30.05.2017
Por
Alan Garvey tiene 15 años y vive en la villa Carlos Gardel. Es pintor, actor y cantante. Actúa en todos los largometrajes del cineasta César González. Su madre está en prisión hace varios años y de su padre ni noticias. Vende sus cuadros para sobrevivir, con ese dinero mantiene a sus tres hermanitos de 12, 8 y 5 años. Así se presenta.
“Con frecuencia una falsa alegría vale más
que una tristeza cuya causa es verdadera”,
Descartes.*
Alan nació en la villa Carlos Gardel hace 15 años. Es de familia pobre, pobre; de las que llegan a dormir en un container, de esas que se sobreponen a vicisitudes y tragedias de formas que no entendemos cómo. Familias que ‘incluso’ logran criar niños sonrientes en la miseria. Una miseria material predestinada.
Hasta mi abuela Susana nació en los monoblocks de la Gardel.
Susana, en realidad, es la mamá de la mamá de su mamá. O sea, su bisabuela. Alan omite el bis al hablar de ella.
Mi abuela hace dos años salió de la cárcel.
Fue sentenciada por venta de droga .
Mi madre también vendía drogas para mantenernos; vivíamos todos en un volquete apretados; todo el tiempo entraba gente desconocida, falsos amigos. Así pasé toda mi infancia.
La madre sigue presa aunque debería estar en libertad desde el 1 de enero. Es casi mitad de año y no hay novedades al respecto. Alan desearía que su madre estuviera libre.
Nadie quiere moverse para ir a preguntar sobre la causa (se refiere a quienes se supone la defienden). Yo iría pero soy menor y, en este sistema, no puedo hacer nada. Mi abuelo Sergio trabaja demasiado; no tiene tiempo.
Sergio es plomero y vive también en los monoblocks. Su figura podría ser un buen modelo pero es alguien ausente, no por voluntad sino por la opresiva necesidad laboral a la que está sometido. Del progenitor “ni noticias” describe Alan. Por ende, su entorno familiar carece de adultos. Así, con 15 años, le toca ser proveedor de sus “hermanitos”: Sharon de 12, Yazmin de 8 y Demian de 5, todos de padres distintos. La única hermana por parte de madre y padre es Brenda que tiene 17 y una hija de un año y medio. Viven todos juntos, también el novio de Brenda, en una casa entregada por el Ministerio de Desarrollo Social hace algunos años. Quien se encarga de los pequeños es Alan: los lleva al colegio, al doctor, les brinda un ambiente alegre, por fuera de la oscuridad que lo rodea.
Trato siempre de evitar la violencia. Nunca estuve en un Instituto de Menores. Pero tengo muchos amigos, como hermanos, que están sufriendo allí.
Alan es un pibe de barrio; esas realidades tan (pre)juzgables desde una perspectiva clase-media no le son indiferentes. A veces, escribe en su muro textos que parecen rapear al oído:
Una pistola, venta de drogas esa es la moda en los tiempos de ahora. Un hijo no llega es tarde y una madre llora, esa cara es un angel y ya usa pistola, esta bien Culebrao pa mantener lo vende droga, nunca es tarde pa hacer el bien y en el mal se ahoga, sigue sumergido en la droga y es el que manda en la zona quieren darle consejo, y el pobre no razona, primero olia despues fumaba hasta que callo en la droga .
El sistema esta ordenado así: para los villeros siempre lo peor. Pero a mí no me satisface porque ya conozco el fin.
Alan lo tiene claro y, cada mañana, elige no ser transa. Entonces pinta; pinta para sobrevivir. Tiene, por suerte, dos mentores: el cineasta César González y Patricio, quien dedica sus días a pibes como Alan y César.
Una historia de película
César González es el famosos ‘cineasta villero’ y fue también conocido en sus tiempos de cárcel como el poeta Camilo Blajaquis. Al salir de prisión, culto y lleno de anhelos, se dedicó tiempo completo a hacer cine. Conocía a Alan del barrio y porque era amigo de su hermano. Algo vio en él y decidió llevárselo del volquete a durante dos años. Una prueba en carne viva de cómo, a veces, es posible llegar a torcer el destino.
Hoy Alan actúa en todos sus largometrajes; asiste a un taller de pintura gracias a la generosidad de alguien; pasa tardes enteras con Patricio, su mujer y su hija que lo contienen; lee; mira películas; conoce la capital; sabe tomar el tren y el subte. En la gran ciudad, su punto de llegada y partida es siempre la Plaza Misere: Apiádate. Acaso un performativo.
César me sacó de esa mierda que estaba viviendo. Todo cambió cuando lo conocí.
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