26.05.2016
Por Luis Vivori
En la última columna nos abocamos a recordar el trayecto artístico y amoroso de la dupla Allen- Farrow. Pero esa no fue la única aventura de Allen dentro del cine. Antes tuvo otra, con un final menos tumultuoso, pero con un resultado, expresado en celuloide, igual de productivo. De hecho puede decirse que las dos parejas del realizador neoyorkino en la vida y en el cine coinciden con los ciclos más interesantes e intensos de su cinematografía.
Diane Keaton (Los Angeles, 5 de enero de 1946) y Woody Allen (Brooklyn, 1 de diciembre de 1935) se conocieron en una obra de teatro, Tócala de Nuevo Sam, en 1969. En la obra, escrita por Woody, una muy joven Diane se lucía en un papel protagónico. Luego de una cena post ensayo, comenzó a edificarse el vínculo. Los dos descubrieron en el otro el mismo sentido del humor y una gran capacidad para expresarse en forma de comedia. No fue extraño, entonces, que al poco tiempo compartieran casa y proyectos profesionales. El primero de ellos, en 1972, cuando la obra de teatro que los juntó vio la luz en el cine, pero con otro nombre: Sueños de un seductor.
Diane Keaton y Woody Allen. Foto: Google Images
En total, entre idas y vueltas en la relación sentimental, la pareja llevó adelante ocho proyectos cinematográficos en sociedad. De ellos, y como en la columna pasada, elegiremos sus films más redondos, en cuanto a factura e intenciones.
El primero de ellos, El Dormilón, de 1973, segunda producción que los vio juntos, es una comedia muy especial. Dejando atrás Robó, Huyó y lo Pescaron, un film delirante, brillante, pero más terrenal, con El Dormilón, Allen construye un puente entre ciencia ficción y comedia sin antecedentes hasta ese momento. En el film, Allen, que es el protagonista, es congelado por error y lo despiertan 200 años después un grupo revolucionario que pretende derrocar a un dictador. En el medio de varios disparates, como pasarse de bando en varias ocasiones y ser “reeducado” en el camino, conoce a Luna, Diane Keaton, con quien logrará salir de todos los embrollos. Humor absurdo, del tipo slapstick (físico) y un Allen en estado puro rompiendo todos los moldes.
Cuatro años después, con Dos Extraños Amantes, la dupla construye uno de sus mejores productos fílmicos. Una comedia romántica archi galardonada y con sobrada justicia (cuatro Oscars, entre otros premios) parodiada y recordada por siempre. Si con El Dormilón Allen da un nuevo paso dentro del género de la comedia, con Dos Extraños Amantes redobla la apuesta. Es que el film presenta situaciones insólitas y novedosas, como poner a los protagonistas a hablarle directamente a la cámara (es decir al espectador) o utilizar animaciones con dibujos clásicos de Walt Disney o ir y venir en el tiempo de manera totalmente caprichosa. La historia, que como era tradicional para Allen aquellos años, transcurre en “su” Nueva York, nos lleva por el devenir y neurósis del comediante Alvy Singer (Allen) y su pareja, Annie Hall (Keaton) Dificil encontrar en el cine un binomio de comediantes que funcionen con semejante armonía, como la que muestran Diane y Woody en Dos Extraños Amantes. Un trabajo memorable, pleno de comicidad, gracia y originalidad.
A esa altura, premios y reconocimiento mediante, ya nadie dudaba del talento y proyección de la pareja. Pero tampoco de la tremenda contracción al trabajo de Allen, una máquina de producir. Keaton, muchos años después, definiría muy bien al que por entonces ya era ex pareja: “Woody parece alguien ‘no posible’. Yo solía decirle: eres la cucaracha que no se puede matar. Y no para. Este hombre resulta mucho más fuerte de lo que crees. La mayoría de la gente lo ve y dice: ‘Oh, Woody Allen, es tan tímido…’. Pero es una roca, una de las personas más extraordinarias que ha habido en el mundo del espectáculo jamás. Y ha tenido más poder con sus películas que nadie, durante un periodo de tiempo mayor que ningún otro. Él es un milagro”.
Keaton y Allen. Foto: Google Images
Un años después de Dos Extraños Amantes, la pareja retoma la iniciativa con Interiores. La película es un nuevo giro en el calidoscopio de Allen. Y tal vez el más intimista de toda su carrera. Es que Interiores es precisamente eso: un viaje al interior. Interior de almas en pena. Dejando atrás toda comicidad y en un claro homenaje al cine de Ingmar Bergman que tanto lo influyó, Interiores propone una historia rodada íntegramente entre las paredes de una casa. Sitio habitado por un matrimonio en proceso de separación y sus tres hijas. De ritmo lento, “europeo”, en la cinta, Allen se encarga de mostrarnos los costados más ásperos de la vida familiar, sin concesiones ni indulgencia. Amores que no son tales, envidias, egos mal enfocados y sobre todo una mirada descarnada sobre la simbología familiar tan presente en la cultura occidental. Diane, una de la hijas en el film, nos demuestra que también puede quitarse sus ropajes de comediante por un rato, vestirse de actriz dramática y salir indemne de la aventura.
No habían pasado ni doce meses y la pareja ya estaba encarando otra obra maestra, del nivel de Dos Extraños Amantes. La llamaron Manhattan. Homenaje prístino del realizador a su ciudad – filmada en blanco y negro y con un especial cuidado en la fotografía – la película además, se empeña en disfrutar de las contradicciones y sin sentido de la relaciones de pareja en el mundo intelectual neoyorkino. El protagonista, Isaac (el mismo Allen), humorista de profesión, resume este pequeño universo. Luego de dos fracasos matrimoniales, Isaac mantiene una relación con una joven de diecisiete años. Pero a su vez, se enamora de Mary Wilkie (Diane Keaton), amante de su mejor amigo Yale. Y mientras todo esto sucede, Jill, su última esposa, que ahora es lesbiana, publica un libro con detalles sobre su vida sexual mientras estaba con él. En definitiva, una comedia romántica deliciosa, de idas y vueltas permanentes y que nos libera, a todos quienes la disfrutamos, de cualquier análisis melodramático sobre nuestra vida amorosa.
Mientras, Manhattan significó el regreso de Allen a la comedia, premios y éxito de taquilla, también fue el fin de una pareja sin casamiento ni hijos. Sin embargo, de ninguna manera implicó un distanciamiento profesional y afectivo entre Diane y Woody. De hecho, siguieron filmando juntos. Días de Radio en 1987 y Misterioso Asesinato en Manhattan de 1993 culminaron el ciclo virtuoso. Hoy día se los puede ver, ya mayorcitos, en festivales o tertulias cinéfilas, abrazados, compartiendo anécdotas y por sobre todas las cosas, llenando cada sitio con las más sonoras carcajadas.
La joven pareja. Foto: Google Images
Películas juntos:
Sueños de un Seductor, 1972
El Dormilón, 1973
La Última Noche de Boris Grushenko, 1975
Dos Extraños Amantes, 1977
Interiores, 1978
Manhattan, 1979
Días de Radio, 1987
Misterioso Asesinato en Manhattan, 1993
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