01.12.2016
Por
En esta nueva acuarela porteña, Braude nos habla de la sombra, le da cuerpo, baila con ella.
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El balcón de mi departamento da al contrafrente. Cuando me mudé, hace ya varios años, el paisaje era otro. Dos edificios en construcción, un espacio demolido y abandonado donde antes hubo una casa tomada – hoy un taller mecánico de querusa – y otro cuya geografía nunca terminé de entender. Conectado al supermercado chino de la calle Frías, tenía una terraza donde un hombre asiático entrado en años todos los días – más de una vez por día – practicaba Tai Chi. Desde entonces, no hay más terraza y ahora es el estacionamiento del tercer edificio que se construyó sobre la cuadra (edificio en el cual pareciera haber una sola familia, que no tiene persianas ni cortinas en sus ventanas).
Hay un cuento – también chino – que narra cómo un padre envió a sus tres hijos a formarse en tres líneas distintas de entrenamiento – estas cosas que hacen algunos padres, de experimentar con los hijos, vio. Uno fue a aprender lucha, el otro boxeo y el tercero Taijiquan. A los tres años, los tres se enfrentaron: el luchador venció al boxeador y el boxeador al discípulo de Taijiquan. El padre los mandó a que siguieran estudiando. Cinco años después, el boxeador venció al luchador y el luchador al de Taijiquan. El padre se mantuvo en silencio y los envió nuevamente a que continuaran entrenando. Diez años después, el discípulo de Taijiquan venció a los otros dos. La conclusión es que el Tai Chi requiere de un aprendizaje profundo, que requiere otros tiempos y otra maduración. Es lo que se llama un “arte marcial interna”. Al Taijiquan también se lo conoce como boxeo de la sombra.
Seguramente, algo o mucho de lo que acabo de escribir contiene inexactitudes varias, con lo cual es necesario que no crean del todo en la veracidad de la información que incluyo. El asunto es que me gusta la imagen no ya del boxeo propiamente dicho, del ritual de luchar contra la propia sombra, sino del estudio junto a esa sombra. La sombra puede ser más grande y monstruosa o insignificantemente pequeña dependiendo de cómo de la luz, pero siempre va a estar ahí, cosida a nuestro cuerpo.
En lugar de la pelea a muerte con la sombra, una danza. En lugar del temor a ser devorado por la sombra, permitir que te atraviese. En lugar de correr como si te persiguieran a los tiros, bancarte tu peso y sentir la tierra en cada paso. Y, entonces, me doy cuenta que en eso estoy… aprendiendo a bailar.
Muchas mañanas y muchos atardeceres miro por el balcón y me pregunto qué habrá sido de aquel viejo…
Leé otros microrrelatos con foto en Las acuarelas de Braude