07.10.2016
Por
En este microrrelato con fotografía una sucesión de infinitivos nos ponen en clima, nos preparan para bailar, nos transmiten las percepciones en ese instante justo antes y después de la tanda milonguera.
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Tomarle la mano. Sentir el peso suave del brazo, que se extiende como un ala desplegada desde el centro de la espalda. Ubicar el otro brazo, buscando una posición cómoda. Escuchar la música. Hacer un primer paso. Un segundo paso. Sentir la pisada. Sentir la cadencia de la cadera. Un cambio de dirección. Detenerse. Respirar. Escuchar. Acomodar el abrazo. Sonreír ante un movimiento inesperado. Sonreír porque una propuesta fue entendida y retrucada. Sonreír porque los dos cuerpos escuchan la música de la misma forma, o porque se complementan. Celebrar ese encuentro eterno de menos de quince minutos. Caminar la noche entre los faroles, las hojas de los árboles y el silencioso bullicio de los habitantes de la nocturnidad. Deslizarse en la cama. Cerrar los ojos, mientras el cuerpo rememora y guarda lo vivido. Dormir. Soñar. Bailar.
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