30.06.2016
Por Diego Braude
En su nuevo microrrelato con fotografía, Braude habla de la duda: ese vacío que nos ausente y se come el momento del baile.
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En décimas de segundo se presentan las opciones: la que se había elegido, la resultante, la que viene después. Cada decisión implica una acción concreta, un movimiento. El problema no está en equivocarse, sino en permitir que la duda se coma más que esas décimas de segundo y termine tragándoselo todo, porque la duda es glotona.
Uno podría decir que la danza es movimiento. Pero entonces ¿si no hay movimiento visible, no hay danza? Ergo, creo que la danza es energía que baila. A veces la ves, a veces no la ves, pero siempre la sentís.
El proceso de trasladar el peso de un pie al otro implica el trabajo de todo el cuerpo. Es conformar dentro tuyo una bola de energía con la que jugás llevándola adelante, atrás, al costado, la embolsás, la lanzás a la carrera, la sostenés, la respirás. Y esa ola que va de aquí para allá, se concentra, se expande, se entrelaza con la de quien baila con vos. A veces, eso es volar por la pista juntos (y juntos, creo yo, es la palabra clave), a veces es condensar todo eso en la yema de los dedos, una respiración de a dos, un cambio de peso.
“Si te equivocás, te equivocás, pero no dudes”, me dijo el mismo profesor que otro día me dijo que no me quedara sólo en mis lugares cómodos, que me arriesgara siempre también a los otros. La duda construye un momento de vacío, que no es lo mismo que un momento de abismo. No estás aquí, no estás allá; simplemente, no estás. Matás la magia, matás el baile, te disolvés, te vas…
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