Una crónica del orgullo

01.12.2016

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El pasado 26 de noviembre tuvo lugar la XXV Marcha del Orgullo. Una vez más las calles del centro de la ciudad de Buenos Aires desbordaron de color con las banderas de la comunidad LGBTIQ y la reivindicación de sus derechos. Así como los reclamos contra la violencia sexista e institucional, la homofobia y la discriminación. Nuestro fotógrafo Gonzalo García estuvo ahí. Compartimos sus retratos y una breve crónica sobre la marcha.

 

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Suena cumbia. El agua cubre cada rincón de la Plaza de Mayo. Llueve hace horas y me pregunto cuánta gente se presentará a la Marcha del Orgullo con el tiempo así. Saco mi cámara y empiezo a recorrer, intentando capturar: momentos, besos, manos tomadas, abrazos, sonrisas, felicidad, orgullo. Gente grande y joven. Me sorprende la cantidad de adolescentes: catorce, quince, dieciséis. Emociona ver que cierta parte de la sociedad sale a la calle a una edad tan temprana y con las ideas ya tan definidas; estar acá significa gritar al cielo “esto soy yo, esto es lo que elijo ser”. Y ciertamente es muy refrescante esa actitud.

La marcha arranca: me rodean trajes multicolores, las banderas ondean por todos lados. Arriba de los camiones suena música tecno, todos bailan, disfrutan, celebran. Llevan con orgullo sus decisiones. Se muestran de frente tal como son. Tal como deciden ser. Sin miedos. Esta es la vigésimo quinta marcha. Muchos derechos se fueron ganando con los años, pero muchísimos más quedan en el tintero. Uno de los más fuertes es de la comunidad trans: pide un cupo laboral y terminar con los asesinatos y la discriminación. ¿Por qué habrían de quedarse fuera del #NiUnaMenos?

Veo desfilar cientos, miles de personas; chicas, chicos, todos bailando, poniendo el cuerpo.  La lluvia no pudo con ellos. Copan la Avenida de Mayo y llenan de color una calle que, hace no muchos años atrás, se hubiese horrorizado por esta demostración. Quedan todavía muchas calles en la Argentina que se horrorizan cuando la gente sale a reclamar sus derechos.

Cada tanto les pregunto si me dejan retratarlos. Nadie me dice que no. Levanto mi cámara para fotografiar. Veo cómo me miran de frente. La cabeza bien levantada. El rostro sereno, seguro. Sacan pecho y se preparan. Tomo la foto. La  miro: orgullo. Una tras otra tras otra, en cada retrato que capturo lo mismo: orgullo. Orgullo por sentir la libertad de tomar la decisión de ser los únicos dueños de su propio destino. Orgullo por tomar las riendas de su propia sexualidad. Orgullo por salir a la calle a decirle al mundo quiénes son, quiénes quieren ser.

Llegamos hasta el Congreso. Las caravanas siguen apareciendo. Se esperan los discursos y algunos músicos invitados. Recorro con la mirada la explanada, busco poder tomar algunas fotografías más, me detengo en una persona. Lleva escrito en el pecho “Orgullo Trans”. Se le ven las cicatrices de la operación a la que tuvo que exponerse para estar bien con su cuerpo. Le pido permiso para tomarle una foto, me dice que sí. El obturador se cierra, miro el visor: orgullo. Le doy las gracias y enfilo para mi casa.

Me voy pensando que no conozco ningún hombre que tenga los huevos tan bien puestos como para llevar de frente y al descubierto las marcas de la propia identidad. 

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