Lo que esconde la vegetación de Chocó

18.08.2016

Por Lola Durán

 

En esta crónica, Lola Durán nos cuenta su experiencia en el departamento de Chocó, al noroeste de Colombia, donde los desplazamientos forzados han aumentado considerablemente. Según un informe de ACNUR de marzo 2016, a comienzos de año seis mil personas huyeron de sus hogares a causa de los enfrentamientos armados entre grupos ilegales. Unas siete mil ven su movilidad limitada por los combates que se concentran en las riberas de los ríos Baudó, Atrato y San Juan.

 

***

 

No vi asesinatos, pero vi quienes pueden matar.

No vi gente desplazándose, pero vi lo que queda después de un desplazamiento.

No vi lágrimas, pero vi sufrimiento.

No me pasó nada, pero sentí temor.

 

Cuando bajé del avión recibí el primer golpe: el calor. La ilusión del confort me dio un respiro en la camioneta 4×4 con aire acondicionado en la que iniciábamos el viaje.

El paisaje de Chocó. Foto: Lola Durán

No es común verlas en Quibdó, la capital de Chocó donde la mayoría de la gente se moviliza en moto y uno de los pocos trabajos que hay es el de moto-taxista.

El destino era Puerto Meluk pero una moto, sí otra vez una moto, y su conductor se interpusieron en nuestro camino e impusieron la ciudad de Istmina como parte del itinerario. Istmina se encuentra al sur de Quibdó y era la población más cercana al lugar del accidente con centro de atención médica y taller mecánico. Por suerte las heridas fueron leves pero bastaron para ver. Para ver el accionar del policía que no hizo nada más que un efímero acto de presencia en la ruta. Para ver lo difícil que es acceder a un servicio de salud a pesar de que el seguro del vehículo lo cubra. Para ver que sin croquis policial el seguro no atiende al herido. Para ver la prostitución de adolescentes en el bar frente al taller.

Llegamos a Puerto Meluk antes de las 8 de la mañana. El ambiente del lugar a orillas del río Baudó me pareció algo intimidante. La sensación pronto tuvo una explicación. Mientras sacaba fotos, una de las personas con las que viajaba me previno: «Acá no, uno no sabe a quién fotografía… esta es zona paramilitar».

En Bogotá se escucha que los paramilitares ya no existen, que se desmovilizaron con la ley de Justicia y Paz, que lo que queda son simples criminales.

En Chocó lo que se cuenta es distinto. A poco de salir de Puerto Meluk me señalaron que el hombre con fusil en mano y cara tapada a orillas del río era un paramilitar. Durante los cinco días que estuve en ese departamento escuché más de una historia reciente que los involucraba.

Tras unos 20 minutos en la lancha llegamos a Batatal, una comunidad a orillas del río.

Posando para mostrar «como son los pobres».

Cuando bajamos se acercaron más mujeres que hombres, habían estado haciendo biche (bebida a base de caña de azúcar que preparan las mujeres en el Chocó) y me dieron para probar. Antes me habían contado que en febrero se tuvieron que desplazar porque el ELN y los paramilitares se enfrentaron en una comunidad cercana, se disputaban la tierra.

En Chocó muchas de las comunidades se asientan a orillas de los ríos, viven de la pesca, de la cría de (pocos) animales, de la agricultura y de la minería artesanal. Cuando sufren desplazamientos pierden todo o casi todo. Aún si vuelven, si el desplazamiento se debió al conflicto armado, tienen que rearmar su vida y se enfrentan a muchos riesgos, entre ellos las minas antipersonales y la posibilidad de un nuevo desplazamiento.

Antes de irnos, mi cámara esperaba ansiosa la primera foto de la expedición. Entonces una señora le gritó a un niño que escapaba al lente “Vení, así ven como somos los pobres”. Mi cámara, atenta, tomó la foto, mientras esa frase rebotaba en mi cabeza.

La siguiente parada fue la comunidad de Las Delicias, río arriba a unos siete kilómetros de la anterior. Durante el enfrentamiento de febrero, esa comunidad decidió permanecer en su territorio, aún a riesgo de quedar confinados.

Según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, una población se encuentra confinada cuando sufre limitaciones a su libre movilidad por un período igual o superior a una semana, y además tiene acceso limitado a servicios básicos o asistencia como alimentos, educación, salud, agua y saneamiento, medios de vida, entre otros.

Aunque los niños estaban de vacaciones, la mayoría nos esperaba con sus uniformes de colegio ya que la gente del Consejo Noruego para Refugiados, con quienes viajaba, les iba a entregar unos kits con útiles para estudiar.

Aún en comunidades muy pobres se usa el uniforme para el colegio que cuesta, sin zapatos, 80.000 pesos colombianos (27 USD); un gasto a veces imposible de afrontar con lo poco que las familias ganan. Por un racimo de plátano (unos 64) se puede ganar 10.000 pesos colombianos (un poco más de 3 USD).

Los niños estaban felices con sus kits y sus madres también. Junto con los útiles se les entregaron elementos de higiene y se les enseñó cómo usarlos: los dientes se lavan luego de cada comida y las manos cada vez que volvemos de la calle, salimos del baño o vamos a comer.

La próxima comunidad, Cocalito, parecía un lugar fantasma. Los pocos habitantes que estaban allí se reunieron para decidir cómo iban a mejorar el aula donde estudian los niños con fondos del Consejo Noruego.

Debido al desplazamiento que sufrieron en febrero, muchas de las personas de la comunidad se quedaron en Pie de Pató, la cabecera municipal.

Muchas mujeres crían a sus hijos solas en Pie de Pató. Foto: Lola Durán

Una señora colgaba la ropa recién lavada, su nieta de unos 3 años la acompañaba intentando llevar una palangana que era más ancha y casi más alta que ella. El lavado a mano de esa cantidad de ropa puede llevar dos horas. Mientras colgaba la ropa, y frente a la pregunta ¿le gusta vivir aquí?, deslizó un “Soy pobre, no tengo otra opción”.

Pie de Pató está a unos 7 kilómetros de Cocalito. La flamante alcaldesa, Carmen Editza Londoño, asumió el 25 de octubre pasado. A finales de febrero tuvo que enfrentar la incorporación de entre 1700 y 1900 personas que llegaron escapando del enfrentamiento entre el ELN y los paramilitares.

–La situación fue bastante caótica. Unas 300 personas fueron alojadas en la casa comunal. Cuando no quedaba lugar, las familias del pueblo comenzaron a recibir entre 10 y 20 personas cada una.

A las personas que quedaron sin lugar se las ubicó en cambuches, una construcción muy precaria hecha de palos y plástico.

Para llegar al asentamiento donde vive la gente desplazada de la comunidad de Cocalito hay que atravesar varias calles de barro. La mayoría de los adultos vuelven a diario a Cocalito a trabajar la tierra y cosechar lo poco que tienen, principalmente plátano. La gasolina para las lanchas es muy cara así que muchas veces van y vuelven en panga, una especie de canoa hecha de madera que impulsan con un largo remo. Se demoran más o menos dos horas en cada viaje, al menos cuatro veces más que en lancha. Trabajan hasta el mediodía y si pudieron desayunar la jornada se extiende hasta la tarde.

En su casa Neila cocinaba plátano para darle la cena a la mayoría de sus diez hijos. El olor a leña quemada inundaba la cocina, los dos dormitorios y el espacio vacío que hacía de hall de entrada. Su marido se enfermó y ella se tenía que hacer cargo de sus hijos.

El caso de Neila no es una excepción, la población de Pie de Pató es 100% desplazada, según me informó la alcaldesa.

La caída del sol me recibió en ese barrio; el canto de diferentes animales acompañó el camino al hotel. La lluvia no se hizo esperar, fue tan fuerte que interrumpió el rato que quedaba de electricidad en Pie de Pató (solo tienen electricidad de 6 de la tarde a 11 de la noche).

Al amanecer volvimos a las aguas del río Baudó, la vegetación aparecía entre la bruma y desnudaba una belleza que hacía imposible imaginar las historias que tras ella se esconden.  

Neila y su familia. Foto. Lola Durán

 

Leé también las crónicas

Jazz y sangre

23 de marzo: otro día que se le escapa a la paz

Más de cincuenta años de violencia en mi estómago

 

Autor/a:

¡Compartir!
¿Te gustó? ¡Compartilo!

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *