¡Qué no los vea el Señor Papa!

07.07.2015

En la capital de Paraguay, diez días atrás fueron enviados a sus comunidades «dos camionadas» de indígenas a quienes dieron kits de alimentos y prometieron tratar sus pedidos en agosto. Esta periodista fue a levantar sus testimonios.

 

Domingo 28 de junio. Calle Don Bosco entre Haedo y Humaita, Asunción.

Entre el muro del Hospital Militar y el borde de la vereda, una hilera de toldos negros, amarillos y verdes es alumbrada por la luz de las fogatas que sirven de cocina y calefacción a las familias indígenas apostadas en las cercanías del Instituto del Indígena del Paraguay (INDI) -organismo público que tiene la función de velar por el desarrollo de las decenas de pueblos indígenas de nuestro país.

 

Un grupo de indígenas conversan en torno al Tataipy. Foto: Fátima Rodríguez

 

A media cuadra, llegan los fieles a la misa de los domingos. En el estacionamiento que ocupa un importante espacio, el lujo de las las camionetas impactan. Don Bosco es una de las iglesias católicas quizá más modernas de Asunción. Un niño indígena de unos 5 años mira las luces de la iglesia cargando a su hermanito de menos de dos.

En estos días fríos, los toldos que cubren la cuadra de la calle Don Bosco abrigan como pueden a hombres, mujeres, niños y niñas. Muchos niños, muchas niñas, los bebés al cuidado de sus hermanos un poco mayores. En la calle,  hay ramas cortadas de árboles que sirven para alimentar las fogatas. Los muchachos indígenas pasean cantando o escuchando música, los mayores sostienen los fuegos y se sientan alrededor. El INDI sólo abre en horario de oficina.  En la noche, un tubo fluorescente sobre una ventana ilumina algo de la institución. Hay otro, sobre la siguiente ventana, pero ese no funciona; mejor dicho, no está.

 

La tierra, la tierra

«Hace un mes que estamos aquí, porque queremos para nuestra tierra es que estamos aquí en la calle. No es porque queremos venir que venimos, ni que no queremos trabajar como muchos piensan», dice en guaraní Graciela Franco. Ella es de una comunidad que se llama «Joyvy», entre Vaquerìa y Yhû, en el Departameno de Caaguazú. Ella vino con sus dos hijos y su madre, Gregoria, para solicitar que el Estado actúe de intermediario con el hombre que dice poseer el título de las tierras donde ellos viven, «un hombre de apellido Piringo».

«Ore ndaikatui roñemity, roñemityrámo, roñemity rei; porque opoi pa vakagui ha ou ho´upa la ore mba´emi»- «Nosotros no podemos cultivar, si cultivamos algo sueltan a las vacas y destruyen nuestros cultivos», cuenta Gregoria Franco, con su nieto en brazos.

«Nos ofrecieron dos kits de alimentos, que son dos bolsitas que contiene un litro de aceite y un poquitito de azúcar y un poquitito de cada cosa. ¿De qué nos sirve eso? Vamos a ir a comer una semana y vamos a volver con el mismo problema. Queremos soluciones», expresa.

Francisco es el primer Papa que menciona en su primera Encíclica a Paraguay. En el artículo 94, el Sumo Pontífice refiere que «el rico y el pobre tienen igual dignidad», porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45).

Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización».

«Vuelvan en Agosto»

 

«Nosotros queremos mercaderías,  herramientas y ayudas para poder cultivar nuestra tierra. Estamos rodeados de sojales», cuenta Cristian Rojas, 16 años,  avá guaraní, es de la comunidad «Kavaju paso», en el distrito de Villa Ygatymi de Canindeyú. «La estancia de Texeira está cerca de nuestra comunidad», cuenta. De su comunidad vinieron seis, dos son niños.

«Nos dijeron que vayamos y que volvamos en Agosto. Eso nos pidieron», cuenta en guaraní Cristian.

Instituto Nacional del Indígena. Foto: Fátima Rodríguez

 

«Ropytatante ro´e chupe»- «Nos quedaremos» le contestaron.

Los del INDI querían aprovechar que aquel domingo, iban a enviar de regreso «dos camionadas» -en las palabras de Cristian- de indígenas de la zona de Canindeyú.

 

La muerte impune de Felipa Rojas

Noviembre del 2014, Asunción. El gobierno de  Horacio Cartes decía en los medios internacionales de las maravillas del Paraguay, uno de los mayores productores de alimentos para el mundo: soja y carne. Mientras, el cuerpo de Felipa Rojas amaneció dura en la carpa frente al Instituto Nacional del Indígena (INDI) en Asunción.

“Murió de hambre”, según  manifestaron los miembros de su pueblo y su propio hermano. Felipa había venido de su comunidad Mbói Cuá, San Pedro, para reclamar atención a las autoridades en Asunción. Comida era lo que Felipa había pedido. Y murió de inanición, a media cuadra de la iglesia y frente a la institución del Estado que debía ofrecerle respuesta. La muerte de Felipa mereció un comunicado y ningún castigo para nadie. Total, era indígena.

 

Nota publicada originalmente en Paraguay.com el 29 de Junio, 2015

 

Leé también 

Papa Francisco y la comunidad LGBT de Paraguay: un encuentro histórico

Viaje al encuentro de Francisco

 

Autor/a:

¡Compartir!
¿Te gustó? ¡Compartilo!

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *