Pobrecitos (hubo, hay y habrá)

26.05.2016

Por Rasputín

 

Cuando el pasado domingo, día históricamente de mayor tirada de los grandes matutinos nacionales, las portadas de Clarín y La Nación estamparon titulares centrales donde se amalgamaron las organizaciones sociales, las amenazas de protestas, la demanda de alimentos y el conurbano bonaerense, quedó demostrada la irrupción de la agenda social. El gobierno de Mauricio Macri terminó de ingresar nítidamente a una nueva fase. 

Esta etapa, ya dejada atrás la luna de miel característica de los primeros meses de un gobierno nuevo, trae desafíos para el corto plazo, de cuya resolución positiva está atada la fisonomía de la transición todavía en marcha, y la suerte de Cambiemos de cara a las elecciones de 2017, instancia obligada de consolidación como proyecto de poder.

En paralelo, comienzan a aparecer los primeros corrimientos en el humor social que muestran, en algunos casos, un diferencial de imagen negativa para el líder máximo del PRO. La alegría duró poco. La Argentina es ingrata con las revoluciones, ya se sabe.

El jefe de Gabinete de Ministros, Marcos Peña, en las últimas horas reconoció en un reportaje radial que “Estamos en el peor momento”, no sin rápidamente aclarar que “es el camino a recorrer para empezar a crecer”, y que todo lo que han hecho ha sido “cuidando a los más débiles”. 

Tapa de Clarín, domingo 22/05. Foto: Pucheronews.

Los argumentos de Peña huelen a provocación en un contexto social tan particular. O peor aún: ofrecen la visión oficial de un gobierno que luce por momentos desorientado y absolutamente superado por la situación.

El diagnóstico del jefe de Gabinete casi coincidió cronológicamente con la visión que regaló Jaime Duran Barba en la clásica mesa de Mirtha Legrand. Para el gurú del Presidente “no es real” el hambre en la Argentina. Muchas veces el árbol tapa el bosque. Los globos de color, quizás, el sentido común.

Intuitivo, Peña inmediatamente aclaró que el maestro comunicacional del gobierno sólo “habla por él, y aún más cauto el joven Marcos observó: “Hoy no tenemos reporte de esos casos (de muertos por el hambre), pero no me animo a decir que no haya ninguno. Me animo a decir que trabajamos muy fuerte para que no los haya”.

Pero más allá de las portadas que imprimen titulares catástrofe durante un domingo de otoño, el verdadero actor que está empezando a esmerilar desde el flanco social seriamente al gobierno es la iglesia católica, institución que habla y emite mensajes contundentes desde distintos canales y con un grado de legitimidad difícil de superar.

La iglesia también marca agenda y se afianza como actor político de peso. No hace falta decir la tremenda actualidad que adquiere aquel famoso dicho de que todos los caminos conducen a Roma. Macri eso lo sabe. Y a su manera comienza a padecerlo.

Macri reunido con representantes de la Iglesia. Foto: Google Images

En las últimas horas en su primer Tedéum como presidente, Macri debió tragarse sin anestesia la homilía del arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli quien le reclamó: “Que no nos paralicen las estadísticas. No perdamos la sensibilidad de escuchar y redoblar esfuerzos y servicios ante el dolor de los más pobres, de las familias que sufren por carecer de lo esencial”. Y por si quedaban dudas, agregó siguiendo la línea de Roma: “Que todo argentino e inmigrante de buena voluntad que comparta nuestros días tenga tierra, techo, y trabajo”.

Pero antes del Tedeum del 25 de mayo, el Presidente recibió otros sermones que apuntaron a la crisis social en curso. Primero fue la UCA, cuyo Rector se encuentra muy ligado a Francisco, la institución que ventiló a través de su Observatorio de la Deuda Social Argentina, la existencia de un “fuerte empeoramiento en las condiciones de indigencia y pobreza durante el primer trimestre de 2016 (…) La tasa de indigencia habría pasado de 5,3% a fines de 2015 a 6,9% en marzo de este año, y afectaría a no menos del 6,2% de la población al principio de abril de 2016; lo cual en este caso daría cuenta de un aumento de por lo menos 350 mil personas en situación de indigencia (acumulando 2,3 millones de personas indigentes al final del tercer trimestre del año). En cuanto a la tasa de pobreza, esta habría pasado de 29%, a fines de 2015, a 34,5% en marzo de este año, y tendría como piso un 32,6% en la primera parte de abril de 2016; lo cual significaría aproximadamente 1,4 millón más de pobres (casi 13 millones de personas en situación de pobreza)”.

Luego fue el Episcopado, a través de su presidente monseñor José María Arancedo, quien no sólo avaló las estimaciones de la UCA sino que además, en un reportaje concedido a La Nación, señaló: “Para salir de la pobreza hay que crear empleos”. Hacia mediados de mayo los integrantes de la Conferencia Episcopal Argentina reclamaron al Gobierno medidas que lleven a la “unión de los argentinos” y plantearon “la necesidad de ir reduciendo los niveles de pobreza que preocupan”.

Lo interesante es que todas las advertencias de la iglesia (Tedeum, UCA, Episcopado, Pastoral Social) parecieron no inmutar la decisión de Macri en cuanto a su anticipado veto a la Ley Antidespidos, herramienta a la que finalmente terminó recurriendo, desoyendo la contundencia en el comportamiento de ambas cámaras legislativas donde el proyecto había sido ampliamente apoyado, incluso por un variopinto mapa político. Como leones herbívoros, a los que sólo les queda la posibilidad de rugir muy de vez en cuando, las centrales sindicales comandadas por jefes peronistas en sus diversas presentaciones (Caló, Moyano, Barrionuevo) volvieron a escribir una página triste de las tantas que ya poseen en la historia de las grandes defecciones. Así, sus amenazas de paro y masivas movilizaciones en el caso de que Macri vetara la ley, fueron rápidamente reconsideradas. El dinero no es todo, pero cómo ayuda. En el archipiélago sindical, resta por saber dónde y cómo se encolumnarán las CTA de Yasky y Micheli.

Cristina Fernández de Kirchner con una gigantografía de Evita atrás. Foto: Google Images

Según UNICEF, Cristina Kirchner terminó su mandato presidencial con 4 millones de niños sumergidos en la pobreza. Esto quiere decir que tres de cada 10 niños eran pobres en la Argentina a fines de 2015. Pero hay un dato más preocupante: cerca de 1,1 millón vivía entonces en la pobreza más extrema a pesar de los años de “tasas chinas”, coincidentes con el ciclo de crecimiento económico sostenido más importante de toda nuestra historia.

Si la reciente revelación de la oficina de la ONU para la infancia en la Argentina fuera cierta, así como los datos vistos más arriba sobre pobreza e indigencia, convendría poner en duda algunos de los últimos diagnósticos que los principales referentes del entonces gobierno nacional y popular le regalaron a la ciudadanía durante 2015, año en el que se enfrentaban los “dos modelos de país”. No eran los unitarios contra los federales, ni la civilización contra la barbarie. Ni siquiera la Patria contra los buitres. Era Scioli contra Macri. Vale la pena recordarlo.

Pero volemos muy brevemente a 2015. A Roma (una vez más). En este caso para participar de la 39° Conferencia de la FAO (organismo que, aunque parezca una ironía, está dedicado a atender el hambre). En dicha oportunidad Cristina Kirchner, todavía lejos de la resistencia de Comodoro Py, remarcó que en la Argentina el índice de pobreza estaba “por debajo del 5%” y la indigencia arrojaba un “1,27%”. Vale destacar que la ex Presidenta fundamentó su diagnóstico en el último dato publicado por el Indec, en el ya lejano diciembre de 2013, cuando el organismo había señalado que el nivel de pobreza en nuestro país era de 4,7%. No conviene olvidar que el “nuevo Indec” de Macri tampoco difunde índices de pobreza e indigencia. ¿Dos modelos distintos de país eran los que se “enfrentaban”?

Personaje hábil no sólo para escapar en baúles de automóviles y tejer vínculos con lo más rancio de las mafias enquistadas en el aparato del Estado, además Aníbal Fernández siempre contó con una asombrosa capacidad para la oratoria y el engaño. Casi todos recordarán cuando le preguntaron si entonces la Argentina tenía “menos pobreza” que Alemania y los países más desarrollados. Quien meses más tarde sería “el candidato del proyecto” para gobernar la provincia más importante del país, respondió: “Y sí, aunque no te guste y te cueste aceptar. Es cuestión de meterse a la base de Alemania y ver cómo responden ellos a la pobreza estructural y te lo muestran. No hay que ser ni genio ni tener amigos que sean espías alemanes”. Visto a la distancia María Eugenia Vidal no tenía demasiada competencia.

A principios de 2015, el ministro de Economía Axel Kicillof también regaló a la ciudadanía argentina otra de esas situaciones en las que más de uno opta por reírse para no llorar. En aquel entonces, el antecesor marxista de Prat Gay, admitió que no sabía cuántos pobres había en el país del cual era ministro porque consideró que tener ese cálculo era una medida “bastante estigmatizante”. Visto a la distancia, el “modelo” ya estaba acabado en todo sentido.

Las recientes políticas económicas tomadas por aquellos que se vendieron como el cambio y ofrecían alegría ante tanto “populismo”, hoy no hacen más que incentivar y acelerar la descomposición en el tejido social que ya se había incubado con fuerza durante los años anteriores.

Evidentemente la Argentina que heredó Macri del kirchnerismo lejos estaba, en diciembre de 2015, de ser la Alemania de Merkel o la Dinamarca de Margarita II (con 8,7% y 6% de pobreza, respectivamente, según la OCDE).

Cartoneros. Foto: Google Images

Pero lo cierto es que la brusca devaluación aplicada ni bien asumida la nueva conducción, la brutal transferencia de ingresos hacia los sectores concentrados, y la inflación desbocada con tarifazos mediante, parecen haber conformado un coctel de muy difícil asimilación, sobre todo, para las franjas sociales estructuralmente postergadas de la Argentina.

El regreso de la agenda social a las tapas de los grandes medios y la inmediata reacción de las principales espadas del gobierno, reconociendo que “estamos en el peor momento”, así como el rol cada vez más preponderante que juega la iglesia (desde la cúpula hasta los referentes de base) vuelven a encajar a la Argentina, en el mediano plazo, en una encrucijada imprevisible.

Momentos de confusión generalizada y de enrarecimiento en el clima social suelen ser aprovechados por algún factor de poder que incluso concibe que aún hace falta un mayor grado de ajuste y “equilibrio” en las variables macroeconómicas para, definitivamente, dejar atrás a la década ganada.

La vuelta de las organizaciones sociales al centro de la escena, el desborde en los comedores populares en demanda de alimento y la instalación del conurbano bonaerense como teatro de operaciones de todo el experimento (geografía donde se palpan las primeras reacciones del descontento) obligan a Macri y Vidal a responder por el aumento del hambre y la desocupación, no generados con exclusividad por ellos, pero si estimulados desde que la Casa Rosada se vio invadida por un grupo político que está por demostrar si realmente estaba capacitado para salir del laboratorio y embarrarse los pies en un terreno donde la “pobreza cero” será recordada como una mentira más de campaña.

Lo que se enfrentó en 2015 no fueron dos modelos antagónicos de país. Independientemente de la resultante de la disputa política, la Argentina de 2016 vuelve a demostrar que bajo estos gobiernos la pobreza estructural es parte ineludible del paquete electoral, que no la enfrenta, sino que la genera y consolida. Los pobres siempre estuvieron, están y estarán. Ya lo dijo Durán Barba hace días en la mesa de la Reina de los almuerzos: “Pobres hay en todo el mundo”. El ámbito para hacer semejante confesión no podía ser más propicio. En una mesa con abundancia de comida, gustos y sabores finamente escogidos, “el hombre más escuchado por el Presidente”, amante de los grandes espejismos, ofreció su mejor creación surrealista.

 

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