El otro Jair

20.10.2018

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Hoy todos saben quién es Jair Bolsonaro en Brasil: el candidato presidencial de extrema derecha. Parece que la mitad de la gente lo votaría. Sin embargo, hay otra mitad. Una mitad en la que viven personas como Jair Krischke, un activista de derechos humanos que acaba de cumplir 80 años y en PucheroNews lo celebramos con esta entrevista realizada en su hogar de Porto Alegre el año pasado.

 

Jair Krischke  nació hace 80 años en Rio Grande do Sul un 15 de octubre. En los 70s fue uno de los fundadores del Movimiento Justicia y Derechos Humanos (MJDH), la organización más antigua de Brasil, que actualmente dirige. Desde aquellos años oscuros en América del Sur, se dedica a defender los Derechos Humanos en Argentina, Brasil y Uruguay. En 2003, fue distinguido como “Ciudadano del Mundo” y designado como “Visitante Ilustre” de Montevideo donde ayer lo homenajearon por su cumpleaños.

 

¿Cuándo se estableció el MJDH?

Nuestra institución se crea formalmente a finales de los años 1970. Pero desde mucho antes,  Brasil ya estaba viviendo bajo una dictadura militar, que empezó en 1964. En ese momento, no conocíamos la doctrina de la seguridad nacional y pensábamos que iba a ser un golpe como otros. Que en uno o dos años se iba a volver a la normalidad.

No estábamos preparados para lo que se venía…

En los años 60s, nuestra prioridad era sacar gente de Brasil. Líderes políticos, sindicales y estudiantiles. Lo llevábamos a Uruguay, Argentina y después a Chile. Especialmente a la Argentina, ya que ahí estaba la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para América Meridional, donde podían tramitar el estatus de refugiado político.

 

¿Cuántas personas salvaron?

Cada día, había más gente. No pudimos mantener un archivo completo. Te puedo decir que rescatamos cerca de 2,000 personas. Brasileños, uruguayos, argentinos, chilenos, paraguayos…

Por muchos años, el grupo se mueve sin una identidad. Somos viejos compañeros. Y trabajabamos en la solidaridad a los perseguidos y refugiados. También abordamos otros temas, como las cuestiones indígenas y de la organización de las favelas y desigualdad social aquí en Brasil.

 

¿Cuándo se formalizaron entonces?

Desde el año 1974 pero especialmente desde fines de 1978 y con la sanción de la Ley de Amnistía en 1979, se dio una apertura política en Brasil.

Nosotros, hace tiempo, ya veníamos discutiendo la necesidad de tener una presencia pública. En marzo de 1979 realizamos un seminario sobre justicia y derechos humanos. En el cierre, propusimos crear una organización y elegir su primera dirección. Cuando fuimos a registrar formalmente la asociación, ahí empezaron los problemas. Nos dijeron que no. Nosotros insistimos, ya que era nuestro derecho. Pasaron muchos días, pero seguían con esa negativa. Con ese antecedente, entonces nos fuimos a la justicia pidiendo que autorizaran ellos nuestro registro como agrupación. Después de más de un año de esta lucha, con sentencia judicial del 11 de agosto de 1980, finalmente empezamos a existir formalmente.

 

¿Cómo se acercaban a ustedes los refugiados?

En Uruguay, por ejemplo, había compañeros que con mucha cautela te ponían en contacto. También teníamos vínculos con unos curas. Lo mismo en Argentina y Chile. Teníamos además rutas de salida de los países. Usábamos unos códigos para comunicarnos. Con unos telegramas y nunca, por suerte, perdimos a nadie gracias a estas cautelas que tomábamos.

Un caso fue particularmente difícil. Teníamos que sacar una persona perseguida que era cuadripléjica, su nombre era Artigas Lemes y era uruguayo. Por su situación personal, no podíamos usar las estrategias de siempre. Entonces tuvimos que organizar que pasara la frontera en una combi, escondido entre unas monjas. Para que no revisaran ese transporte en la frontera y lo encontraran. Esto justo sucedió en 1981, justo el año que la Asamblea General de Naciones Unidas había declarado como Año Internacional de los Impedidos. Así fue por suerte y se fue a Suecia.

 

¿Y que otro caso recuerdas?

El del prestigioso científico uruguayo Claudio Benech, un biofísico, de 44 años y padre de siete hijos. Su esposa nos escribió que había sido secuestrado de su casa en Montevideo en mayo de 1980, cuando la represión en Uruguay volvió a endurecerse. Empezamos entonces una campaña con la comunidad científica brasileña para lograr su liberación. Benech era un tipo muy inteligente y durante su detención, empezó a trazar el perfil psicológico de sus captores. Se dio cuenta que tenían problemas vinculados a la sexualidad y se dedicó a trabajar ese tema con ellos. Les decía que extrañaba mucho poder estar con su señora. Les pidió si podían llevarlo a casa para poder pasar Navidad con su familia y así aprovechar de estar con su mujer. Logró convencerlos y ellos accedieron a su pedido, a cambio de que le relatara el encuentro sexual con ella. Así fue. Posteriormente, logró convencerlos de poder pasar Fin de Año en casa con ella. Para esa oportunidad armamos un plan para poderlo sacar del país. Con la ayuda de Ariel Celiberti, hermano de Lilian (ver abajo), primero fueron en auto hasta Punta del Este. Él estaba tan nervioso que hasta chocó el pequeño auto y tuvieron que seguir de cualquier manera. De ahí, en casa de un amigo, se cambiaron de vehículo y reanudaron hasta la frontera entre Uruguay y Brasil en Chuy/Chuí. Nosotros los estamos esperando con un grupo de periodistas, diciendo que íbamos camino a Montevideo a cubrir el Mundialito de fútbol. Estábamos muy nerviosos, porque tardaron mucho en llegar y nos empezamos a preocupar, especialmente Omar Ferri, un compañero abogado. Al final, lograron cruzar la frontera sin problemas. Y Ferri estaba como loco, por la alegría y el alivio, gritando “Venganza, venganza,” por todo lo que habíamos padecidos por las dictaduras, tanto en Uruguay como en Brasil.  

 

¿Qué puede contarme del caso del secuestro en Porto Alegre?

Lilian Celiberti, con sus dos hijos Camillo y Francesca, y su compañero Universindo Díaz habían llegado en 1978 a Porto Alegre para ayudar en la resistencia contra la dictadura uruguaya, para difundir información sobre los crímenes que se cometían aún. Al poco tiempo de instalarse aquí, todos ellos fueron víctimas de un operativo conjunto uruguayo-brasileño en el marco de la Operación Cóndor. Fue el único caso de Cóndor que tuvo que ser abortado, ya que el periodista Luiz Claudio Cunha, alertado por un llamado anónimo, con un fotógrafo de la revista Veja concurrió al departamento donde Lilian estaba secuestrada en Porto Alegre. Ellos vieron agentes brasileñas y uruguayos en ese operativo.

No sabíamos que esto era la Operación Cóndor en ese momento, pero nos quedó claro que algo raro estaba pasando. ¿Cómo podían militares uruguayos ingresar al territorio brasileño sin tener un acuerdo con ellos al respecto? Hicimos una gran campaña para Lilian y su familia y gracias a eso, todos ellos sobrevivieron.

 

¿Cómo difundían información?

Armamos una agencia de noticias, se llamaba “PresSur.” Alquilamos una pequeña oficina donde instalarla y un télex. En esos años, los buses que conectaban Porto Alegre a Montevideo tenían las llamadas “rodomozas,” es decir las azafatas del servicio. Ellas nos traían todos los días los diarios desde Uruguay. Con esos diarios y las noticias que escuchábamos por la radio, armabamos un noticiero cada día. Además, mandábamos por télex las notas a Roma, que las divulgaban ahí los días sábado.

 

¿Nos puede contar cómo logró la extradición del coronel uruguayo Manuel Corderoa la Argentina para que fuera juzgado en el juicio a la Operación Cóndor?

Sí, efectivamente, siempre supimos que muchos ex represores argentinos y uruguayos vivían en absoluta impunidad aquí en Brasil, especialmente en Rio Grande do Sul. En el caso de Cordero, se había escapado de Uruguay en 2004, donde había sido denunciado en varias oportunidades. Con la ayuda de mi gran amigo Roger Rodríguez y también de mi red de contactos locales en la frontera, empezamos a buscar información sobre dónde podía estar. Pudimos confirmar en 2005 que efectivamente se encontraba en la ciudad fronteriza de Santana do Livramento. ¡Increíblemente, ahí seguía cobrando su jubilación como militar desde el Consulado uruguayo! Se escapó de nuevo, pero lo pudimos ubicar una segunda vez. En ese momento, teníamos que convencer al Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil a otorgar su extradición a la Argentina para juzgarlo ahí. No fue nada fácil, ya que el STF es bastante conservador, especialmente cuando se trata de derechos humanos. Fue una lucha de muchos años. Finalmente, a finales de 2009 el STF autorizó -aun con limitaciones- su extradición a la Argentina, donde Cordero fue juzgado y en 2016 condenado a 25 años de cárcel por once casos de secuestros de víctimas uruguayas y argentinas ocurridos en 1976.  

 

Finalmente, usted fue amenazado por el Comando Barneix en febrero de 2017. ¿Quién cree que está detrás de eso? ¿Y qué quieren lograr?

Si, efectivamente, es así. Vos y yo, junto con otros compañeros uruguayos y el jurista francés Louis Joinet, recibimos esta amenaza y, aún hoy, la justicia uruguaya no ha podido establecer quiénes son los responsables. Creo que esta amenaza tiene dos motivaciones: decir a nosotros, los extranjeros, de no meternos en lo que pasa en Uruguay, y además querían tener una repercusión internacional. Ellos, los nostálgicos de las dictaduras, quieren cero verdad y cero justicia. Pero nosotros no vamos a aflojar ya que sabemos que esta pelea contra los responsables de los crímenes de las dictaduras de Sudamérica trasciende a cada país y es una lucha común a todos los pueblos de esta región. La falta de investigación de esta amenaza es, de todos modos, lamentable y la impunidad afecta la calidad de la democracia uruguaya.

 

 

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