antes que el suicidio condena a errar.

En Hormigas coexisten versos modulados minimalistamente. Trazos sutiles, remolinos, registros cuasi invisibles delinean el porte del animal demoníaco. Poesía que narra el embrión de un contacto veraz entre tiempo y espacio, vida plena de muerte eludida capaz de renovar el misterio de lo controlable. Maquinaria que al distribuir lugares parece decirnos: la  ocupación es un efecto de sentido. Otra vez la paradoja del verbo en presente retuerce su abanico, gira hacia el                      

Blanco en lo negro

focaliza la inversión

las que vienen también van

se enfrentan                                                                                            

con carga o sin carga                                                                                   

una hormiga frente a otra hormiga.

El hacer de Bea Lunazzi -armado con delicadeza oriental- nutre mediante proposiciones una afirmación tras otra afirmación, sus palabras rozan los vértices matemáticos de la música.

Algo más que un contexto precede y excede ese imperio del                 a través con bifurcaciones. La ida y la vuelta, rondallas, también denominadas juego obsceno de niños cuando el compás semántico mantiene a distancia el drama represor.

Puedo recordar todo a condición de leer, volver a leer, no en busca de explicaciones sino del acrecentamiento en la consistencia del enigma. Pugna entre instinto y captura ritmada por un impasse de tribu capturada a través de la catástrofe, el agujero del lenguaje.

 

*Texto leído durante la presentación de «Hormigas»en Casa de la Lectura, el 14 de marzo de 2018

 

Leé la columna Lecturas imperdibles en la sección de Cultura

 

 

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