06.05.2017
Por
No todos los documentales nos fascinan gracias a la calidad de sus imágenes. Tampoco todos lo logran con la originalidad de sus planteos, denuncias o decisiones estilísticas. A veces simplemente nos pueden atraer con otras cosas, en apariencia de menor impacto. El Fenómeno Finlandés (The Finland Phenomenon) aporta esas otras cosas. Contando con un profesor de Harvard como tutor, el film nos permite conocer de cerca el mítico sistema educativo finlandés. Entender su gestación, filosofía y fundamentos es entender a una sociedad en su conjunto. La educación como arma estratégica vital de una comunidad. Sus principales pilares -igualdad, equidad y gratuidad- explican el pasado, presente y futuro de un país que se niega sistemáticamente a la desolación e injusticia que nos ofrece cotidianamente el mundo moderno. En pleno conflicto con los docentes en nuestro país, bien vale corroborar -gracias a lo que sucede en otras latitudes- que no todo está perdido entre guardapolvos, pupitres y pizarrones.
“Hay un país en el que los chicos no tienen tarea y van menos días al año a clases y sin embargo es el país con los mejores estándares educativos del mundo” nos anuncia el film en los títulos del comienzo. El Doctor Tony Wagner, investigador de Harvard, nos ayuda a entender cómo lo hicieron. Así nos enteramos que no hay un solo alumno en Finlandia que tenga una educación diferente. No importan ni lugar ni clases sociales. Es igual para todos y todas. Y gratis. No hay sitio aquí para el negocio de la educación. Cuando van desfilando los testimonios recogidos por Wagner, profesores, padres, autoridades, todos confirman: “En nuestro país las familias le dan mucha importancia a la enseñanza de sus hijos”. También aparecen los objetivos marcados a fuego. “Tenemos claro lo que queremos que sea cada estudiante: un ciudadano digno finlandés”, afirma un funcionario del área. Explica que quieren personas aptas, formadas para el mundo que les toca vivir. Wagner se asombra cuando descubre que chicos de siete años analizaban en clase el tema de las energías renovables, para luego hacer un trabajo en el que debían explicar artísticamente qué pasaría si sus casas se quedaran sin energía. Escuelas primarias de no más de 20 chicos por grupo, con el mismo profesor casi todos los años hasta el final y al que llaman por su nombre de pila. Lo que se dice búsqueda de intimidad, de confianza.
Sí, cuestión de valores. Como los que muestra un grupo de adolescentes en una charla con el invitado americano. En un inglés fluido, conocemos sus sueños futuros: “Sólo me interesa que lo que haga, me haga feliz”, o “El dinero no es tan importante. Sólo quiero tener lo necesario”, o “Es más importante el amor por lo que hago, que el dinero”. Sorprende la madurez de sus reflexiones. Pero pronto llega lo más importante: el concepto. “El aprendizaje depende de cada uno. Debemos lograr que los alumnos se diviertan y mientras aprendan a pensar. A menos evaluaciones, más posibilidades de que los estudiantes desarrollen su propia forma de aprender”, explican los educadores.
Ellos, los educadores, son la piedra basal de todo el sistema. Y las cuestiones culturales empujan: los maestros fueron siempre venerados en Finlandia, casi como sabios. Son formadores del conocimiento, no solo un eslabón sistémico. Para ellos, el aula es un laboratorio de continua innovación. Por eso la carrera docente es compleja. No cualquiera puede llegar. Así es cómo, para jerarquizar la profesión, la mayoría tiene un máster bajo el brazo. Motivación y capacitación apoyados por la confianza otorgada por los funcionarios, que no necesitan inspeccionar su tarea.
Se dirá que Finlandia es un país con pocos habitantes, que no llevan en la sangre la pasión de los latinos, que el clima los hace fríos, casi gélidos y por lo tanto más racionales y ensimismados. Y que todo esto sumado haría imposible exportar sus experiencias a otras latitudes. El Fenómeno Finlandés es breve y didáctica. Suficiente para comprender un ecosistema transformador y revolucionario que hace añicos todos los lugares comunes de la educación tradicional. Tal vez no sea la intención de sus responsables hacer de aquel país un modelo más allá de los ámbitos educativos. Pero no hay que ser un sabio, como aquellos a los que venera la cultura finlandesa, para comprender que una casa firme y duradera necesita las mejores bases. La educación es una de ellas. Aunque parezca tan obvio, por estos lares aún seguimos construyendo nuestras casas en papel glacé.
Mirá el documental completo con subtítulos acá
Leé otras recomendaciones de Vivori en Documentales siglo XXI
Si querés más cinefilia, te recomendamos nuestras secciones:
Lo que nunca viste del mejor cine americano